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Mi abuelo Pedro, por @aguedabayarri

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Águeda Bayarri

Mi abuelo Pedro tiene 94 años y lo más importante, no conozco a nadie que hable mal de él, a nadie y ¿sabéis por qué?, porque es imposible hacerlo. Todas las personas que le conocen le quieren. Mi abuelo es muy prudente, muy discreto, pero no deja indiferente a nadie. Es muy buena persona, y eso se ve en la cara. Sabe escuchar, hablar y callar. Y la discreción es una virtud.

La vida no se lo ha puesto fácil. Solo ha trabajado, y mucho. De niño no tuvo oportunidad de estudiar, pero de joven aprendió a leer y a escribir. Por su edad, sobra decir que estuvo en la Guerra Civil y sufrió la posguerra. Él es de Cabra del Santo Cristo, un pueblo de Jaén que tuvo que abandonar ya con mi abuela y con sus hijos, mi tío y mi madre, en busca de oportunidades, de trabajo. Subieron a un tren que les trajo a Valencia donde ya había emigrado una parte de la familia y con el tiempo acabaron en Carpesa. Y mi abuelo es un Carpesano más. Todo el pueblo le conoce, a base de trabajo y de su buen hacer se ganó el respeto de todos, es una persona que se hace de querer. Lo único que ha hecho mi abuelo en la vida es trabajar, y trabajar más, sin descanso, en la huerta, a jornal, donde hubiera trabajo. Quien le conoce siempre dice que está muy trabajado y que es una persona muy honrada, porque mi abuelo es muy legal, y muy leal.

Siempre está dispuesto a escuchar y a aprender. Está muy actualizado, sabe de todo. Por eso es fácil hablar con él sobre cualquier tema de actualidad, noticia o inquietud personal. Empatiza con las personas y se pone en el lugar de los demás. Lo ve todo con amplitud de miras y perspectiva, no se ciñe a su entorno, tiene la mente muy abierta. Le encantan los toros y no le gusta el fútbol, pero si lo tiene que ver, lo ve. Y si salgo yo en la tele, ¡lo ve las veces y el rato que haga falta !.

Es tranquilo, sereno. Transmite paz. Sin ser líder ni tener carácter de liderazgo, ha tirado de la familia, de todos.  Cuidó de mi abuela, estuvo muchos años enferma de Alzheimer y cuida de nosotros. Ha habido momentos duros y otros muy duros y él siempre ha tenido las palabras exactas y el temple necesario para superarlo y darnos fuerzas y razones por las qué seguir avanzando.

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Lo que más le complace ver es que tenemos lo que él no pudo tener, estudios. Yo no sé lo que les dice a mis hermanos, a mi prima…pero supongo que será lo mismo que me dice a mí. Que disfrute de la vida, que me lo pase bien, con cabeza, con conocimiento, que él se pone muy contento de ver que hacemos lo que él no ha podido hacer. Cuando nos vamos de viaje nos dice que disfrutemos y que así es como se aprende. Nunca se queja, ni aunque esté enfermo. Como él dice, no quiere dar faena. Nunca me ha regañado porque hayan pasado muchos días sin ir a visitarle, cuando le he pedido disculpas, siempre me ha dicho que entiende que tenga cosas que hacer y que no quiere que deje de hacerlas por ir a visitarle a él.

Y me quedo con mucho que contar, como dice Tico Medina: “no hay novela más grande que la vida misma”, y la de mi abuelo, por intensa, da para muchas páginas.

Tengo la suerte de haber conocido y disfrutado de mis cuatro abuelos, ahora lo hago de dos, y esto sí que es un privilegio para los nietos.

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar madre Alzheimer
Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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