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’15 de abril… Y entonces sucedió que…’, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

……….en 1764, fallece en el Palacio de Versalles, a la edad de 42 años, Jeanne-Antoinette Poisson, Madame de Pompadour, una de las mujeres más famosas e influyentes de toda la corte del reinado de Luis XV, de quien fue durante más de veinte años, su amante, amiga y confidente, siendo además mecenas de artistas, apadrinando y avalando entre otros, al escritor Voltaire, al pintor François Boucher, al escultor Jean Baptiste Pigalle o al retratista Maurice Quentin de La Tour y a Diderot y su proyecto enciclopedista.

El simple hecho del lugar donde se produce su óbito, por expreso deseo del monarca, en el mismo Palacio de Versalles, privilegio este destinado únicamente a los miembros de la familia real francesa, ya demuestra el grado de ascendencia y pujanza del que llegó a disponer, durante una época, irónicamente también conocida, como el “reinado Pompadour”.

De las tres amantes oficiales del rey Luis XIV, ninguna falleció en aquel lugar. Ser la favorita principal del rey (la maîtresse-en-titre) llevaba implícito una serie de honores y  privilegios, en principio reservados a aquellos para quienes el destino había resuelto mediante el nacimiento, el disfrute de estos, pero en modo alguno se contemplaba el llegar al término de la vida entre aquellas paredes (al menos considerada de manera natural).

La primera amante de Luis XIV, Luisa de La Vallière, tras darle cuatro hijos, a sus veintitrés años fue despachada sutilmente mediante la concesión del título nobiliario del ducado de las tierras de Vaujours, en lo que toda la Corte versallesca entendió como una clara invitación a abandonar el Palacio de Versalles, del que aún tardaría  tres años en salir, hasta llegar a asimilar que las cada vez más espaciosas visitas del monarca no servirían para recuperarle.

Partió de aquel lugar para posteriormente ingresar en un convento, primero en el de Chaillot, y tras haberle implorado perdón públicamente a la misma reina María Teresa, y recibir de sus propias manos el velo negro de la orden de las Carmelitas, ingresar en el convento de la rue Saint Jacques en París, donde pasaría, hasta su muerte, los 36 años siguientes.

La nueva amante, la marquesa de Montespan le dará siete hijos, hasta que en 1683 sea también sustituida por la institutriz de estos (Madame de Maintenon), y aunque en un principio se negó a abandonar Versalles, permaneciendo ocho años entre aquellos pasillos, disfrutando de aquella vida llena de lujos, acabaría marchándose a París en donde fallecería, en 1707, a los sesenta y seis años, pidiendo el perdón y exculpación por aquellos “escándalos pecaminosos” cometidos en su vida en la corte.

Igual suerte corrió la última de las favoritas del rey Sol, Françoise d’Aubigné, Madame de Maintenon quien a pesar de haber contraído matrimonio morganático y secreto con este, fue obligada a marcharse tres días antes de la muerte del soberano en 1715.

Y ya durante la etapa del reinado de su nieto, el “Bien Amado”, Luis XV, las primeras cuatro maîtresse-en-titre habían sido Louise Julie de Mailly-Nesle, condesa de Mailly y sus tres hermanas (Pauline  Félicitée, Diane Adélaide y Marie-Anne), de las que ninguna, obviamente tampoco, dispuso de similar concesión.

Y no era de extrañar que la bella, culta e inteligente Madame de Pompadour, hubiera dispuesto semejante honor y privilegio, ya que supo adecuarse a las circunstancias imperantes y siendo consciente de la temporalidad que suponía ocupar una posición de favorita del monarca, convertirse en la fiel confidente y leal compañera de un soberano al que llegó a satisfacer, tanto intelectualmente (con una educación refinada, y exquisita) como sexualmente, conocedora como era de los gustos y de los placeres íntimos, de las fantasías e incluso de las debilidades de aquel soberano, llegando a proporcionarle la compañía que ella misma seleccionaba para sus encuentros íntimos.

Resuelta, impulsiva, entusiasta, distinguida, culta, de una más que notoria elegancia, cuando conoce a Luis XV invitada en febrero de 1745, con 24 años de edad, a un baile de máscaras, que se celebraba con ocasión de la boda del hijo del rey, presentada a este, a sus treinta y cinco años quedó prendado de su belleza, de su armonía, de su saber estar, de su exquisita manera de moverse, y hasta de observar y escuchar.

En tan sólo siete meses, el 14 de septiembre, será presentada en la corte con los honores que le corresponden, mandando el monarca la construcción, para ella, en el mismo Versalles, del “Palacio del Pequeño Trianón”, con el fin de tenerla cerca.

Probablemente víctima de la enfermedad de la tuberculosis falleció el 15 de abril de 1764, un día como hoy de hace ya doscientos cincuenta y tres años, de un domingo lluvioso.

Al rey no se le permitió acudir al entierro de la mujer más importante de su vida, viendo partir su carroza de caballos negros, sin comitiva ni cortejo alguno, y asomado desde una de las ventanas, despidiéndola con lágrimas en los ojos, fue cuando le dijo a su ayuda de cámara;

–“He aquí el único deber que he podido rendirle; me temo que la marquesa no tendrá buen tiempo para su viaje”-

Siendo sepultada en la iglesia de los Capuchinos, cerca de la Place Vendôme (a la altura del número 3 de la actual rue de la Paix).

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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