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’25 de mayo … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

…….. en 1803, en la ciudad norteamericana de Boston del Estado de Massachusetts, nace el escritor, poeta y filósofo Ralph Waldo Emerson, segundo de cinco hermanos de una familia muy humilde, que perdió a su padre, William, a los ocho años de edad, y que pudo salir adelante no obstante con el esfuerzo de su madre Ruth Haskins, quien a pesar de las muchas penurias y dificultades lograría escolarizar a sus cinco hijos e incluso a través de un sistema de becas obtenidas, lograr que fueran admitidos, todos ellos, en la prestigiosa Universidad de Harvard.

Declarado abiertamente abolicionista, se dedicó a propagar sus ideales liberales por todo el país, llegando incluso, cuando se encontraba dando una conferencia a finales de 1862 en el Instituto Smithsoniano (fundado veintiún años antes, en 1843, por el científico británico James Smithson, para el “aumento y difusión del conocimiento entre los hombres”), a declarar a la institución de la esclavitud como la “destitución de la esclavitud”, llamando de esta forma la atención del entonces presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, con quien se entrevistaría en la Casa Blanca, y ganándose asimismo, desde entonces, la animadversión de quienes defendían esta.

Con un agudo sentido del humor, cuando este poeta, filosofo, pensador, comenzó a perder la memoria al cumplir los sesenta y nueve años, al ser preguntado por cómo se encontraba, siempre respondía aquello de;

–“bastante bien; perdí mis facultades mentales, pero estoy perfectamente”-

No sería obviamente la única frase que dejaría para la posteridad este intelectual, que ha pasado a la historia como el sabio de Concord (al ser este el lugar donde se había establecido al cumplir los treinta y dos años y donde descansan sus restos), y prueba de ello, sirvan como ejemplos algunas de las siguientes locuciones suyas;

-“La primera riqueza es la salud”-.

-“La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito”-.

-“El éxito consiste en obtener lo que se desea. La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene”-.

-“Por cada minuto que estás enfadado, renuncias a sesenta segundos de paz mental”-.

-“La alegría, cuanto más se gasta, más se queda”-.

– “Jamás ha habido niño tan adorable que su madre no quisiera verlo dormido”-.

Y esta frase que es la que nos sirve de enlace para un día 25 de mayo como hoy, en la que señala que;

-“Toda la vida es un experimento, cuanto más experimentos realices, mejor”-

Y parece que los caprichos del destino quisieron pues conjurarse con esta frase y hacer coincidir aquel 25 de mayo, fecha del nacimiento del aludido filósofo pensador, con el día de las probaturas, los experimentos y de los ensayos, y de los muchos existentes, en dicho día y mes, ejemplificativamente exponemos dos.

Y así, si bien aunque desde que en 1929, el doctor Alexander Fleming había descubierto la penicilina, diez años más tarde apenas se disponía de esta para tratar a unos pocos pacientes, siendo su coste de producción muy elevado para unas cantidades obtenidas muy escasas, pues a partir de unos quinientos litros de cultivo podían obtenerse, cuanto apenas, unas dosis de penicilina para tratar a un máximo de cinco enfermos.

Con la amenaza de una guerra que se cernía sobre Europa, el bioquímico alemán Ernst Borin Chain, huyendo de la Alemania nazi y el farmacólogo australiano Howard Florey, ambos fascinados por los trabajos de Fleming y el efecto que la penicilina provocaba al dañar las membranas celulares de las bacterias pero resultando inocua sobre las células humanas y ante la creciente necesidad de una sustancia bactericida para aquellos soldados aliados, que les protegiera de las innumerables enfermedades que se producían en los campos de batalla, inmunizándoles de los temidos procesos víricos y contagiosos, centraron sus esfuerzos en la elaboración de este antibiótico a gran escala.

Y sería precisamente un 25 de mayo de 1940, ya en plena  guerra, encontrándose las tropas británicas a las puertas de la localidad francesa de Dunkerque, cuando se llevó a cabo el primer experimento con ratones, y cuyas pruebas significaron un rotundo éxito permitiendo un avance estratégico fundamental y que implicaría, con el final de la guerra el reconocimiento de su mérito, cuando en 1945, Alexander Fleming, Ernst Chain y Howard Florey, fueron galardonados con el premio nobel de medicina.

Y de nuevo tratándose de ensayos y coincidiendo en la misma fecha, aunque esta vez de 1952, cuando el doctor francés Alain Bombard, a sus veintisiete años, llevase a cabo otro experimento, el del naufragio voluntario en alta mar y su correspondiente proceso de supervivencia, conocido en su honor, como el experimento Bombard, sin duda, motivado a realizarlo al haber quedado este fuertemente impactado desde que ese mismo año le llegaran al hospital los cadáveres de cerca de cuarenta y tres marineros, algunos muy jóvenes, que habían perecido como consecuencia de un naufragio en el Canal de la Mancha.

Estudió las diversas formas de poder alimentarse en aquellas extremas circunstancias encontrándose a la deriva, descubriendo que los peces contenían una considerable cantidad de agua menos salada que los mamíferos de la que poder hacer buen uso.

De esta forma, en un pequeño bote de apenas cuatro metros y medio de longitud y de casi dos de ancho, bautizado como l´Heretique (El Hereje), comenzó su andadura un 25 de mayo, de hace hoy sesenta y cinco años, partiendo desde Mónaco con rumbo a las Islas Baleares, donde arribaría diecisiete días después, el 11 de junio.

Dos meses más tarde, llevó a cabo la segunda fase del experimento que consistió en realizar una ruta en solitario, esta vez cruzando el océano atlántico, partiendo un 11 de agosto desde Casa Blanca en Marruecos hasta las Antillas, pasando por las Islas Canarias.

Al llegar al final del trayecto y desembarcar en las Barbados aquel 23 de diciembre de 1952, el “náufrago voluntario” pesando veinticinco kilos menos y presentando un estado físico muy debilitado, anémico y sin uñas en los dedos de los pies, necesitó de hospitalización urgente.

Desde allí realizaría las primeras observaciones concluyentes, determinando que no era la carencia de agua o de alimento, a su juicio, el verdadero problema de encontrarse a la deriva, sino el terror que produce la desesperación de encontrarse sólo y perdido, señalando que;

-“Lo más importante para sobrevivir a un naufragio es no perder en ningún momento la esperanza”

Y es que, hablando de ensayos, pruebas y tanteos  ya lo dijo Mark Twain,

-“el hombre es un experimento; el tiempo demostrará si valía la pena”-.

Curioso pues este 25 de mayo, día de ensayo, este 25 de ensayo.

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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