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’13 de abril y entonces sucedió…’, por José Luis Fortea
Publicado
hace 8 añosen
José Luis Fortea
13 de abril……… …… y entonces sucedió que……..
……. en 1970, en plena carrera espacial durante la denominada guerra fría, cincuenta y seis horas después de haber sido lanzada al espacio la misión Apolo XIII impulsada por el cohete Saturno V, un día 13 de abril como hoy, de hace 47 años, se produce, en su módulo de servicio, una explosión en uno de sus tanques de oxígeno, en el depósito número 2, que obliga al centro de control a interrumpir los planes previstos, dando prioridad desde ese momento en salvar la vida de aquellos tres pasajeros y regresarlos de nuevo a la tierra.
Apenas habían transcurrido nueve meses desde que finalizara con éxito la misión Apolo XI del pasado día 20 de julio, en la que los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin se habían convertido en los primeros hombres en pisar por primera vez la superficie lunar, caminando sobre esta, cerca de dos horas y media, y cinco meses desde aquella otra, a la que denominaron Apolo XII del 19 de noviembre, concluida también favorablemente con el alunizaje, con precisión, de la nave en el llamado “océano de las tormentas”, y en la que los astronautas Pete Conrad y Alan Bean, caminado por la luna, habían tomado muestras de las rocas de la superficie para su posterior estudio y análisis.
Bajo el lema “De la Luna, Conocimiento”, el objetivo de esta misión del Apolo 13, suponía un avance con respecto a las dos anteriores, ya que básicamente consistía en llevar la nave hacia un cráter producido por una colisión con un asteroide en el que se había abierto un gran agujero y como consecuencia de este, el desprendimiento de materiales a zonas más profundas de la corteza, en un lugar conocido como “Fra Mauro”, emplazamiento del que tenían que extraer muestras.
A unas ochenta horas de un viaje de regreso, esto es, a más 320.000 kilómetros de distancia de la tierra y para paliar la consiguiente falta de oxigeno, los tres miembros de la misión fueron movidos al módulo lunar para ahorrar la consiguiente energía necesaria que luego necesitarían para su reingreso en la atmósfera terrestre. El mencionado módulo es aquel utilizado por dos astronautas a bordo, una vez establecidos en la órbita lunar, para iniciar el consiguiente descenso.
De esta forma el comandante Jim Lovell de 42 años, el piloto del módulo lunar Fred Haise de 36 y el piloto del módulo de mando Jack Swigert de 38 (que había sustituido setenta y dos horas antes de iniciarse la misión a Ken Mattingly de 34, al parecer por riesgo de contagio de sarampión, al que había estado expuesto) ocuparon el módulo lunar diseñado, en principio, para albergar a dos personas durante unas treinta y seis horas y no a tres pasajeros durante esas ochenta horas mínimas previstas para su regreso.
Utilizándose el protocolo editado para estas situaciones de emergencia por la Estación Espacial, se aplicó el de –“Emergencia 1/5; apagado”- consistente en la desconexión de las todas las baterías, disminuyendo la potencia a diez amperios por debajo de la que estaban hasta entonces utilizando, apagándose todos los sistemas del módulo de mando innecesarios, excepto el ordenador de navegación, que disponía de los parámetros para orientar la nave de regreso hacia la Tierra, transfiriendo además de estos, al módulo lunar, todos aquellos datos necesarios.
Normalmente para esta operación de transferencia de datos, entre los ordenadores de ambos módulos, durante los ejercicios de simulación realizados, solía emplearse entre cuatro y cinco horas de duración, por lo que tuvieron que apresurarse para ejecutarlo en aquellos cerca de noventa minutos que habían calculado tener como previstos, teniendo que ser adaptados aquellos procedimientos sobre la marcha.
En un tiempo récord mientras tanto desde la Tierra los ingenieros de la NASA diseñaron un adaptador, al que bautizaron con el nombre de “buzón”, hecho con todo tipo de objetos disponibles en aquella nave, contando para ello hasta con los calcetines de la tripulación, cuyo objetivo consistía básicamente en un sistema de extracción de aire, mediante una serie de conductos que depuraban el dióxido de carbono y acababan transportando aire puro desde el modulo del comando hasta el lunar, así como un sofisticado sistema de regreso de impulsión manual, llegado el momento de la entrada en la atmósfera, al que denominaron “de retorno libre”.
………………………………………
……en 1695, fallecía en París, a los setenta y cuatro años de edad, Jean de la Fontaine, abogado en ejercicio, literato, uno de los hombres de letras más distinguido e ilustre de su época, el escritor francés de las fábulas más famosas, el creador de la cigarra y la hormiga, el gato y los ratones, la liebre y la tortuga…….
Baste como ejemplo dos fábulas aquí escritas……
…… “La mochila”.-
Cuentan que Júpiter, antiguo dios romano, convocó un día a todos los animales de la tierra. Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos.
-¿Qué dices tú, la mona? -preguntó. -¿Me habla a mí? -saltó la mona-. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura!
–Que hable el oso -pidió Júpiter.-Aquí estoy -dijo el oso- con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser una mole como el elefante!
–Que se presente el elefante…-Francamente, señor -dijo aquél-, no tengo de qué quejarme, aunque no todos puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas…
–Que pase el avestruz.-Por mí no se moleste -dijo el ave-. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa, con ese cuello…
Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella.-Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que sólo ve los cascotes.
La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional.-Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir a la intemperie…
–Que pase la víbora -dijo Júpiter algo fatigado. Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina:-Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas.
-¡Basta! -exclamó Júpiter-. Sólo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila.
-Precisamente -empezó el topo-, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista pero, ¿no es horrible su cogote pelado?
-¡Esto es el colmo! -dijo Júpiter, dando por terminada la reunión-. Todos se creen perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros.
Suele ocurrir.
[Sólo tenemos ojos para los defectos ajenos y llevamos los propios bien ocultos, en una mochila, a la espalda]
………El león y el ratoncillo.-
Saliendo de su agujero harto aturdido, un ratoncillo fue a caer justo en las garras del león. El rey de los animales, demostrando su poder, le perdonó la vida. Su generosidad no fue en vano, porque ¿quién hubiera creído que el león pudiera necesitar un día de la gratitud de un sencillo ratoncillo?
Sucedió que en cierta ocasión en que el león salió de su selva, cayó en unas redes, de las cuales no podía librarse con sus fuertes rugidos. Lo oyó el ratoncillo, y acudió al sitio. Trabajó tan bien con sus pequeños dientes, que una vez roída una malla, el león terminó de desgarrar la trama entera.
[En ciertos casos pueden más la paciencia y el tiempo que la ira y la fuerza. Y una buena acción, en algún momento tiene su recompensa].
……………………………………………………..
Feliz Jueves Santo……..
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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