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Lobos vestidos de pura lana virgen, por @frandisiz
Publicado
hace 8 añosen
Paco Ferrandis
En su línea de profundización del victimismo más radical e inconsistente, Carles Puigdemont ha querido trazar un paralelismo entre la persistencia de una sociedad que padeció los ataques brutales de la banda terrorista ETA, con la persistencia que han de mantener los protagonistas del procés hacia la independencia de Cataluña, al objeto de vencer a un Estado que José/Pep Guardiola -embajador deportivo ante el Estado teocrático, islamista i represor de Qatar– tildó de “autoritario”.
El nacionalismo catalán tuvo un esporádico fenómeno terrorista encarnado en la organización Terra LLiure, pero su hoja de ruta soberanista ha seguido la senda pacífica en lo estratégico y lo táctico. Al contrario, el nacionalismo vasco ha estado marcado por la terrible presencia de ETA, cuyos objetivos eran conseguir una Euskal Herria “independiente, socialista y euskaldun“, mediante la utilización de la vía armada, es decir, llevando a cabo asesinatos execrables contra miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, políticos, periodistas y gente del pueblo, como las víctimas de Hipercor en Barcelona, hace ahora 30 años.
En ese sentido, el PNV utilizó la actividad de ETA y la posible solución al conflicto vasco como asunto a incluir en cualquier mesa de negociación con el Estado, a fin de obtener mayores cotas de autogobierno y mejoras socioeconómicas para Euskadi (“para que dejen de matar”). Durante esa larga etapa, el terrorismo (cuya esencia reside en atemorizar al pueblo enemigo a través de los actos de terror que, a su vez, tienen una gran repercusión en todos los medios de comunicación) y la cuestión vasca hegemonizaron las portadas de los periódicos y los noticiarios de la televisión, hasta el fracaso del denominado Plan Ibarretxe y la derrota (aún no declarada) de ETA.
Con la puesta en marcha del procés el independentismo catalán se ha asegurado aquello que pretendía ETA: conquistar el espacio mediático e imponer la hoja de ruta de sus afanes separatistas que, de una u otra forma, con la independencia o sin ella, ha de beneficiar su posicionamiento político:
- 4.200 millones de euros que fluyen desde el Estado para inversiones en Cataluña.
- Apertura del palacete utilizado como segunda vivienda en Cataluña de la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría.
- “Cataluña” hasta en la sopa mediática de la televisión pública española.
Y el asunto va para largo, pues aunque no se logre la independencia, la cuestión catalana estará encima de la mesa de los asuntos fundamentales para el Estado, agotará el papel de los periódicos, pixelará las pantallas de las televisiones y, por lo tanto, invadirá cotidianamente los cerebros de los españoles todos.
En su afán de hacerse fuerte en su posición victimista, Carles Puigdemont ha pretendido utilizar el 30 aniversario de la masacre terrorista de Hipercor para intentar colocarse en el lugar de las víctimas de la barbarie, en este caso, la imputada a un “Estado autoritario” que, como tal, “ejerce la violencia contra el pueblo catalán”. Sin embargo, esta torpe pirueta metafórica no puede ocultar que es el movimiento independentista catalán quien se ha colocado fuera del sistema democrático al colocarse fuera de la Ley.
Una Ley en cuya elaboración colaboró decisivamente el catalanismo político y que fue votada muy mayoritariamente por el pueblo catalán, ahora secuestrado por una mayoría absoluta de las fuerzas soberanistas en el Parlament de Catalunya, minoritaria respecto del número de votos conseguidos por los partidos no independentistas en las elecciones autonómicas del 27-S de 2015. Con esta mayoría, inferior a los 2/3 que se requieren para modificar el Estatuto de Autonomía, Junts pel Sí amenaza con constituir la República Catalana Independiente de su Casa (en primer término, de la Cataluña Media que no es independentista) y así extorsionar al Estado para conseguir píngües beneficios socioeconómicos para su territorio, aparte de convertir la interminable teleserie de Pasión de Catalanes, en un auténtico film de terror.
Una Ley que, precisamente, tiene como garantes últimos de su eficacia democrática a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, quienes junto con los políticos, los periodistas y el pueblo llano, fueron víctimas de los crímenes perpetrados por la banda terrorista ETA y que, mediante la persistencia durante largos y sangrientos años, han conseguido preservar el imperio de esa Ley en Democracia.
Puigdemont se pone la piel de cordero degollao para intentar confundir al personal y, con ello, perseguir el triunfo de su golpe (más de lengua que de mano, todo hay que decirlo) contra el Estado Social y Democrático de Derecho que es España, el cual, con la ayuda inestimable del pueblo español, persistió y venció a las fuerzas que intentaron su desaparición.
Contra estos gigantes (o molinos) se ha de volver a estrellar la soberbia soberanista.
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………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
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Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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