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’21 de abril … Y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea

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José Luis Fortea

………..en 1836, tuvo lugar la decisiva batalla de San Jacinto en Texas,  con la sorprendente victoria de las tropas del general Samuel Houston sobre las del general mexicano Antonio López de Santa Anna, que en definitiva llegaría a significar la independencia de la República de Texas del Estado de México, de quien formaba parte, configurando uno de sus diecinueve Estados, conocido en aquellos tiempos como el Estado Libre Mexicano de Coahuila y Texas.

México había sido permisivo y tolerante con los colonos texanos afincados en sus territorios, a los que no les exigía contraprestación, tributo ni obligación alguna por ocupar sus tierras, en una política demasiado liberal, que llevaría a sostener unas buenas relaciones cordiales y de entendimiento, entre aquellos “inquilinos” con el gobierno de la nación.

Hacia 1824 las concesiones territoriales se habían multiplicado sin tomar ningún tipo de precaución, siendo consciente además el gobierno de Coahuila y Texas que muchos empresarios norteamericanos veían en aquellas tierras la oportunidad de establecer sus negocios de plantaciones de algodón, con la ventaja añadida que les proporcionaba la exención de impuestos, utilizando además mano de obra esclava.

Este clima de hermandad y cordialidad, fue truncándose poco a poco, tornándose aquellas banales e intranscendentes discrepancias de un principio, en verdaderos enfrentamientos abiertos, llegándose a producir las primeras revueltas protagonizadas por los aludidos colonos.

La Constitución de Coahuila y Texas de 1827 establecía en su artículo 9, de manera precisa, la prohibición del ejercicio de cualquier religión que no fuera la católica, mandato constitucional este, amén de otros, que los colonos incumplían abiertamente, haciendo caso omiso.

Ante el creciente clima de disensión que se comenzaba a vislumbrar, la ley del 6 de abril de 1832 acabó por tensar aún más si cabe estas relaciones, al prohibir el gobierno mexicano expresamente la inmigración de nuevos colonos norteamericanos a Texas y al final del mes, el día 22 de abril, con la aprobación de la disposición que autorizaba la expulsión del país de aquellos extranjeros ilegales, los colonos texanos ante la amenaza inminente de ver peligrar la producción e incluso la propiedad de sus plantaciones, se levantaron abiertamente contra el gobierno del presidente Anastasio Bustamante, en una serie de revueltas y campañas militares que culminarían el día 2 de marzo de 1836, declarando su independencia y eligiendo a David Burnett como su presidente y a Lorenzo de Zavala como su vicepresidente.

Desde ese día la ofensiva mexicana no se hizo esperar, y el ejército de Santa Anna comenzó una serie de batallas en las que se impuso con aparente facilidad. El 6 de marzo con su victoria en el Álamo, así como el triunfo del general José Urrea en el Encinal del Perdido, teniendo en poco tiempo las principales guarniciones texanas bajo control.

Hasta el 21 de abril de 1836, cuando se produce la ya aludida batalla en la que inesperadamente las tropas del general Sam Houston se impusieron a las huestes del general mexicano.

Mentar como sorprendente esta victoria en aquel lugar próximo al río San Jacinto, a unos 300 kilómetros al este de la actual ciudad de San Antonio en Texas, no es en modo alguno exagerar el término, ya que las tropas de López de Santa Anna, con casi mil doscientos soldados, doblaban en número a las de su rival, el general Houston, siendo también más avezadas y experimentadas.

Lo que llama poderosamente la atención, aún más si cabe, fue la manera en cómo se produjo esta, ya que las tropas texanas necesitaron únicamente dieciocho minutos y sufrir tan sólo nueve bajas en sus filas (frente a las cerca de 600 causadas) para imponerse a un confiado ejército mexicano, en el que su general, en una mala decisión sin duda, había permitido a sus tropas realizar un descanso, poniéndose estos a “dormir una siesta”, momento este que los texanos aprovecharon para atacar.

El mismo Antonio López Santa Anna señalaría posteriormente; –“Jamás pensé que un momento de descanso nos fuese tan funesto”-.

Y es que sin duda alguna, es la toma de decisiones acertadas o equivocadas, durante las contiendas, lo que determina el devenir de los acontecimientos en la historia, con sus triunfos o sus fracasos. A lo largo de esta ha habido excelentes estrategas que con sus sabias y oportunas decisiones, a pesar incluso a veces de las adversidades, obtuvieron un inesperado triunfo.

Grandes estrategas, como Alejandro Magno y su “Falange Macedónica”, que por la manera de situarse, con su característico aspecto de puercoespín, estaba considerada como invencible, o como el general lusitano Viriato que instauró un modelo de combate tan eficaz como contundente, la “guerrilla”, en la que con un conocimiento perfecto del terreno desarrollaba la táctica de un ataque sorpresa y tras este, con la misma rapidez desaparecía sin dejar rastro, llegando a despertar verdadera sensación de terror entre los experimentados soldados romanos, que para acabar con su vida, el cónsul Quinto Servilio Cepión recurrió al soborno de los hombres de su confianza para que lo asesinaran (Aurax, Minuros y Ditalcón, que al ir a cobrar lo prometido escucharon aquella frase de -“Roma no paga a traidores”-) .

Mencionar también a Federico II, rey de Prusia, apodado “El Grande”, admirado por su logística por el mismo general Napoleón Bonaparte, que a los pies de su tumba mandó a los hombres que le acompañaban descubrirse diciéndoles –“Si él viviera, nosotros no estaríamos aquí”-. Sabias palabras de quien, sin duda alguna, es de los más hábiles y diestros, en estos asuntos, a la hora de sincronizar con una precisión asombrosa, sobre el mapa, el movimiento exacto de sus tropas, partiendo de puntos divergentes y en tiempos diferentes y calcular el movimiento y el posterior encuentro de todos ellos, con una seguridad difícil de concebir, como la lograda el 14 de junio de 1815 en los llanos de Beaumont a las orillas del Sambre.

Aplicando con maestría el principio de dividirse para avanzar y reunirse para combatir.

Sin olvidar por supuesto a Aníbal, Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid Campeador”, “El Gran Capitán”……etc …

En el otro lado, en el de los grandes errores, también los hay solemnes, además del tratado en esta reseña de hoy, de la mencionada decisión de tomarse un descanso y “echarse una siesta”, tenemos el del rey cristiano de Jerusalén, Guy de Lusignan que cegado por la furia abandonó la protección de sus murallas para perseguir al sultán musulmán Saladino, sabedor este que en número era mayor que las tropas cristianas, adentrándose en el desierto dejándose perseguir por un rey que acabó sumergiéndose en el desierto hasta acabar siendo cercado.

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