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‘3 de noviembre … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea
Publicado
hace 8 añosen

José Luis Fortea
……………….el lanzamiento del satélite artificial “Sputnik 1”, en octubre de 1957, por parte de la Unión Soviética, acrecentó la sensación de una mayor vulnerabilidad entre los estadounidenses que rápidamente iniciaron un ambicioso proyecto espacial, dando lugar al periodo de la llamada “carrera espacial” en el contexto de la Guerra Fría.
Al mes siguiente, el día 3, volvían los soviéticos a poner en órbita un segundo satélite, el “Sputnik 2”, pero en esta ocasión con un ser vivo a bordo, considerando que en caso de obtener un resultado positivo sobre aquella prueba, acabarían confirmando la supremacía soviética en el ámbito espacial, pudiendo ser utilizada esta como un éxito en su propaganda política, coincidiendo con el cuadragésimo aniversario de la revolución Bolchevique de 1917.
Vagabundeando por las calles, de aquel Moscú sobrio de 1957, perteneciente a la raza Laika, se encontraba una perrita de talla media, de carácter confiado y afable, que a pesar de las adversidades por las que tenía que pasar en su diario acontecer, sin cafeterías ni restaurantes, ni muchos lugares donde encontrar algo que llevarse a la boca, de duros y largos inviernos (con unas temperaturas que en ocasiones pueden llegar a descender hasta los veinticinco grados bajo cero), sobreponiéndose a aquellas desdichas, despertó el interés de unos científicos, que acabaron viendo en ella, un candidato factible y provechoso para su proyecto espacial.
La perrita fue llamada Kudryavka (en ruso, rizada), aunque curiosamente acabaría siendo conocida por el nombre de su raza, Laika, el primer ser vivo en viajar al espacio, de entre los muchos cánidos que fueron recogidos de las calles moscovitas que participaron en aquel severo proceso de acondicionamiento a un vuelo de estas características.
Unas pruebas y ensayos que incluían el paso por una máquina centrifugadora que reproducía la aceleración del lanzamiento, así como simulación de los sonidos que pudieran darse en el despegue del mismo, y el acoplamiento de un traje espacial.
Consciente del destino final de aquella simpática y participativa perrita, el doctor Vladimir Yazdovsky, ayudante de Sergei Korolev en estas pruebas con animales pequeños en vuelos espaciales, se la llevó a su casa, hasta los días previos al inicio de este, para permitir que pudiera jugar con sus hijos durante unos días.
Faltaban pues tres minutos para las siete y cuarto de la tarde, de aquel domingo 3 de noviembre, de hace hoy sesenta años, cuando desde el cosmódromo de Baikonur, en el actual Kazajastán, se ultimaban todos los preparativos de la cuenta atrás para dar inicio al lanzamiento. El habitáculo de la nave fue acondicionado para que en el interior se estabilizase una temperatura constante de 15 ºC, así como de comederos y bebederos que proporcionasen, a aquella ilustre viajera, la alimentación e hidratación necesaria para los siete días estimados de aquel vuelo, en caso de sobrevivir a las primeras horas de ingravidez, cuestión esta incierta y totalmente desconocida.
El lanzamiento fue un éxito y durante años la versión oficial de aquel viaje fue que Laika falleció al sexto día al quedarse sin oxigeno en la cabina de mando, siendo previamente provocada su muerte, al ser sometida a un proceso de eutanasia para evitar su sufrimiento. En 2002, fueron revelados los detalles de esta aventura espacial en los que la realidad fue bien distinta, ya que efectivamente se había producido la muerte de aquella, pero no con las condiciones que el gobierno soviético de aquel entonces ofreció.
Según desveló entonces Dimitri Malashenkov, científico que había participado en el mismo, Laika murió a las cinco horas del despegue, por un sobrecalentamiento de la cabina al producirse un fallo en el sistema térmico que disparó la temperatura en su interior, provocando tal estrés en el animal que acabó produciéndole un colapso falleciendo como consecuencia del mismo.
El Sputnik 2 permaneció en órbita seis meses, hasta el 14 de abril de 1958, momento en el que entró en contacto con la atmósfera y se desintegró.
En 2008, en el centro de Moscú fue erigido un monumento en su honor.
-“Todavía hoy no sé si yo soy el “primer hombre” o el “último perro” en volar al espacio”- (Yuri Alekséyevich Gagarin, primer cosmonauta, el primer ser humano en viajar al espacio exterior, en 1961.)
En un minuto y quince segundos unas imágenes de aquellos instantes https://youtu.be/Pz63twfoW3c
En 1988 el grupo Mecano lanzó al mercado una canción hablando de ella https://youtu.be/Ark2O_SjnsE
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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