Hugo Román
Lulú es una mujer y al mismo tiempo son todas. Este es el punto de partida de Lulú (Teatre Talia hasta el 26 de noviembre) interpretada por María Adánez, Armando del Río, César Mateo, David Castillo y Chema León.
Amancio, viudo y dueño de una plantación de manzanos, malvive junto a sus dos hijos obsesionado con la repentina y violenta desaparición de su esposa. Una noche coge su coche y se encuentra con una hermosa y misteriosa mujer. Una chica medio desnuda que lleva una herida en la espalda, sin apenas memoria que tan solo recuerda su nombre: Lulú.
Esta perturbadora y extraña historia de Paco Becerra y dirigida por Luis Luque mantiene durante toda la función un ambiente misterioso (excelente la iluminación y su puesta en escena) que termina con una inesperada vuelta de tuerca. Porque Lulú es una crítica a esa misoginia que mantiene vivo el mito de la femme fatale, la mujer como ser demoníaco creado para pervertir y torturar al hombre. Una visión que a muchos todavía hoy en el siglo XXI les sirve como excusa o justificación para cometer barbaries contra ella.
Lulú es una mujer y al mismo tiempo son todas esas mujeres que son maltratadas o asesinadas cada día. Mujeres que al final terminan siendo simplemente un número más de la violencia de género. Un número sin nombre para muchos ante la inoperancia de las medidas de nuestro sistema. Un sistema que tal vez vive anclado en ese viejo mito de mujer fatal.
Porque esta historia trata de mostrar que en realidad las cosas no son siempre lo que parecen. Que detrás de cada historia hay siempre dos versiones aunque nos traten de engañar con falsas historias, viejos mitos y leyendas.