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’14 de julio … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea
Publicado
hace 8 añosen
De
José Luis Fortea
…………….el 14 de julio de hace hoy 228 años tuvo lugar el asalto a la prisión de la Bastilla de Saint Antoine, ubicada en el centro de la ciudad de París, era esta una antigua fortaleza que defendía una de las puertas de entrada a la ciudad, la de San Antonio, como enclave estratégico militar de defensa, convertido en presidio por el cardenal Richelieu, ministro del rey Luis XIII, en el que eran encarcelados, sin necesidad de juicio previo ni tan siquiera haber cometido delito alguno, aquellos que recibían una orden directa del rey (lettre de cachet), siendo desde entonces un edificio odiado y despreciado por los franceses y muy especialmente por su población parisina, al considerarlo símbolo del más puro estilo absolutista monárquico.
Este asalto a la mencionada prisión por los revolucionarios franceses, acabaría siendo interpretado como el final de aquel viejo sistema político, el llamado antiguo régimen, señalando el inicio de partida de la revolución francesa.
Durante el año anterior a estos sucesos, en 1788, la climatología no había ayudado a la monarquía de Luis XVI, rey de Francia y de Navarra desde hacía casi catorce años, que arrastraba ya unas ingentes deudas consecuencia de su mala gestión financiera, en un periodo anormal de constantes lluvias que habían malogrado las cosechas de los campos de trigo de la comarca de París, una pérdida que vería sus consecuencias un año después, cuando dicha escasez y merma conllevaron la elevación del precio de la harina y en consecuencia de un elemento básico y fundamental en la dieta de aquella población, el pan.
Según estudios y cálculos realizados, cada ciudadano de aquella época ingería, de media, aproximadamente un kilo de pan diariamente. El final de aquel año de 1788 y principio de 1789 tuvo lugar además uno de los inviernos más duros de los últimos noventa años, hecho que agravaría todavía más la situación y el descontento de una población que empezaba a pasar hambre. La disminución de las cosechas llegaría a disparar el precio de la barra de pan, hasta el punto de igualarse el importe de esta con el sueldo mensual medio de un trabajador, sucediéndose entonces los primeros altercados y ataques directos a las panaderías de París, siendo algunos panaderos linchados por la hambrienta turba, acusados de especular, ocultando harina en sus alacenas.
Las noticias que llegaban a la población, en aquella situación de desesperación, desde Versalles, del estilo de vida de su monarca Luis XVI junto a María Antonieta ajenos a la misma, rodeados de todo tipo de lujo, de riquezas y de una abundancia tal, que de la misma forma, empezaría a ser cuestionada, trasladándose estas quejas al papel, acusando a la corte real directamente de aquellas estrecheces, comenzando a circular por las calles de París un pequeño escrito firmado por un joven abogado de Arrás, que en aquel entonces contaba con treinta y un años de edad, llamado Maximilien de Robespierre y que decía;
-“¿Sabe por qué hay tanta gente necesitada?, es acaso que su lujoso estilo de vida devora en un día lo que un millar de hombres necesitaría para subsistir?”-.
Fue entonces cuando se sucedieron los acontecimientos de aquel mes de mayo, con la convocatoria de los Estados Generales del día 5, aconsejado por el nuevo ministro de finanzas Jacques Necker en un intento por obtener la colaboración de la nobleza y el clero en el pago temporal de una serie de impuestos para paliar la delicada situación de las arcas del Estado, y su rotunda negativa.
Cuando el día 20 de junio Luis XVI ordenó el cierre de la sala en la que se reunían los diputados pertenecientes al tercer estado y estos decidieran hacerlo en el lugar habitual del juego de la pelota, juramentándose en permanecer unidos hasta darle a Francia una constitución, el rey, mandó a sus tropas militares marchar hacia Versalles y la misma ciudad de París, concentrándose en sus alrededores.
La llegada de aquellos soldados, en número cerca a los treinta mil, empezó a despertar el recelo de una población que temía alguna maniobra militar contra sus gentes. Los que entraban a la ciudad desde distintos puntos, por el suroeste desde Guyancourt, desde el norte por Saint Denis, desde el este por Montreuil daban cuenta de las, cada vez, más numerosas tropas que parecían aguardar una señal de ataque.
El 11 de julio, el rey decreta la destitución de su ministro más popular, Jacques Necker, el que había solicitado a la nobleza y el clero su contribución temporal en el pago de impuestos, que convenció a Luis XVI para convocar los Estados Generales, el que quería cerrar la prisión de la Bastilla, al considerar que para su mantenimiento se requerían excesivos gastos. Aquella destitución provocó la concentración de tres mil ciudadanos, manifestándose en silencio como señal de protesta. Aquella remoción fue considerada el preludio de un ataque por parte del monarca.
Para defenderse de una más que posible e inminente acometida, los parisinos crearon una nueva “Guardia Nacional”, asaltando las armerías de toda la ciudad, haciéndose acopio de más de veintiocho mil mosquetes, necesitando para su uso la requerida “carga explosiva” que los hiciese funcionar, y sabían muy bien el lugar al que dirigirse para encontrarla, “La Bastilla”.
Al grito de….-“¡¡¡a la Bastilla!!!”- la población de París con estandartes tricolor, rojo y azul por ser los colores de la ciudad de París, separados por blanco, de la casa Borbón, se dirige aquel martes 14 de julio, hacia el emblemático castillo de piedra para, lejos de liberar a los allí encerrados, que aquel día eran escasamente siete prisioneros, procurarse de la pólvora que necesitaban para sus armas, contenida en los cerca de doscientos cincuenta barriles que allí se custodiaban.
El gobernador y comandante de la guarnición de la Bastilla el marqués Bernard de Launay al mando de ciento catorce soldados, sin recibir notificación alguna desde Versalles, decide actuar por cuenta propia ordenando, al tener noticias de la llegada inmediata de la población, cerrar la empalizada de la fortificación. A las diez de la mañana, se permitió la entrada de dos representantes revolucionarios, para comenzar una negociación que acabaría sin llegar a acuerdo alguno, iniciándose tras unos primeros disparos, probablemente fruto de la confusión y nerviosismo del momento, un asalto en el que se produciría la muerte de cien de estos asaltantes y en el que al caer la tarde se lograba conquistar, siendo de Launay asesinado y su cabeza colocada en lo alto de una pica, para ser exhibida triunfalmente por todas las calles de Paris.
Cuando a la mañana siguiente, del miércoles día 15 de julio, el rey despertaba, es informado de este asunto por el duque de Liancourt, momento en el que Luis XVI le llegaría a preguntar;
-“Duque, que pensáis vos, ¿es esto una rebelión?”- a lo que este le contestó;
-” No Sire, no es una simple rebelión, es una revolución”-.
Al año siguiente, en 1790, el día 14 de julio mediante la llamada “Fiesta de la Federación” que serviría para conmemorar el primer aniversario de este suceso en los campos de Marte, daría lugar a la instauración con el tiempo de toda una fiesta nacional, que se celebra en Francia cada 14 de julio, desde 1880.
Feliz 14 de julio!!! Joyeux 14 juillet!!.
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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