Firmas
’18 de julio … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea
Publicado
hace 7 añosen
De
José Luis Fortea
……………el sábado 18 de julio de 1936, de hace hoy por tanto ochenta y un años, los generales Manuel Goded Llopis, desde la comandancia militar de Baleares y Francisco Franco Bahamonde, al frente de la división de Canarias, se adherían a la sublevación militar iniciada, el día anterior por la tarde, en Melilla, Marruecos y Ceuta contra el gobierno republicano de Santiago Casares Quiroga, que al no secundarse en todos los distritos militares previstos, dejaría dividida, aún más si cabe, una España que ya se encontraba confrontada e inmersa en una espiral de enfrentamientos, entre los partidos de izquierda y los de la derecha, desde tiempo atrás, cuando cuatro años antes, el general José Sanjurjo Sacanell, aquel 10 de agosto, fracasara en su intento de golpe de Estado, recrudeciéndose estos desde el mes de abril, y durante todo el segundo trimestre de 1936.
Para conmemorar el quinto aniversario de la instauración de la Segunda República, el 14 de abril de aquel año de 1936, se realizó un desfile militar por el Paseo de la Castellana de Madrid, en cuya tribuna principal se encontraban, el presidente en funciones Diego Martínez Barrio, y Manuel Azaña Díaz, jefe del gobierno (que sería nombrado presidente de la república al mes siguiente). En mitad de dichos actos se produjo la detonación de un artefacto explosivo, que seguida de una serie de disparos produjo la muerte de Anastasio de los Reyes, alférez de la Guardia Civil, que vestido de paisano presenciaba el recorrido.
El cruce de acusaciones, sobre la autoría de este atentado entre los elementos más radicales de la izquierda y de la derecha, no se hizo esperar. La tensión política de aquel abril de 1936 llegaría a crear una atmósfera peligrosamente enfrentada, convulsa y conflictiva, que el denominado “Frente Popular” (que era la coalición que reunía a los principales partidos de izquierdas y que había ganado las elecciones celebradas dos meses antes) parecía no saber controlar, o al menos eso era lo que argumentaba la alianza de los partidos de la derecha, en el denominado “Frente Nacional”.
El entierro de aquel alférez asesinado, llevado a cabo al día siguiente, se convertiría en todo un acto de protesta y demostración antirrepublicana, al que asistieron los diputados de la derecha José María Gil Robles (creador de la CEDA, Confederación Española de Derechas Autónomas) y José Calvo Sotelo (que había sido ministro de hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera y uno de los principales líderes del nuevo partido político “Renovación Española”), así como diversos mandos del ejército y miembros del partido Falange Española (FE).
En un momento determinado un grupo de pistoleros a lo largo del recorrido abrió fuego sobre aquella comitiva, produciéndose un intercambio de disparos cuyo resultado final sería el de seis muertos y tres heridos de gravedad. Uno de los fallecidos era Andrés Sáenz de Heredia, estudiante, falangista y primo hermano de José Antonio Primo de Rivera, cuya muerte fue atribuida a la sección de la Guardia de Asalto dirigida por el teniente José del Castillo Sáenz de Tejada, instructor de las milicias Socialistas Unificadas. En el mismo ataque también resultaría herido el joven carlista y estudiante de medicina, José Luis Llaguno Acha.
La espiral de violencia y actos destructivos se sucederían desde entonces, siendo una constante durante aquellos meses. La tensión llegaría hasta el propio Congreso de los Diputados, cuando el martes día 16 de junio, en sesión parlamentaria tuvo lugar uno de los debates más acalorados que se recordaban, desde hacía mucho tiempo, entre el presidente del gobierno, que también era ministro de la guerra, Santiago Casares Quiroga y el líder de “Renovación Española” José Calvo Sotelo. Este último, en un momento de la propia tensión originada llegaría a afirmar que;
-“Estaría «loco” el militar que no estuviese dispuesto a sublevarse a favor de España y en contra de aquella anarquía”-.
Siendo acto seguido reprendido por el propio presidente del Congreso, mandándole mesura en sus afirmaciones para evitar que fueran “mal interpretadas como una posible invitación a un golpe de Estado”, quien lejos de retractarse o bajar el grado la intensidad de sus manifestaciones, llegaría a enzarzarse en una todavía más gravosa conversación con el diputado Wenceslao Carrillo (padre de Santiago Carrillo), en un cruce dialéctico tal, que el propio presidente de la cámara mandaría eliminar del diario de sesiones.
El domingo día 12 de julio, en la confluencia de la calle de Augusto Figueroa con la de Fuencarral, cuando se dirigía a prestar servicio al cuartel de pontejos, a espaldas del edificio del ministerio de la gobernación, junto a la puerta del sol, era asesinado el teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo Sáenz de Tejada a los treinta y cinco años de edad, en un atentado llevado a cabo por cuatro pistoleros desconocidos.
El periódico “Mundo Obrero” informaba del asesinato solicitando del gobierno ser “algo más beligerante”. Ubicada la capilla ardiente en la Dirección General de Seguridad, el ambiente que se respiraba era de indignación colectiva, viviéndose escenas entre los compañeros de Castillo visiblemente alterados, llegándose a escuchar frases en las que se clamaba venganza. Al velatorio llega vestido de paisano Fernando Condés Romero, capitán de la Guardia Civil e instructor de las milicias socialistas, como el teniente asesinado, que en un aparte en aquella sala y visiblemente emocionado, tras conversar brevemente con Santiago Garcés Arroyo, Luis Cuenca Estevas y José del Rey Hernández, salían de allí los cuatro, junto a otros siete guardias de asalto más, acompañados de Orencio Bayo Cambronero que haría de conductor de la camioneta Hispano-Suiza número 17, trasladándose todos ellos hasta el número 89 de la calle de Velázquez, domicilio de José Calvo Sotelo, apareciendo horas más tarde, de aquella misma noche, su cadáver abandonado en los arcos del cementerio del este.
Cuando el presidente de la república, Manuel Azaña, a la mañana siguiente era informado de este suceso, exclamaba visiblemente contrariado, -“¿Calvo Sotelo asesinado?, ¡esto es la guerra!”-
El general Franco, que meses antes había declinado participar en un alzamiento militar, remitiéndole el mensaje en clave “Geografía poco extensa” al general Mola, tras conocer el triste destino del líder de Renovación Española, le remitió otro en el que le decía –“Es la señal”- .
El día 17 a las 17 horas, se alzaban las plazas de Melilla, Tetuán en el protectorado español de Marruecos y Ceuta. El día 18 lo hacían las islas Baleares, Canarias, Gonzalo Queipo del Llano en Sevilla, Zaragoza, el general Mola en Pamplona, Segovia, Salamanca, Valladolid, Burgos, Ávila, fracasando sin embargo en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, San Sebastián, Gijón y Málaga, dibujándose sobre el mapa dos Españas, que acabarían por hacer inevitable un enfrentamiento armado entre ambas.
Cuando el 18 de julio, de un día como hoy, anunciaban a la bailarina española Antonia Mercé Luque, a quien conocían como “La Argentina”, considerada “la Pavlova del baile español” la noticia de esta rebelión militar, cayó fulminada al instante mientras preguntaba –“¿Qué me sucede, qué me ocurre?”-, siendo considerada como la primera víctima, indirecta e inesperada, de la guerra civil que le sucedería.
La bailarina había sido galardonada con la medalla de Isabel La Católica, en diciembre de 1931, en el teatro español de la plaza de Santa Ana, por el entonces jefe del ejecutivo Manuel Azaña.