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«10 de abril… y entonces sucedió que…», por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

 

10 de abril………………… y entonces sucedió que……………..

……..era 1912, cuando a las once de la mañana de aquel miércoles 10 de abril, atracado en el muelle número 44 del puerto de Southampton, en la costa sur de Inglaterra, se retiraba la rampa que permitía zarpar al transatlántico RMS Titanic (Royal Mail Steamship, el Buque de Vapor del Correo Real, el Titanic).

Por aquellos días la Compañía británica Oceánica de Navegación a Vapor, la White Star Line, cuyo director era Joseph Bruce Ismay, competía con la también británica compañía naviera Cunard Line, de Samuel Cunard, poseedora hasta la fecha, desde el 26 de agosto de 1907 del mayor barco de pasajeros que cubría el trayecto entre el continente europeo y el americano, el RMS Lusitania.

Un buque este, el Lusitania, que tres años más tarde, inmersa Europa en guerra (la primera guerra mundial), en 1915, siendo detectado por el submarino alemán U-20, el día 7 de mayo, resultaría atacado y torpedeado, hundiéndose en tan sólo 18 minutos, falleciendo casi 1200 pasajeros de los 1960 que llevaba a bordo, de ellos, doscientos treinta y cuatro ciudadanos estadounidenses, constituyendo el detonante de la entrada de los Estados Unidos en la “Gran Guerra” contra Alemania.

El director de la White Star Line, el señor Ismay, decidido pues a relevar a aquel navío que había conseguido en tan sólo cinco años de existencia convertirse en el más grande y rápido en cubrir el trayecto entre las islas Británicas y los Estados Unidos, obteniendo además la condecoración de la banda azul, concedida como premio al barco más veloz en cruzar el océano, mandó construir en el dique número 401 de los astilleros Harland and Wolff de Belfast, en Irlanda del Norte, la mayor embarcación de lujo de pasajeros de todo el mundo hasta entonces conocida, con unas dimensiones de 269 metros de largo por 28 de ancho, y una altura semejante a un edificio de once pisos, que permitían a las veintinueve calderas de su motor transmitir a sus tres hélices (dos laterales de tres palas y una central de cuatro) una potencia de 50.000 caballos, dirigidos desde un timón que medía 24 metros de altura. Junto a este se mandó construir otro idéntico, el Olympic.

De esta manera en mayo de 1911, la White Star Line, disponía del Titanic, el barco más grande, lujoso y considerado el más seguro del mundo, que a modo de un verdadero y suntuoso palacio flotante, contaba con vistosos comedores, bibliotecas, piscina interior y baños turcos, gimnasio, alumbrado a todas horas, siendo además considerado por todos como indestructible e insumergible gracias al diseño de su doble casco y sus dieciséis compartimentos estancos, que en caso de accidente “aunque algunos se inundaran permitirían al resto mantener a flote tan majestuoso navío”.

Comandándolo y al frente de este se encontraba el veterano oficial de sesenta y dos años, el capitán Edward John Smith, apodado el “Capitán de los Millonarios”, sin duda alguna uno de los más experimentados y prestigiosos de la Compañía White Star Line, quien previamente al viaje, expresaba su deseo de retirarse tras efectuar este, que se presumía, “cómodo trayecto”.

De sus 3547 plazas de capacidad total, en este primer viaje inaugural, se vendieron 1309 billetes de un pasaje en el que se acomodaban algunos de los miembros más distinguidos de la alta sociedad de la época, divididos estos en categorías, de primera clase, de segunda y tercera, a los que se añadían casi 900 miembros de tripulación.

Del puerto inglés de Southampton al de Cherbourg, en la costa de la Normandía francesa, donde hace su aparición a las seis de la tarde, con un poco más de retraso del previsto, por un pequeño percance sin importancia que había obligado al Titanic a posponer su salida casi una hora.

Será allí, en dicho puerto francés, donde suban a bordo entre otras personalidades, Benjamin Guggenheim, un acaudalado hombre de negocios que viajaba con su mujer, su mayordomo llamado Víctor Giglio y su chófer, aunque posteriormente se descubriera que no era esta Floretta Seligman, su esposa, sino su amante, una cantante francesa de nombre Léontine Aubart y que llegado el momento, el señor Guggenheim protagonizará una de las heroicidades del viaje al decidir no subirse a un bote salvavidas hasta que todas las mujeres y niños lo hubieran hecho, cambiando su chaleco flotador por un frac, y junto a él su inseparable hombre de confianza, Giglio y el chófer que no quisieron abandonarle, diciendo aquellas palabras que dejaría para la posteridad: -«Nos hemos vestido de gala para morir como caballeros”- (sus cuerpos jamás serían encontrados).

En aquel puerto de Chebourg, también subirían Madeleine Astor de dieciocho años y su marido John Jacob Astor IV, de cuarenta y siete, casi treinta años mayor que ella, por aquel entonces uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos, que ocupan el camarote C62, en una etapa en la que Jack (que así era como llamaban al señor Astor) había encontrado la felicidad tras un primer matrimonio tormentoso y en el que al parecer, Madeleine le había anunciado encontrarse en estado de buena esperanza, motivo por el que realizaban aquel viaje, en el que él fallecería, logrando salvar a su mujer, que moriría veintiocho años más tarde, a la edad de cuarenta y seis.

De igual forma sube a bordo la señora Charlotte Drake Cardeza que ese mismo día 10 de abril cumplía los cincuenta y ocho años y su hijo Thomas Drake Martínez Cardeza de treinta y seis, ambos sobrevivirán al desastre que se les aproxima.

Mención especial durante esta primera escala y sus viajeros para un matrimonio, el señor Isidor Straus de 67 años, copropietario junto a su hermano de los Almacenes Macy´s, y su esposa Ida de 63, que subieron a bordo en el mismo puerto galo y que una vez comiencen los sucesos que acabaron con este lujoso barco, al ser llevada la señora Strauss a los botes, rehusó separarse de su marido, con las palabras: -«Donde tú vayas, yo iré«- pereciendo en aquella catástrofe. La última vez que los vieron, una ola los barrió en la cubierta (el cuerpo de él será encontrado, el de ella, no).

Todos ellos recibidos con una amplia sonrisa por parte del director de la compañía naviera, el señor Bruce Ismay, quien se disculpa por la ligera demora que llevan y las molestias causadas. Efímeras disculpas de una postiza actitud de quien llegado el momento se salvará subiéndose a uno de los botes cuando quedaban todavía a bordo más de doscientas mujeres y niños, en un gesto que si bien le sirvió para salvar su vida le acabaría pasando factura, siendo rechazado, desdeñado y repudiado por ello.

Por el contrario, y por su buen hacer y actuar, el héroe del Titanic fue su constructor Thomas Andrews, quien a sus 39 años, viajaba a bordo y se dio cuenta al instante que el barco no iba a mantenerse a flote, pronosticando su hundimiento en dos horas, poniéndose a ayudar en todo lo posible para prorrogar ese plazo y salvaguardar al mayor número de pasajeros, contando con la inestimable ayuda de nueve esforzados especialistas que habían trabajado en el diseño del buque, el Guarantee Group (grupo de garantía)

Del lujo y las comodidades que aquel lugar brindaba a sus pasajeros de primera clase varios documentos lo atestiguan, como las cartas que Adolphe Saafeld, un perfumista de origen alemán afincado en la ciudad inglesa de Manchester (que logrará sobrevivir) le escribiera a su mujer, Gertrude, en la que le cuenta con detalles su devenir diario. En una de estas con fecha del mismo día 10 de abril, de tres hojas y escrita en el papel con el logo del Titanic, le dice;

-“El tiempo es bueno, despejado. Hasta ahora el barco ni se mueve y navega de forma muy serena (…) No es bueno viajar solo y dejarte. Creo que la próxima vez vas a tener que acompañarme (…) a la tarde hay una orquesta que toca mientras se sirve el té. Todo lo que uno come es gratis (…) hemos comido sopa, fillet de pescado, chuletas con coliflor y patatas fritas con queso roquefort y de beber Apple Manhattan, todo regado con grandes jarras de cerveza helada Spaten”-

Y es que uno de los puntos fuertes, de este colosal “sueño flotante”, era sin duda alguna su cocina, al mando del segundo oficial en rango de todo el barco, Henry Tingle Wilde, con unos menús diseñados por el cocinero y restaurador francés Auguste Escoffier, que en 1912 contaba con sesenta y cinco años y un prestigio propio del que era considerado como el padre de la “nouvelle cuisine”, el mismo a quien el Káiser Guillermo II llegara un día a felicitarle, diciéndole aquello de –“Yo soy el emperador de Alemania, pero usted es el emperador de los cocineros”– , y todo ello distribuido en cuarenta cocinas atendidas por un centenar de personal entre cocineros, ayudantes, supervisores, encargados, panaderos, carniceros, y pasteleros.

De Francia partieron hacia su segunda escala en el puerto del sur de Irlanda de Queenstown y desde allí hasta Nueva York.

Cuando apenas pasaban diez minutos de las once y media de la noche de aquel 14 de abril el barco surcando el sur de las costas de Terranova, colisionó con un iceberg que acabaría terminándolo de hundir, definitivamente en apenas dos horas y media en la madrugada ya del día 15 de abril de 1912.

Durante aquellas dos horas y media, sabedores de su destino, los ocho miembros de aquella orquesta que había sido contratada por la White Star Line, la Wallace Hartley Band decidieron continuar interpretando su música.

Wallace Henry Hartley, director,(violín) de 33, John Clarke (bajo) de 28, Percy Taylor (Chelo) de 32, George Krins (violín) de 23, Roger Bricoux (Chelo) de 20, Theodore Brayley (piano) de 22, John Hume (violín) de 21, John Woodward (Chelo) de 32.

La última pieza en tocar, afirman que fue Nearer My God To Thee (Más cerca, Dios Mío, de ti) https://youtu.be/mCEfqj9pDAI

En el siguiente enlace una simulación de cómo fue este hundimiento, en 2.35, del National Geographic Channel https://www.youtube.com/watch?v=TCAtCXPTEP4

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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