Cultura
‘Cuando perdí mis ojos marrones’, la novela de Marta Bustos
Publicado
hace 2 añosen
En junio de 2020, el brutal accidente doméstico que sufrió Marta Bustos conmocionó al mundo a través de las redes: hoy lo hace su inspiradora historia de superación ‘Cuando perdí mis ojos marrones’, una novela impactante, basada en hechos reales que estará a la venta desde el 12 de abril de 2023.
Cuando Marta se encuentra al otro lado del mundo, estalla la pandemia de COVID-19 y piensa que tal vez pasarán años antes de que pueda volver a reunirse con su familia en España. Todo deja de tener importancia el día que, haciendo jabón artesanal, se quema los ojos y aparece el miedo. Teme por su salud, duda del futuro e imagina cómo se enfrentará a la vida sin poder ver.
Con un sentido del humor muy personal y un relato que gira alrededor de una historia de amor, Marta hace un viaje al mundo de la ceguera explorando lo más profundo de su alma. Recuerda sus vivencias antes de perder la visión, reflexiona sobre la vida y nos regala pasajes muy entrañables que navegan entre sueño y realidad.
La suya es una historia que demuestra que hay luz en la oscuridad y que al final de un proceso de dolor también hay alegría.
ASÍ CONOCIMOS LA HISTORIA DE MARTA BUSTOS
Corría el mes de junio de un 2020 marcado por la crisis sanitaria, cuando la vida de Marta Bustos dio, inesperadamente, un giro dramático que cambiaría todo para siempre. A sus 24 años, aficionada a la cosmética natural, la autora de este libro experimentaba, como otras veces, tratando de crear sus propios jabones cuando, de repente, algo falló: la mezcla de sosa cáustica, agua y aceite que se encontraba trabajando en ese momento, explotó durante su manipulación, abrasando su rostro y con la peor de las consecuencias sobre sus ojos: sufrió graves quemaduras en sus córneas, quedando sumida en la ceguera durante más de un año.
A la desgracia de este accidente doméstico, se sumaba la circunstancia de que, debido a la pandemia, Marta se encontraba en EE.UU, donde residía con su pareja, David -pilar fundamental en todo este episodio, toda esta historia y la vida de Marta-, algo que le impedía estar cerca de su familia, que ni siquiera pudo viajar a verla, y que le obligó a pedir apoyo económico para poder costear los distintos tratamientos e intervenciones que necesitaba y que el sistema médico del país no cubría. Así fue como, a través de este vídeo que se hizo inmediatamente viral, Marta Bustos conmocionó al mundo. Las redes se volcaron con su caso, recaudándose una cifra superior a los 200.000 euros para ayudarla en su situación.
Desde entonces, Marta ha ido compartiendo su proceso a través de sus canales, con una perspectiva admirable: la de encontrar aprendizaje, optimismo y esperanza, incluso en las situaciones tan difíciles como esta a la que ha tenido que enfrentarse. Día a día, Marta nos convence de que, a veces, la vida te sacude por completo sin preverlo, y en esto hay siempre una oportunidad para valorar todo lo que tienes.
Casi tres años después de aquello, Marta ha recuperado, contra todo pronóstico, la visión de un ojo que los médicos daban por perdido, y continúa superándose de manera asombrosa lanzando, con ello, un potente mensaje al mundo: la felicidad, y las ganas de vivir, también se aprenden y también son cuestión de práctica y de voluntad.
- Este libro, en formato novela, recoge el testimonio impactante y desgarrador en el que Marta Bustos describe el accidente, lejos de su hogar y de su familia, con un nivel de detalle hasta ahora desconocido, así como su proceso de recuperación, en el que imperan la resiliencia y el resultado es un relato que dispara directamente y sin margen de error a la sensibilidad y las emociones del lector, con una fuerza narrativa sorprendente y adictiva que solo viene a demostrar que la realidad, a menudo, supera a la ficción.
- Lectura imprescindible que despierta de forma brutal la empatía y la consciencia de quien se sumerge en esta historia, para darse cuenta, sin florituras, de que la vida no es más que hoy. De que el futuro no existe y de que la felicidad es, por encima de todo, una cuestión de actitud. Y este mensaje, además, para nada se disfraza de facilidad: cuesta, y mucho, comprender esto, llevarlo a la práctica, no tirar la toalla en cada bajón y recomponerse para seguir intentándolo, sobre todo ante adversidades de este tipo. Pero se puede. Y eso es lo que verdaderamente importa tener claro.
«NO VOLVERÉ A VER»
«Las sensaciones que experimenté tras la explosión son difíciles de describir, pues nunca había sentido algo parecido. Notaba como si la piel de la cara se me estuviera derritiendo, como si la sosa cáustica me penetrara en los huesos. Tenía un horrible sabor en la boca que era alarmantemente antinatural, y, aunque nunca había probado el veneno o el ácido, supuse que sabían así. La agonizante sensación de quemazón en los ojos me dio a entender que de esa no saldría. «¡Estoy ciega!», exclamó mi cerebro de inmediato».
EN EL HOSPITAL
La última vez que había visto la hora en un reloj fue en la cocina, cuando cambié la mezcla de recipiente. Las 17.11 del jueves 11 de junio de 2020. Llegué al hospital sobre las seis de la tarde y tiempo después supe que estuvieron curándome hasta las dos de la mañana; un total de ocho horas. Cuatrocientos ochenta minutos. Casi veintinueve mil segundos. Imagina un segundo sintiendo un dolor horrible y, ahora, multiplícalo por veintinueve mil.
—Señora Bustos…, toda la superficie corneal está quemada, pero es muy pronto para dar un diagnóstico —contestó la médica—. Mañana a primera hora la llevaremos a quirófano. Allí podremos explorar y valorar el grado de penetración de la sosa.
CAMBIAR LA CULPA POR LA ACEPTACIÓN
Cuando sufres un accidente, parte de tus emociones se colapsan; supongo que podría compararse a lo que sucede con una violación. Aun sabiendo que no es tu culpa, que hay cosas que escapan a tu control, te responsabilizas de lo ocurrido. O aún peor: te culpas. Incluso si cometemos una imprudencia, no merecemos tener un accidente. ¿Se merece alguien morir tras atragantarse por comer rápido? ¿O morir intoxicado porque olvidó apagar el gas?
Vivir es un acto de fe que a menudo va más allá de nuestro control. La necesidad que tenemos de controlar este bellísimo caos que nos rodea nos hace buscar explicaciones empíricas, racionales y coherentes para todo. Y a veces no es posible hallarlas. Por eso, cuando sufres un accidente, lo más importante es dejar de preguntarte «cómo».
Cómo ocurrió, como podría haberlo evitado, cómo pude usar sosa en vez de planta jabonera, cómo es posible que me haya pasado esto a mí. La única solución es dejarlo ir, abrazar lo que te ha pasado, pensar que es parte del aprendizaje de la vida, la trama que teje tu carácter, y dejar que la culpa vuele.
Llegamos a Barcelona el 11 de septiembre de 2020. Aparte de la fiesta nacional de Cataluña, era mi tercer cumplemés como persona ciega, y recibí el mejor regalo: poner los pies en mi tierra y abrazar a los míos.
7/07/2021. LA PRÓTESIS Y EL MILAGRO DE VOLVER A VER, UN AÑO DESPUÉS.
La doctora empezó a rascar suavemente la superficie de mi ojo hasta que vi una S de color morado y una L de color azul que activaron la adrenalina de todo mi cuerpo. No podía ser… ¡Eran letras! ¡Veía algo!¡La operación había funcionado!
—¿Qué son esa L y esa S? —pregunté, todavía con la hemosteta en el ojo, tratando de no moverme.
Maira paró en seco su tarea de limpieza y se giró. —Eso es… ¿Ves eso? —inquirió atónita—
. Eso son las tallas de las cajas de guantes. Desplacé mi cabeza por encima de la lámpara para ver a Maira.
—Jo, Maira, qué guapa —pronuncié temblando, mientras me cogía de la mano. Me giré y vi a mi padre con una expresión nerviosa, las manos en los bolsillos de sus vaqueros y un polo de color verde. Me levanté y le abracé. Las lágrimas brotaban a raudales de mis ojos—. ¡Maldita sea, ya no veo nada! Maira, me limpias la prótesis, ¿por favor?
—Por supuesto —dijo ella con una risita de felicidad.
Volvió a limpiar la prótesis y vi a mi madre, y entonces las lágrimas de nuevo lo emborronaron todo. La repetición de la limpieza de la prótesis con cada persona que veía transformó aquello en una escena verdaderamente cómica. Por fin me giré hacia David, tan guapo, con sus tímidos ojos mirándome con un amor tan puro que nunca hubiera imaginado merecer.
—Mi amor, te veo. —Le toqué la cara, analizándole como un escáner—. Te veo —dije, riendo y llorando a la vez. Nos besamos y nos abrazamos apasionadamente. Maira tuvo que volver a limpiarme los ojos, claro.
—Marta, ¿ves esto? La doctora Carla A. P. me acercó su móvil, y leí unas pequeñas letras en voz alta:
—8.05, miércoles, 7 de julio de 2021. Se oyeron murmullos de asombro y los aplausos estallaron en la sala.
Siempre he pensado que todo sucede por alguna razón, y, aunque es difícil aceptarlo cuando te cae una putada de este calibre, decidí enfrentarme a la ceguera como al más brutal de los experimentos e intenté tomármelo como una manera de hacerle una peineta a los prejuicios y crecer como persona.
«¿Y ahora qué? ¿Cuánto tiempo durará esto? ¿Tendré que estar para siempre lavándome la prótesis un montón de veces al día para ver?». Mucha gente creía que, como ya había recuperado la vista, mi lucha había terminado. Que mi ojo volvía a ser el de antes, aunque tuviera un aspecto diferente. Nada más lejos de la realidad. Mis ojos sufrían y sufrirían una inflamación crónica y persistente de por vida que los haría vulnerables a cualquier cosa. Había recuperado la vista, pero nada me daba la certeza de que seguiría viendo cada día al despertarme. Lo iría descubriendo al quitarme el antifaz cada mañana.
La solución a mi accidente era resignarme a quedarme ciega o ser una paciente crónica, y, aunque al principio me abrumaba, luego me fui acostumbrando. Con el paso del tiempo la respuesta inflamatoria que producía mi sistema inmune iría disminuyendo, pero siempre de la mano de la capacidad de regeneración de mis células.
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