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’31 de mayo … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

…………hace hoy 111 años, un 31 de mayo de 1906, en Madrid tenía lugar uno de los acontecimientos más esperados del año, que llegaría a despertar la curiosidad no sólo de los ciudadanos, sino también del resto de las casas reales europeas, al tener lugar el enlace nupcial entre el rey de España Alfonso XIII, quien desde hacía dos semanas contaba con veinte años de edad y la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, de diecinueve.

Era tanta la expectación que supuso el mencionado evento, que se calcula que al mismo acudieron cerca de cuarenta mil personas procedentes desde diversos puntos de la geografía española, disponiendo el ayuntamiento madrileño la colocación de unas hileras de sillas por las calles por donde tenía previsto realizar el trayecto el cortejo y su comitiva, que partía desde el palacio real hasta llegar a la basílica de San Jerónimo, alquilando, cada una de estas, por una peseta, así como también el arriendo de más de trescientos balcones, con capacidad para seis personas, a lo largo de todo el recorrido, en los que se llegarían a pagar por alguno de estos, dependiendo de la zona de su ubicación, hasta dos mil pesetas.

Fue durante el año anterior, en 1905, cuando quiso el destino que ambos novios se conocieran en un viaje que en un principio había sido programado por la misma casa real española para que el joven Alfonso, Buby, que así era como le llamaba su madre, la reina María Cristina, conociera a Lady Patricia Ramsay, elegida por la corte como candidata idónea para ser la futura reina de España, al ser esta nieta de la Reina Victoria.

Pero aunque ambos jóvenes tenían la misma edad, siendo la joven británica apenas dos meses mayor que él, no llegó a surgir entre estos esa química necesaria que detonase el inicio de un romance de estas características. Al parecer el corazón de la hija del conde Connaught a la que cariñosamente llamaban Patsey bebía los vientos en aquellos tiempos por un oficial de la marina real británica, cinco años mayor que ella, Alexander Ramsey, con quien finalmente acabaría contrayendo nuevas nupcias, y mantendría un feliz matrimonio hasta que este falleciera en 1972, a la edad de noventa y un años.

Y sería en una de estas cenas protocolarías que la corona real británica concedería en honor del rey español, donde este acabaría posando sus ojos y sus intenciones sobre una joven de rubios cabellos, nieta igualmente de la reina Victoria, la pequeña, la favorita de aquella (a la postre, la futura abuela del rey don Juan Carlos I), de nombre Victoria Eugenia, a la que en palacio llamaban Ena, con la que al parecer sí que hubo ese sentimiento recíproco, y que al ser hija de Enrique de Battenberg, un oficial alemán (nacionalizado inglés) sin rango real y Beatriz, la hija pequeña de la reina de Inglaterra, no fue en un principio del agrado de la reina María Cristina, que tuvo que ceder no obstante, ante el súbito enamoramiento que presentó el joven Alfonso, que no dejaría de escribirse con aquella dama desde aquel día.

Ya que la joven Ena, era de religión protestante, fue necesario acordar un encuentro previo en el palacio de Miramar del paseo de Miraconcha en San Sebastián, en el mes de marzo de 1906, para realizar la ceremoniosa “pedida de mano”, en la que la joven Victoria Eugenia previamente a esta, en un sencillo acto formal, efectuaría su conversión al catolicismo, siendo desde ese mismo instante, considerada oficialmente como la “prometida” del rey.

Aquel jueves día 31 de mayo de 1906, sobre las nueve y media de la mañana, con un cielo despejado y una muy buena temperatura, son detonadas las solemnes y reglamentarias veintiuna salvas, que anuncian el inicio de la marcha del cortejo, que partiendo desde el palacio real comienza a recorrer las abarrotadas calles de la capital, que ya han sido ocupadas desde bien temprano, sobre las seis de la mañana, por unos ciudadanos, que de presenciar un evento de estas características, se sienten entusiasmados, lanzando vítores, aplausos y proclamas a una carroza real que tirada por ocho caballos blancos avanza majestuosamente con paso firme.

Cumpliendo con el ritual que viene siendo habitual en este tipo de celebraciones es el novio el primero que hace su entrada en la Iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid, bajo palio, sobre las once menos veinte de la mañana, al ritmo de la “marcha real”, vistiendo para la ocasión el uniforme de gala de capitán general, con calzón blanco y botas altas de color negro ataviadas estas con espuelas de oro. Le acompaña el padrino de la boda, su cuñado, el infante Carlos de Borbón-Dos sicilias (al estar este casado con su hermana mayor, María de las Mercedes, seis años mayor que el rey).

La novia, de la forma igualmente acostumbrada hizo su aparición más tarde, haciendo esperar al novio cerca de treinta y cinco largos minutos, en un trayecto diferente al del monarca, con una comitiva que había partido desde el antiguo edificio del ministerio de la marina, del entonces ministro Víctor Concas, acompañada en su entrada por su madre, la princesa Beatriz y la madrina de la boda, la misma madre del rey, la reina María Cristina. La novia radiante según crónicas de la época llevaba un traje de seda blanco con bordados en plata y corona de diamantes.

De esta manera, sobre las once y media de la mañana, el cardenal Ciriaco Sancha Hervás, arzobispo de Toledo, ofició la misma.

Fue entonces, al regresar, después de haber concluido la misma, cuando el cortejo dirigiéndose al palacio real, esta vez con ambos consortes en el mismo coche de caballos, al pasar por la calle mayor, a la altura del número 88, cuando faltaban cinco minutos para las dos de la tarde, es arrojado un ramo de flores de rosas pálidas al carruaje real desde un tercer piso, que no llega a su destino al golpear este en uno de los tendidos eléctricos del tranvía.

El ramo esconde en su interior, camuflado entre el manojo de flores una bomba de tipo Orsini (esto es, que se detona mediante impacto y no por temporizador) que desviada por aquellos cables explota sobre la multitud que ovacionaba a los reyes a su paso, provocando la muerte de veinticinco personas e hiriendo a otras cien, entre ellas al cochero de la carroza, que desde el pescante donde se encontraba caería herido, así como varios soldados que escoltaban la comitiva y uno de los caballos, dejando la parte donde se encontraba sentada la reina consorte totalmente destrozada.

El autor del intento de regicidio, fue posteriormente identificado como Mateo Morral Roca, un joven de veinticinco años de edad, de ideas anarquistas y natural de la localidad de Sabadell, que se hospedaba en la pensión desde donde había sido lanzado el mencionado ramo de flores, siendo detenido dos días más tarde en Torrejón de Ardoz, que al verse sorprendido al ser reconocido, de un disparo mató al guarda que quiso aprehenderle, suicidándose después.

Los reyes durante el banquete celebrado en su honor, no quisieron cambiar sus vestimentas, que todavía presentaban las señales del atentado en honor de las víctimas, las de la reina parcialmente desgarradas y ensangrentadas.

En el siguiente enlace, con una duración de 31 segundos, imágenes del atentado; https://youtu.be/RpwCMWrBnXM

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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