Un correo publicitario de una conocida marca de ropa me recuerda que en unos días empieza el famoso festival de Coachella, que tiene lugar en la ciudad de Indio, a unos 200 kilómetros de Los Ángeles, en California, Estados Unidos. Por curiosidad me voy a buscar el precio de las entradas, que no bajan de 500 euros. Qué barbaridad. Es lo primero que pienso.
El Festival de Música y Artes de Coachella Valley se ha convertido en el evento musical mundial en el que se concentra un mayor número de famosos, tod@s ell@s con unos estilismos que quieren aparentar un aire bohemio y moderno aunque (y eso lo sabemos) están perfectamente estudiados.
Son muchas las firmas de moda que aprovechan el tirón coachelero para lanzar colecciones exclusivas para que, de alguna manera, y en los próximos meses, el resto de los mortales reproduzcamos algunos de los looks, ya sea en algún festival de la geografía española (bastante más asequible) o en las fiestas de los pueblos.
Pero esto no fue siempre así. El festival insignia del postureo era, hasta hace unos años, la gran cita para los amantes de la música alternativa en la costa oeste de Estados Unidos. De hecho, su principal reclamo era conseguir reunir en un mismo fin de semana a grupos de culto que hacía años que no tocaban como los Pixies, Pearl Jam… Eran carteles únicos.
Desde hace unos años, la música alternativa ha pasado a mejor vida y ha ganado terreno lo comercial, lo que se puede oír y bailar en cualquier sitio. Lo peor es que a muchos de los que asisten solo les interesa decir que han estado allí y que tuvieron bailando cerca de Leonardo DiCaprio o a alguna modelo de Victoria’s Secret.