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30 de septiembre… y entonces sucedió que…, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

…………. era entonces miércoles, aquel 30 de septiembre de 1868, de hace hoy por tanto ciento cuarenta y nueve años, cuando la reina Isabel II, que se encontraba junto a su familia pasando unos días en la localidad de San Sebastián, lugar al que acudía la Corte, desde hacía ya algunos años, para disfrutar de sus vacaciones estivales, recibía la noticia de la derrota de sus tropas, ocurrida dos días antes, el lunes 28, en la conocida como la batalla del puente de Alcolea de la provincia de Córdoba, entre militares sublevados contrarios a su reinado y aquellos afines al mismo. 

La insurrección, llevada a cabo mediante la llamada Gloriosa revolución, bajo el lema “Viva España con honra”, había sido gestada dos años antes, en una reunión secreta celebrada en la localidad belga de Ostende, durante el mes de agosto de 1866 a la que habían acudido diferentes fuerzas políticas españolas descontentas con la gestión de los casi cerca de treinta y tres años, que aquel verano cumplía la soberana al frente de la Corona.

Al morir su padre, el rey Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833, Isabel contaba con tres años de edad, por lo que fue necesario erigir una regencia que tutelase los derechos de esta, y que fueron asignados a su viuda madre, cuarta esposa y sobrina de Fernando VII, María Cristina de Borbón Dos Sicilias, estallando desde ese mismo momento las primeras guerras carlistas, en defensa de los derechos dinásticos del hermano del fallecido soberano, Carlos María Isidro de Borbón, en un conflicto armado que se prolongaría durante los siguientes seis años.

Una de las obligaciones de la regente, además obviamente de tutelar los intereses de la Corona en nombre de su hija, era la de mantenerse en su recientemente adquirido estado civil de viudedad, algo que aquella incumpliría, al contraer nuevas nupcias con el capitán, guardia de palacio, Fernando Muñoz, tan solo dos meses después (eso sí, con la rigurosa reserva que el asunto exigía, para evitar la pérdida de la consabida legítima tutela). 

El caso, en un palacio que parecía tener paredes de papel, no pudo ser mantenido con el conveniente y preciso sigilo que este requería y mucho menos cuando la regente, al año siguiente, el 17 de noviembre de 1834 daba a luz una niña, a la que pusieron de nombre María Amparo Muñoz y Borbón, la primera de ocho hijos más, cinco varones y tres féminas, que el matrimonio acabaría teniendo, confirmándose de esta forma aquel rumor que señalaba que la regente era –“una dama casada en secreto y embarazada en público”-.

En este ambiente desordenado crecería la pequeña Isabel, a la que nadie llegaría a instruir, preparándola mínimamente para aquellos asuntos para los que había sido llamada a gobernar, que vería a los seis años entrar por la fuerza en el palacio de la Granja a un grupo de sargentos de la Guardia Real que obligaban a su regente madre a firmar un decreto por el que restablecía la Constitución de 1812 y que al cumplir los nueve, tras el conocido como “abrazo de Vergara” que ponía fin a la primera guerra carlista, ser testigo del exilio de su madre, obligada por el general Espartero, que le exigía la regencia a cambio de no publicar las actas de su matrimonio secreto, que a pesar de ceder en aquellas pretensiones, acabaría este por publicar, originando la famosa frase de aquella hacia el general –“te hice duque pero no logré hacerte caballero”-.

Y en este contexto se acabaría por perfilar el carácter temperamental y caprichoso de una niña que estaba llamada a ser reina, que a los diez años apartada de su madre, leía con mucha dificultad y escribía con numerosas faltas de ortografía, y que dedicaba la mayor parte de su tiempo al esparcimiento y la distracción.

El 8 de noviembre de 1843, cumplidos los trece, es declarada oficialmente mayor de edad y como tal, reina de España, la primera constitucional que llevará los designios de la nación durante los próximos veinticinco años, alternando su generosidad y buen humor con actos que rozaban la chabacanería y ordinariez, y que pronto empezaría a vivir y disfrutar las horas de la noche y descansar durante las del día, acostándose a las cinco de la mañana y levantándose más allá de las tres de la tarde.

El 10 de octubre de 1846, el mismo día en el que la reina cumplía los dieciséis años, como si de un regalo de cumpleaños se tratase fue obligada a contraer matrimonio con su primo Francisco de Asís, de veinticuatro años, a la que Isabel llamaba “Paquita”. Y así, de esta guisa, el rey consorte por un lado, con su íntimo amigo Antonio Ramón Meneses, con quien acabaría marchándose a vivir al palacio de “El Pardo” y por otra, una joven reina que acabaría por disponer de una larga lista de amantes, que le darían como resultado doce embarazos y sus consiguientes partos, de los que únicamente sobrevivirían cinco hijos, Isabel, cuya paternidad se atribute al comandante José Ruiz de Arana, Alfonso (el futuro rey de España Alfonso XII),cuyo padre se decía que era el teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans; Pilar, Paz y Eulalia, de Miguel Tenorio de Castilla.

Un reinado desordenado, de una reina de vida desordenada, que un 17 de septiembre de 1868 vería el comienzo de la aludida “Gloriosa revolución” mediante la insurgencia de la flota de Cádiz al mando del almirante Juan Bautista Topete. El día 19, emitían los sublevados un manifiesto bajo el lema “España con honra” que expresaba lo siguiente: 

-“Basta ya de escándalos. Queremos que las causas que influyan en las supremas resoluciones las podamos decir en alta voz, delante de nuestras madres, de nuestras esposas y de nuestras hijas; queremos vivir la vida de la honra y la libertad. ¡Viva España con honra!”-

La reina informada de los detalles de los sucesos acaecidos se dirige en tren con destino a Francia, donde recibiría el cobijo y la protección de Napoleón III y su mujer, Eugenia de Montijo, aquel miércoles 30 de septiembre, de un día como hoy, para no volver a pisar suelo patrio jamás, para acabar por convertirse, como la denominarían posteriormente, en la reina “de los tristes destinos”.

El embajador español en París, Fernando León y Castillo, que tuvo la oportunidad de conocer a la reina en su exilio en persona, destacaría del carácter de ella su viveza, agudeza, chispa, encanto y simpatía, su proximidad y generosidad. Se lamentaba ella, con tristeza en su mirar, de no haber podido contar con gente preparada a su lado que la asesorara y le indicara el camino a seguir, siendo consciente de haberse encontrado perdida y sola, que así fue como acabaría falleciendo, en París, a la edad de setenta y tres años, el sábado 9 de abril de 1904.

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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