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¿Dónde va #LaGente?, por @frandisiz

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Paco Ferrandis

Desde que navegamos a la deriva, con motivo de las tempestades desencadenadas por la crisis económica, todo el mundo se ampara en la sociedad civil, en la necesidad de que asuma un papel activo, para poder salir, lo más airosamente posible, del torbellino socioeconómico. Incluso, tenemos líderes políticos de nuevo cuño que se arrogan la representación de aquella -simplemente para justificar sus posicionamientos políticos-, a la que suelen denominar #LaGente.

De esta manera, la gente va, la gente viene, la gente quiere, e incluso, en boca de los gurús de la new age política (el novísimo partidismo), la gente ha llegado a decir que nuestros representantes políticos (votados por los ciudadanos en elecciones libres) “no nos representan“.

Pero, ¿qué coño es #LaGente, digo, la sociedad civil? Existen muchos llamamientos, proclamas y reclamaciones dirigidas a la sociedad civil, pero pocos son los autores de los mismos que realizan un mínimo esfuerzo por identificar a los integrantes de este fenómeno social que, en buena parte de las citas a él -más virtuales que reales-, es presentado como antagonista de la clase política, ya transformada en casta.

Podríamos definir la sociedad civil como “el conjunto de sectores organizados de determinada sociedad“. Por ello, también puede ser entendida como la parte visible de la sociedad, pues su estructura organizativa y la realización de actividades públicas dan a conocer estos sectores al resto de la sociedad y a los medios de comunicación, que pueden hacerse eco, a su vez, de sus actuaciones para transmitirlas a la opinión pública.

A menudo, la sociedad civil es entendida como el conjunto de movimientos sociales y asociaciones ciudadanas que poseen un mayor grado de conciencia ciudadana, lo que, a su vez, supone una tendencia hacia la participación política, incluso orientada a la lucha partidista. Sin embargo, no podemos dejar de lado todo el rico tejido social que constituye a esa ciudadanía organizada, aunque sus fines no se dirijan hacia la participación política, sino hacia acciones con un fuerte componente cultural e identitatario (en cuanto formación de la personalidad individual y colectiva).

Es evidente, que dentro de la sociedad civil coexistirán los antes mencionados movimientos y lobbys sociales -más reivindicativos en la conquista de intereses grupales, que se pretenden generales-, con los sectores sociales que colaboran a favor de la extensión del bienestar social, así como con los generadores de cultura e identidad personal y comunitaria. Y ello es importante a la hora de definir una estructura que sea capaz de organizar y movilizar a la sociedad civil en conjunto, al objeto de constituirse -de una manera consciente y equilibrada- como contrapeso a las inercias endogámicas de las organizaciones partidarias, e intermediaria entre los partidos políticos y los poderes públicos.

En cuanto a su composición social y metas a alcanzar, se propone la siguiente subdivisión como base para el debate:

1) Sectores con perfil identitario:

a) Asociaciones culturales y artísticas.
b) Asociaciones festivas.
c) Clubs deportivos.
d) Parroquias y grupos religiosos…

2) Sectores con perfil participativo:

a) Asociaciones de vecinos.
b) Organizaciones juveniles.
c) Asociaciones de personas mayores.
d) Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (AMPA).
e) Organizaciones de consumidores y usuarios.
f) Sindicatos.
g) Organizaciones empresariales.
h) Colegios profesionales.

i) Partidos políticos…

3) Sectores con perfil colaborativo:

a) Organizaciones No Gubernamentales (ONG).
b) Organizaciones No Lucrativas (ONL)…

A los efectos de estructurar el sector de la ciudadanía organizada y en movimiento, hay que destacar la relevancia que ha de tener el nivel municipal (con sus Consejos de Participación Ciudadana y otros canales de fomento de la actividad sociocultural), básico para la identificación concreta de los agentes sociales con capacidad de participación ciudadana e interlocución directa ante la Administración Pública, así como para colaborar en la elaboración del tejido social de ámbito autonómico que, finalmente, ha de converger en las cúspides estatal y europea.

Cómo puede concretarse la estructura de la sociedad civil y el funcionamiento de sus órganos de coordinación, ha de ser objeto de análisis sociológicos y meta de los órganos donde reside la soberanía popular.

También las personas individuales y concretas amparadas bajo el manto conceptual de #LaGente, debería colaborar en la definición y el establecimiento de las formas adecuadas para estructurar la sociedad civil, en el camino de conseguir la mayor participación posible de los ciudadanos en los foros políticos, allí donde se decide sobre su bienestar.

(Fotografía: Sociedad civil en movimiento, por la calles de Valencia).

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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