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‘8 de noviembre… y entonces sucedió que…’, por José Luis Fortea

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José Luis Fortea

…………………………durante aquella tarde del jueves 8 de noviembre de 1923, en la cervecería Bürgerbräukeller, fundada en 1885, de la calle Rosenheimer, en el barrio de Haidhausen, una de las más grandes de la ciudad de Munich, con capacidad para más de mil ochocientas personas, daba un discurso el gobernador de Baviera Gustav von Kahr ante una más que concurrida y expectante audiencia.

En aquel mismo lugar solía pronunciar sus arengas el líder del recientemente creado Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), Adolf Hitler, ante sus afiliados y simpatizantes, descontentos con el trato injusto, que estaba Alemania recibiendo, a su juicio, por los países europeos vencedores, tras la firma del armisticio de la Primera Guerra Mundial con sus condiciones impuestas.

El Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919, obligaba a Alemania a reconocer su culpabilidad en la responsabilidad de la guerra causada, así como a desarmarse y a efectuar unos pagos a modo de indemnización por las pérdidas sufridas por parte de los países aliados, mediante las llamadas “Reparaciones de Guerra”, recogidas en el Título VIII del aludido tratado de paz.

Fue precisamente aquella tarde del día 8 de noviembre, de hace hoy noventa y cuatro años, cuando a medio discurso del gobernador Von Kahr, los camisas pardas de las Sturmabteilung (S.A) o Secciones de Asalto (las milicias del partido nacionalsocialista), rodeaban el edificio de la cervecería, irrumpiendo en su interior Hitler, pistola en mano acompañado de Rudolf Hess, Alfred Rosenberg y Hermann Goering, que declaraba ante los allí presentes, tras disparar su arma hacia el techo, la llegada de la “revolución alemana”, mientras simultáneamente a este acto, una parte de las mencionadas S.A ocupaban los cuarteles del ejército y de la policía, y durante la noche y las primeras horas de la mañana del viernes día 9, las tropas de asalto, al mando del comandante Ernst Röhm tomaban el Ministerio de Defensa.

Este golpe de estado, que terminó fracasando, acabaría siendo conocido como el “Putsch de la Cervecería”. Hitler fue condenado, por un delito de traición, a la pena de cinco años de privación de libertad (de los que solo cumpliría nueve meses, en la prisión de Landsberg, a 65 km de Munich, en donde con la colaboración de Rudolf Hess, escribiría “Mi lucha”), siendo el partido nazi declarado, desde entonces, ilegal.

El 23 de diciembre de 1924 Hitler salió de aquel centro penitenciario de Landsberg, con una visión sobre la manera de actuar bien diferente, buscando para ello una entrevista con el entonces recién elegido ministro presidente de Baviera, Heinrich Heldd, que le sería concedida y que tras la misma, después de haber recibido las promesas de un Hitler más que dispuesto a ceñirse a la legalidad constitucional y que se mostraba aparentemente “arrepentido”, aceptaba legalizar de nuevo al Partido Nacional Socialista.

El mismo presidente Heinrich Heldd, tras este encuentro, escribía a su ministro de justicia, Franz Gürtner una carta en los siguientes términos; -“La bestia salvaje está controlada. Podemos permitirnos aflojar las cadenas”-.

La idea estaba bien definida, empleando una táctica que requería una mayor inversión temporal que la que supondría realizar un levantamiento violento, pero que una vez obtenidos un mayor número de votos que sus adversarios políticos, acabarían consolidándose desde la propia legalidad democrática, y desde sus entrañas, acabar con esta.

Siete años más tarde, en las elecciones de 1932 ya fueron la primera fuerza política del Parlamento, y el 30 de enero del año siguiente Adolf Hitler fue nombrado Canciller de Alemania, instaurándose el III Reich (1933-1945).

Fue precisamente durante este periodo, cuando aquella vieja cervecería se convertiría en lugar de culto de las celebraciones que año tras año y en recuerdo del Putsch del 8 de noviembre de aquel 1923, acabarían celebrándose. El propio Hitler acudía desde entonces, cada 8 de noviembre, a dar un discurso.

El de 1939, de hace hoy setenta y ocho años, iba sin embargo a ser diferente. Un carpintero llamado George Elser de 36 años de edad con la firme idea de atentar contra el Führer, y acabar con su vida, había colocado una bomba fabricada por él mismo, accionada mediante un dispositivo temporal, oculta en el interior de una columna muy cerca del estrado en el aquel solía desarrollar su oratoria. Para ello durante treinta noches, escondiéndose a la hora del cierre en los lavabos de la cafetería, fue realizando las tareas de colocación del mencionado artefacto.

Estudió el lugar a conciencia y anotó las franjas horarias en las que solían aparecer en aquella cervecería y la duración de la misma, determinando que entre las 20,30 y las 22 horas era cuando tenía lugar el evento, por lo que programó la detonación para las 21,20 horas. Aquel año sin embargo, al encontrarse Alemania en guerra, desde hacía dos meses, se determinó que los actos del homenaje fueran más breves.

Hitler y la plana mayor del partido nazi hacía su aparición, tal y como había previsto Elser, a las ocho de la noche, dando comienzo su discurso diez minutos más tarde, pero finalizando el mismo pasados unos minutos de las nueve, y sin demora, dirigirse a la estación para coger el tren de las nueve y media con destino a Berlín (la causa de tanto apremio fue también debida al mal tiempo de aquella noche que desaconsejaba tomar un vuelo más tarde).

Trece minutos más tarde de abandonar la cervecería Hitler, estalló aquella bomba, como estaba previsto, a las nueve y veinte de la noche, destrozando el local en el que acabarían perdiendo la vida ocho personas y resultarían heridas otras sesenta y cinco.

Las investigaciones determinarían al carpintero como el autor material del mismo, que sería detenido por la policía en las proximidades del lago Constanza, en la frontera Suiza. Con el estatus de “prisionero privilegiado” ingresó, primero en el campo de concentración de Sachsenhaussen y en 1944 fue trasladado al de Dachau.

Elser murió ejecutado el día 9 de abril de 1944, veintiún días antes de suicidarse Hitler.

Hoy en día en el lugar en el que se encontraba la antigua cervecería Bürgerbräukeller existe una placa en homenaje a Georg Elser.

 

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