Firmas
‘Guardia Civil: Un ejército sin un General de Ejército’, por @JoseSorzano
Publicado
hace 8 añosen
De
Periodista y Abogado
Foro de Opinión: José Luis Sampedro
Desde su fundación en 1844 por el duque de Ahumada, para ejercer fundamentalmente la lucha contra el entonces bandolerismo, son interminables las transformaciones que los gobiernos y políticos de turno de distinto signo político, han querido hacer sobre este colectivo hibrido entre lo militar y lo policial, sin que hasta ahora nadie haya conseguido cargarse la autentica esencia y contenido de la marca “Guardia Civil”, tricornio acharolado incluido.
Nadie puede cuestionar que la Benemérita al igual que ha tenido sus páginas más o menos negras, a sensu contrario creo que a lo largo de su historia su balance ha venido a ser más que positivo para con la ciudadanía de nuestro país.
Si bien, por exigencias del guion de la obediencia debida, en la dictadura franquista fue uno de los cuerpos policiales mas represores contra la llamada Oposición Democrática, bien es cierto, justo es reconocerlo, su incontestada lealtad al gobierno legalmente constituido de la II República, en la zona donde esta se mantuvo libre de los sublevados fascistas de los primeros momentos.
A este respecto, cabria recordar los nombres de los generales de la Guardia Civil leales a la España democrática de la II República: Pozas, Aranguren y Escobar, así como igualmente a la infinidad de jefes, oficiales, suboficiales y guardias que se mantuvieron fieles y firmes en defensa de la República legalmente constituida.
Dicho lo cual, precisamente ese honor y rectitud que late en su interior, así como su lealtad a esos principios de servicio al pueblo y la sociedad para la que fue creada, ha hecho que los políticos de cualquier signo jamás se hayan fiado total y completamente de este Cuerpo, a la hora de poder usarlo a conveniencia a modo de un “ejercito de soldaditos de plomo” donde se les pueda colocar y usar a capricho del poder político de turno, según el trance y circunstancias del momento. He ahí, como llamativo ejemplo, el último cese del DAO, teniente general Martin Alonso, me parece a mí que por simplemente perseguir, como era su obligación, determinados casos de corrupción, sin esperar que le dieran las órdenes desde “arriba” para tal fin.
Para una mejor compresión del análisis, diremos que la Guardia Civil actualmente es un colectivo militar de primerísimo orden, debido a la experiencia y alta cualificación de sus efectivos y, sobre todo, a que numéricamente siempre ha estado rondando la franja entre los 60.000 a casi los 80.000 hombres y mujeres en la actualidad. Fuerza, que en la actualidad, militarmente en efectivos, la convierte sin lugar a dudas en el equivalente a un “ejercito” completo y en toda regla.
Por lo tanto, hecha esta consideración, no se explica muy bien como una fuerza militar con esta gran cantidad de efectivos, jamás ha contado con un mando o empleo en consonancia con el número real de hombres y mujeres que tiene en estos momentos. O sea, dicho de otra manera, contar con un general de “Ejercito o capitán general de cuatro estrellas”, tal y como le correspondería por derecho propio a un contingente militar de estas características. Ejercito, cuyo máximo mando o empleo en su seno, en la actualidad es el de un teniente general, cuyo mando se correspondería militarmente a un cuerpo de ejército de 30.000 o 40.000 hombres máximo, y no a los casi 80.000 con los que cuenta actualmente.
De cualquier manera, justo es reconocerlo, que la Guardia Civil desde la instauración de la Democracia ha venido teniendo una evolución más que positiva, yo diría que lenta pero positiva, si la comparamos, por ejemplo, con los 40 años de dictadura franquista, donde siempre estuvo bajo el mando directo de un teniente general militar (de 3 estrellas) como director general, proveniente siempre del color caqui del ejercito que no del verde. He ahí los ejemplos de los tenientes generales militares: Iniesta Cano, Vega Rodríguez, Ibáñez Freire, Aramburu Topete, Ángel Campano y así un largo etc, provenientes del caqui del ejercito; bajo cuyo mando estaba un general de división del propio Cuerpo (2 estrellas) como sub director general , y siete u ocho generales de brigada ( 1 estrella) al frente de sus respectivas zonas. Circunstancia, quiero pensar, que se ha venido dando por la poca o ninguna confianza que su propia rectitud y honor interno ha venido transmitiendo este Cuerpo a todos los gobiernos de turno, hayan sido de la ideología que fuere.
Cabria resaltar, igualmente, que desde el ”Tejerazo” del año 1981, la Dirección General de la Guardia Civil , ha venido siendo ocupada continuamente por un civil; como fue el caso, entre otros, del mallorquín Joan Mesquida, que entraba en los cuarteles de Mallorca, hablando indistintamente, sin complejos, tanto el castellano como el mallorquín cuando tocaba. Creo yo, que como debe de ser.
Ahora bien, a sensu contrario, yéndose al extremo contrario, lo que ahora no tiene ningún sentido es que desde los tiempos del ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, se haya dotado al Cuerpo con 34 generales, entre tenientes generales (3 estrellas), generales de división (2 estrellas) y generales de brigada (1 estrella), y realmente no cuente con un general de “Ejercito” o capitán general que, por derecho propio, debería de corresponderle operativamente a este Instituto.
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………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
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Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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