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Huyendo del mundanal ruido, por @frandisiz

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Paco FerrandisPaco ferrandis

Se intensifica el éxodo vacacional. La gente huye despavorida de la monotonía y del trabajo. Las carreteras soportan la inmensa cantidad de vehículos que trasladan a sus propietarios al apartamento de la playa o a la casita del pueblo. Los aeropuertos se colapsan por la gran cantidad de personas que vuelan hacia países más o menos lejanos. Pero, ¿la gente huye también del bombardeo informativo?

La mayoría de los economistas aseguran que la crisis iniciada en 2008 ha alcanzado una gravedad semejante a la que tuvo lugar con el denominado “crack de 1929”. Su profundidad y duración así parecen corroborarlo: colapso del sistema bancario, cierre de empresas, paro galopante, extensión de la pobreza… Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre estas dos grandes crisis: la actual ha tenido lugar en la era en la que se han intensificado los fenómenos de la globalización y del crecimiento exponencial del tráfico de la información. Debido a ello, los hechos sociales y las opiniones vertidas sobre estos se extienden rápidamente por el globo terráqueo, a través de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales.

la hiperinformación acaba generando ruido social molesto. La noticia suele residir en el hecho desagradable: las muertes violentas, los accidentes de todo tipo, la comisión de delitos y la aplicación de las penas correspondientes, los casos de corrupción política… Los mass media fomentan y amplifican dicho ruido porque con él incrementan los niveles de audiencia y , por ello, les es rentable económicamente, pues las estridencias producen morbo y la gente compra el morbo con gusto.

Las crisis cíclicas (tanto las regulares como las extraordinarias) son inherentes al sistema capitalista y se caracterizan por provocar -en mayor o menor medida- paro, recortes salariales, más pobreza, encogimiento de los servicios públicos (por mengua de los ingresos de las Administraciones Públicas), incremento de las desigualdades sociales… Ahora, a las miserias producidas por la crisis hay que añadir la polución generada por el intensísimo tráfico comunicacional. De esta manera, las mentes de los ciudadanos llegan a percibir mayores niveles malestar psíquico-social: la crisis nos parece más especial, nefasta y duradera.

Tal es así, que el veloz y masivo reflejo que la formación de los fenómenos sociales contemporáneos tienen en los medios de comunicación, ha llegado a producir la generación de nuevas enfermedades psíquicas. Se ha constatado el progresivo incremento en la sociedad de nuevos miedos, como la “ecoansiedad”, la cual ya ha empezado a tratarse en los Estados Unidos, tan en vanguardia de todo.

Incluso ya podemos encontrar especialistas médicos en la fobia a la materia mediática por antonomasia: el cambio climático. Se llaman “ecoterapeutas” y una de ellas, Linda Buzzell, afirma que “las noticias sobre la situación del planeta son muy traumáticas, y muchaspersonasimpotentes ante los acontecimientostratan de bloquear estainformaciones. Pero tarde o temprano el miedo rompe su mecanismo de defensa y la gente experimenta muchísimo malestar” .

¿Será el mayor y más rápido acceso a la información que caracteriza este nuevo siglo el culpable del nuevo temor global? Para el psiquiatra Enrique González Duro, autor del libro Biografía del miedo (Ed. Debate), una sociedad más informada no equivale necesariamente a una sociedad más miedosa, pero si más mediatizada. “Hay una excesiva cantidad de información, pero que no es cualitativamente diferentePor ello, en las encuestas de opinión, la gente contesta que le preocupa lo que ve en la televisión: la amenaza terrorista, por ejemplo, que es una información que se repite hasta la saciedad”…

Dado que la mayoría de las personas acostumbran a informarse por los mismos canales ―y todos los canales repiten las mismas informaciones―, sus cerebros acumulan una información estandarizada y ―aunque parezca contradictorio― sesgada.

Por lo que respecta a la situación socioeconómica, tenemos la impresión de que no nos vamos a quitar de encima el estado anímico provocado por la crisis. En tiempos pasados se consideraba que la economía de un país salía de la crisis cuando empezaba a crecer el PIB y a disminuir el paro. Ahora se dejan de lado las cifras macroeconómicas positivas y, los medios de comunicación, junto con los partidos que no ejercen el poder, se centran en destacar los casos concretos donde se plasman las desigualdades, la violencia, la corrupción y las miserias varias, elevando a la condición de categoría los fenómenos particulares. Y siempre quedará algún desahucio por ejecutar, algún ERE por tramitar, y algún vagabundo que viva debajo de algún puente…

Así puede entenderse el crecimiento del estado de indignación en la esfera social y el posterior nacimiento y potente desarrollo de los movimientos políticos populistas. Su presencia en el escenario dominado por el ruido social, permite el establecimiento de una complicidad interesada con algunos medios de comunicación de masas, los cuales cuentan con un instrumento más para difundir la contaminación informativa, tan rentable en términos crematísticos.

Las fuerzas populistas (independentismo catalán incluido), fusionadas con la que hemos dado en llamar izquierda ceniza, y en alianza con tertulianos varios, simplemente se limitan a poner el dedo en determinadas llagas del cuerpo social para intentar desahuciar al cuerpo entero, al sistema. Al final, todo queda en pura venta de humo mediático, pues sus pretendidas alternativas al sistema quedan reducidas a propuestas programáticas de políticas irrealizables -y perfectamente intercambiables por otras diferentes, según convenga- cuya virtualidad reside en captar el voto del ciudadano indignado, tanto por los hechos de la realidad como por los fenómenos informativos.

Como existirán siempre diferencias sociales y miserias individuales, las fuerzas aliadas del populismo y de la información continuarán generando el ruido suficiente para que resulte imposible alcanzar un grado aceptable de bienestar psíquico.

Hercúlea se antoja la misión de reducir el nivel de polución mediática. Aún más complicada parece la labor intelectual de realizar diagnósticos rigurosos sobre las deficiencias estructurales del sistema vigente, para acabar proponiendo alternativas viables al mismo. Pues, al entendimiento de los fenómenos económicos y sociales, hay que añadir los factores ideológicos, filosóficos y mediáticos que los alumbran o encubren.

Por eso, huimos hacia la quietud del mar y de la montaña, o buscamos nuevas impresiones en otros países… en cuanto podemos.

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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