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9 de septiembre… y entonces sucedió que…, por José Luis Fortea
Publicado
hace 8 añosen
José Luis Fortea
………………………el sábado 9 de septiembre de 1939, de un día como hoy, de hace setenta y ocho años, en la ciudad rusa de Vladivostok, a unos nueve mil trescientos kilómetros de distancia de Moscú, muy próxima a la frontera de Rusia con los países de China y de la actual Corea del Norte, ocho días después de haberse iniciado la Segunda Guerra Mundial, con aquella invasión alemana de Polonia, nacía Stanislav Petrov, alguien a quien la historia tenía reservada una especial dedicatoria, por su manera de proceder, durante los acontecimientos que tendrían lugar cuarenta y cuatro años más tarde, en 1983.
Durante aquel año de 1983, las relaciones internacionales giraban en torno a la tensa relación existente entre los Estados Unidos y la Unión Soviética que aún perduraba, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, en un periodo que se acabaría conociendo como la “Guerra Fría”. El 1 de septiembre de ese mismo año, de 1983, un avión Boeing 747 de la aerolínea de Corea del Sur, Korean Air 007, con 269 pasajeros a bordo (entre los que se encontraba el senador estadounidense Larry McDonald) era derribado por cazas soviéticos, al haber invadido este, al parecer por error, el espacio aéreo restringido, al sobrevolar la isla rusa de Moneron.
El suceso trajo una oleada de protestas internacionales que se tornaron en indignación al conocerse que entre los pasajeros fallecidos se encontraban veintidós niños, de un vuelo civil, que en modo alguno hubiera podido constituir amenaza determinada para la seguridad de la Unión Soviética, que fue el argumento esgrimido, al considerar aquella intromisión como una maniobra deliberada para conocer el alcance real y efectivo de su sistema de defensa.
Así dio la noticia de este incidente en su momento la cadena norteamericana CNN; https://youtu.be/nOnBpzBo1YI
Con este clima de máxima tensión, discurrió aquel mes de septiembre. La noche del domingo 25 el teniente coronel de las Fuerzas de Defensa Aérea Soviética, Stanislav Petrov, es avisado para acudir a su puesto como oficial de guardia en el búnker Serpukhov-15, situado cerca de Kurilovo en Kaluga Oblast, a dos horas en coche en un trayecto, de apenas unos sesenta kilómetros, que lo separan de la capital, Moscú.
La misión principal de Petrov consistía en coordinar la defensa militar aeroespacial soviética, identificando, verificando y alertando al mando superior, de inmediato, de cualquier posible ataque, y muy especialmente, de los desarrollados mediante misiles nucleares por parte de los Estados Unidos.
A las doce y cuarto de la madrugada del ya lunes día 26 de septiembre, el sistema de radares de alerta temprana, notifica el posible avance de un ICBM (misil balístico intercontinental), que por aquellos días solo podían lanzar tres países, la URSS, China y los Estados Unidos. Este, obviamente por su trayectoria procedía desde los Estados Unidos.
Stanislav Petrov estudió el avance del mismo antes de dar el consiguiente paso protocolario de aviso al mando superior, considerando bajo su responsabilidad y criterio que aquello podría bien tratarse de un error del sistema. Observó si a aquel primer lanzamiento le acompañaba otros proyectiles, con la función principal de desactivar cualquier medida de defensa por parte soviética, comprobando que este carecía de escolta alguna, en una espera en el que cada segundo parecía acelerarse cada vez más.
Petrov desestimó previamente aquel aviso como un ataque, sin dejar de observar en las amplias pantallas instaladas en aquella sala, la aproximación del rastro que estos señalaban. La incertidumbre acaparaba la atención y los cinco sentidos de todos los miembros allí presentes, que en aquel instante esperaban la decisión de su superior. Minutos eternos, en una espera imperecedera, llena de angustia y de cierta inquietud.
Los sistemas dieron de pronto el aviso de un segundo misil, y de un tercero, al que siguieron un cuarto e incluso un quinto proyectil balístico, centrando desde entonces, en aquella estancia, todas las miradas en el teniente coronel, sin dejar de observarle, sin siquiera mirar los radares que señalaban parpadeantes las rutas de aproximación de aquellos cinco amenazantes elementos.
Haciendo uso de su intuición, y de una extraordinaria templanza, Petrov ordenó se comprobasen los datos de los radares terrestres, sabedor que cualquier demora en una respuesta ante un ataque de dichas magnitudes podría significar su propia devastación, siendo la respuesta, del análisis de estos, en sentido negativo.
Petrov estimó “aquel ataque” como un error del propio sistema informático, en un gesto, que sin lugar a dudas, llegaría a evitar un desenlace mucho más trágico y diferente, si lejos de demostrar esa templanza, entereza, aguante y determinación se hubiera dejado llevar por el nerviosismo, el temor o la desconfianza. Posteriormente se llegaría a determinar que efectivamente aquel fue un error causado por una extraña confluencia de los rayos solares, reflejados sobre las nubes de gran altitud y la órbita, muy elíptica, del satélite Mólniya, conociéndose este incidente como “del Equinoccio de Otoño”.
Desvelado este acontecimiento años más tarde, la asociación de “Ciudadanos del Mundo”, le otorgaría a Stanislav Petrov su galardón World Citizen Award, el 21 de mayo de 2004, siendo dos años más tarde, en 2006, homenajeado por la propia Organización de Naciones Unidas.
En una entrevista concedida posteriormente, señalaría que en aquellos momentos se dejó guiar por su instinto y que para sus adentros se repetía una y otra vez, “nadie comienza una guerra nuclear con cinco misiles”. Su segunda esposa, que no supo del asunto hasta diez años más tarde, le preguntaría en cierta ocasión que –“era lo que había hecho”-, a lo que él contestó, -“no hice nada”-, y es que a veces, no hacer nada, es ya hacer mucho.
Sirva pues esta pequeña reseña para agradecer y sobre todo felicitar, en el día de su septuagésimo octavo cumpleaños, a quien con su fortaleza evitó una catástrofe de magnitudes impensables.
¡Feliz cumpleaños, Stanislav Petrov! С днем Рождения!
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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