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‘Qué pasó el 11 de abril…’, por José Luis Fortea

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………en 1713, las potencias europeas ponen fin a la cuestión sucesoria española, reconociendo como monarca de España a Felipe de Anjou, con el título de Felipe V, nieto del rey de Francia Luis XIV, a cambio de una serie de condiciones y territorios, con la firma del denominado “Tratado de Utrecht”, de un conflicto que se había originado hacía ya trece años, tras el fallecimiento del rey de España Carlos II, a cinco días de cumplir los treinta y nueve años, el día 1 de noviembre de 1700, sin haber dejado descendientes directos.

Cuando Carlos II nace, fruto de la unión entre Felipe IV y su sobrina Mariana de Austria el 6 de noviembre de 1661, dominaba en Europa un monarca jovencísimo llamado Luis XIV, a quien la historia acabará conociendo como el rey Sol, de 22 años, que llevaba los designios de Francia desde que había cumplido los 4, y que acabará imponiendo un modelo de reinado autoritario y centralista, que se puede resumir bajo la divisa  –“el Estado soy Yo”-, debilitando si cabe, aún más, a la decaída monarquía española de la Casa de Austria, y ensombreciendo en particular el reinado de quien terminarán designando con el remoquete de “El Hechizado”.

Un príncipe que al nacer, víctima de la endogamia propia de la casa de los Habsburgo, ya presentaba una serie de particularidades que llamaron la atención, no sólo de su propio padre, el rey Felipe IV, quien mandó que –“cuando fuera menester mostrar aquella criatura se hiciera bien arropado, lo mayormente posible, entre telas, encajes y paños de seda-“, sino de toda una corte que al poco tiempo y con la agudeza que le caracteriza ya le había compuesto una coplilla que decía –“Es el príncipe al parecer, por lo endeble y lo patiblando, hijo de contrabando, pues no se puede tener”- 

Cuando a la muerte de su padre Felipe IV, en 1665, fue nombrado rey, apenas contaba con cuatro años de edad, siendo por tanto necesario instaurar una regencia que fue ejercida por su madre, hasta que a los catorce años fue declarado mayor de edad.

Y llegó el momento en el que debía cumplir con sus quehaceres y obligaciones regias de tener que dejar un heredero, asunto este que los galenos del monarca sabrían de primera mano lo verdaderamente complicado que podría esto resultar, porque si bien estos temas eran tratados con las mayores de las cautelas y no eran desvelados con facilidad, la rumorología entre los corredores de palacio argumentaban unos, que era impotente, y otros, que de raudo finalizaba antes si quiera de haber llegado a empezar por lo que el propósito se antojaba muy difícil de abordar y mucho más de aconsejar.

Aún así y con todo al monarca, recién cumplidos los 18, lo enlazaron con María Luisa de Orleans, de 17 (sobrina de Luis XIV), joven y bella, saludable, alegre, risueña, y caprichosa, con la “difícil” misión de concebir un heredero para la corona de España, que en aquellos tiempos seguía siendo una corona de una sombría y rígida etiqueta, asignándosele, para asistir a la nueva reina, a la duquesa de Terranova, ya cumplidos los cincuenta y con pocas ganas de soportar desaires, desdenes y caprichos.

Al cruzar la frontera del Bidasoa, la comitiva que acompaña a la recién esposa trae consigo dos loros que “parlotean” con ella en francés. Unas aves que desquiciarán a una duquesa de Terranova convencida de que en sus chácharas vierten insultos hacia su persona, por lo que dispuesta a poner fin a aquella situación ordena que ambas sean envenenadas. Enterada la reina de la desalmada autoría y eludiendo totalmente la etiqueta y el protocolo imperante, saltándose hasta las mínimas normas de cortesía establecidas, se dirige hacia la duquesa estampándole dos sonoras bofetadas delante de todos los allí presentes que no salen de su asombro.

Carlos II le llama al orden, y es entonces cuando esta le dijo aquello de –“Señor, ha sido un antojo”-

Un antojo, (¿?)……como la encarnación de un deseo apremiante y pasajero, habitualmente caprichoso, popularmente asociado y atribuido a los estados propios de la mujer embarazada, símbolo evidente de su preñez…….. (¿?)

Y esto es lo que debió pasar por la cabeza de aquel infeliz monarca que anunciaba a toda la corte el estado de buena esperanza de su mujer, para sorpresa de algunos e incredulidad de otros.

Obviamente la reina no se encontraba en cinta, ni lo estaría durante los diez años que duró aquel matrimonio, del que acabaron por inculparla de ser una “reina infecunda”, hasta que el 12 de febrero de 1689, a sus veintiséis años una apendicitis acabó con su vida.

Rápidamente la corte se puso a trabajar para casar de nuevo a un monarca que a sus veintisiete años aparentaba pasar de los cuarenta, siendo la elegida como nueva consorte una alemana de familia prolífica, al ser ella la décimo segunda hija de los veintitrés vástagos que tuvo su padre Felipe el conde palatino de Neoburgo, llamada María Ana Adelaida (además, su hermana mayor, Leonor, era la mujer del emperador Leopoldo I).

Mariana de Neoburgo (que así es como es conocida como reina de España), cuenta con 23 años y la experiencia de tener noticias sobre lo acontecido a su predecesora.

Comprobando rápidamente la imposibilidad de dar un heredero a la corte, sin acusar al rey de ser el responsable directo, y cometer delito de perjurio cuanto menos, cuando comenzó a vislumbrar que los ánimos se empezaban a templar, decidió poner remedio fingiendo estar embarazada, para conmoción hasta del propio rey y sorpresa de un pueblo que clamaba por un heredero.

Pasados algunos meses, la reina de igual modo que había anunciado el estado de buena esperanza, advertía y anunciaba con dolor haber sufrido la pérdida del mismo, para consternación general.

Comprobando que aquella forma de actuar había cumplido su misión y le había, en cierta manera, funcionado, volvió a repetir esta, en cuanto sintió de nuevo ser el centro de las iras de un pueblo que no entendía como aquella “pelirroja antipática” no les daba el ansiado sucesor, notificando un embarazo y con el oportuno tiempo requerido de nuevo, otra interrupción.

Y así hasta en veintidós ocasiones…………………..

Y con todos estos anuncios de preñeces y pérdidas, una coplilla que comenzó a circular por los barrios de Madrid, que decía así;

–“Tres vírgenes hay en Madrid: la Almudena, la de Atocha y la reina, nuestra señora”-.

El hecho es que llegado el momento de nombrar legatario de los reinos y al no disponer de uno directo y natural, Carlos II se dispuso a realizar testamento, motivo a la postre de una agria disputa entre las distintas monarquías europeas.

El monarca además de sus achaques físicos y problemas degenerativos, se vio entonces sometido a presiones, contubernios e intrigas palaciegas. En un primer momento el elegido para sucederle y así lo determinó en 1696, fue José Fernando de Baviera, sobrino nieto de Carlos II, pero quiso el destino llevárselo en 1699.

Es entonces cuando queda abierta la corona a dos posibles candidatos, uno, el archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo y biznieto de Felipe III, el segundo, Felipe de Anjou, nieto del rey de Francia Luis XIV y biznieto de Felipe IV, siendo la decisión tomada un mes antes de su fallecimiento, en octubre de 1700, la de elegir a Felipe de Anjou, candidato este al que una Gran Bretaña recelosa no aceptaba, surgiendo a la muerte del rey una guerra, en la que ambos se declararon poseedores de la corona de España.

Una contienda que hoy, día 11 de abril de 1713, hace 304 años, con la firma de este Tratado de Utrecht, se ponía fin a esta cuestión, aceptando a Felipe de Anjou, como rey de España a cambio de recibir, entre otras concesiones, Gran Bretaña el Peñón de Gibraltar y la isla de Menorca, así como la renuncia comercial en tierras más allá de los mares y la renuncia de Felipe de Anjou, para siempre, para él y todos sus descendientes, a cualquier pretensión sobre la corona de Francia.

11 abril fortea

11 de abril José Luis Fortea

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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