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’17 de noviembre…y entonces sucedió que…’, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

….cuando a Douglas Engelbart, estudiante de ingeniería eléctrica de la Universidad Estatal de Oregón, le enviaron, a sus diecinueve años, a la batalla de las Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial, tratando de expulsar al imperio nipón de aquellas islas que habían ocupado durante el primer semestre de 1942, no se imaginó que aquellos meses, como operario de radar, le acabarían inspirando años más tarde para idear y crear un invento que a la postre, resultaría fundamental para la industria informática, el “mouse” o popularmente, conocido en castellano, como el “ratón”.

En aquel puesto de “detección por radio” que facilitaba la distancia, posición y altura de objetos enemigos, Douglas Engelbart, utilizaba un primer prototipo de lápiz óptico que posteriormente acabaría desarrollando y popularizando el Instituto Tecnológico de Massachusetts en 1952.

A su regreso y en pocos años obtuvo el título de ingeniería eléctrica por la Universidad Estatal de Oregón, aunque su vocación le llevaría por decantarse hacia el innovador campo del mundo de la informática, en el que acabaría obteniendo un doctorado por la Universidad de California en Berkeley, al cumplir los treinta años, dedicándose a la docencia durante algún tiempo para acabar en el Instituto de Investigación de Stanford donde comenzaría a trabajar en el desarrollo de instrumentos informáticos.

Las primeras notas sobre el Indicador de Posición de X-Y para un Dispositivo de Pantalla, nombre con el que acabaría viendo la luz el famoso invento, datan de 1961, cuando en una tediosa conferencia a la que asistía sobre gráficos de ordenador se puso a garabatear en una hoja el diseño de un artilugio que le permitiera, de manera cómoda y sencilla, mover los gráficos en una pantalla de ordenador, realizando un primer boceto tomando como referencia un brazo mecánico para medir superficies.

De esta manera pidió al también ingeniero electrónico William English, para que a partir de aquel diseño elaborado construyera el aludido “indicador de posición”, que a partir de una pequeña carcasa de madera, un botón y una moneda de cinco centavos acabaría por perfilar aquel rudimentario pero eficaz accesorio informático.

Los primeros experimentos realizados para contrastar su validez fueron determinantes al compararlo con el ya veterano lápiz óptico, siendo mucho más rápido y certero que este en las pruebas a las que ambos fueron sometidos.

El 9 de diciembre de 1968, en el Civic Auditorium de la ciudad de San Francisco con una capacidad para siete mil personas, tuvo lugar su presentación oficial. Aquel lunes en el número 99 de la calle Grove, durante la Conferencia de Otoño de Empresas de Informática, en la llamada “madre de todas las presentaciones”, fue exhibida aquella pequeña caja de madera de nombre tan complicado y de manejo tan sencillo.

Ni el propio Engelbart recordaba muy bien quien del equipo de investigación, ni cómo ni cuándo, acabó llamando al utensilio, mouse (ratón), al sugerirles aquel cable largo saliente la cola de un roedor.

En la misma presentación, se celebró la primera video conferencia de la historia, al situar en línea la pantalla del auditorio de San Francisco con su centro de investigación en Stanford.

Cerca de dos años más tarde, un 17 de noviembre, como hoy, de 1970, Douglas Engelbart recibía la patente de este pequeño utensilio, el primer ratón de ordenador, que hoy cumple cuarenta y siete años.

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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