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El drama de las residencias: 20.268 muertos en la primera ola

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Residencia evacuada Benaguacil

(EFE).- Las residencias de mayores y de personas con discapacidad sufrieron en la primera ola de la pandemia una «tormenta perfecta»: se registraron en ellas 10.364 fallecimientos con prueba positiva de covid-19 y 9.904 con «síntomas compatibles».

El informe elaborado por la Secretaría de Estado de Derechos Sociales y las consejerías de Servicios y Asuntos Sociales de las comunidades autónomas, presentado este miércoles en el Consejo Interterritorial, analiza las causas que confluyeron para que se registrara esa alta mortalidad en las residencias, desde las características propias de los residentes a la falta crónica de personal.

En el extenso estudio, al que ha tenido acceso Efe, se estima como «plausible» que entre el 47 y el 50 % de las muertes de la primera ola tuvieron lugar en las residencias, lo que, en principio, situaría a España en unos parámetros intermedios en el contexto internacional.

Es un porcentaje similar al del Reino unido (45 %), Francia (46 %), Suecia (46 %), Escocia (47 %) o Irlanda del Norte (49 %); sensiblemente por debajo del de Bélgica (61 %), Australia (75 %), Canadá (80 %) o Eslovenia (81 %); y por encima del registrado en Dinamarca (35 %), Austria (36 %), Israel (39 %) o Alemania (39 %).

En la primera oleada (entre el 10 de marzo y el 9 de mayo), el sistema de vigilancia MoMo, gestionado por el Centro Nacional de Epidemiología (CNE), determinó un exceso de fallecimientos en España por todas las causas de 44.593 personas (un 66,9 %), con especial peso en los mayores de 75 años (un incremento del 77,9 %).

En el inicio de esta segunda ola (entre el 10 de julio y el 29 de octubre), el exceso de mortalidad entre los mayores de 74 años fue de 12.391, un incremento del 16 %, es decir, casi cinco veces menor que en la fase inicial, descenso que el informe atribuye tanto al mayor conocimiento del virus como a la mayor conciencia de los riesgos y a las medidas adoptadas en las residencias.

En el estudio se identifican una treintena de factores que interactuaron en lo que puede calificarse como una “tormenta perfecta», empezando por la alta contagiosidad de la enfermedad y más en alojamientos colectivos en los que se comparten espacios, y el «lógico desconocimiento» sobre muchos aspectos de la covid-19, como la capacidad de que sujetos asintomáticos contagiaran.

Según este análisis, cuando se adoptaron oficialmente medidas de limitación de visitas o salidas en las residencias (entre el 12 y el 18 de marzo dependiendo de territorios), el patógeno ya se había introducido en muchos centros, sobre todo en los territorios en los que la incidencia de la infección era mayor.

Se sabe ahora, añade, que el 14 de marzo ya existían en España al menos 46.645 casos positivos, de los cuales más del 40 % se localizaban en Madrid.

Entre las lecciones aprendidas se destaca, por ejemplo, la importancia de realizar «barridos» con test de antígenos a residentes y trabajadores o con test PCR al personal de nuevo ingreso.

La edad y la presencia de otras enfermedades también abundaron en una mayor letalidad en las residencias, donde, se recuerda, se afrontan «riesgos inevitables» porque muchas veces los cuidados exigen contactos estrechos y continuados.

Sobre las medidas de aislamiento aplicadas se incluye un toque de atención: no siempre tuvieron en cuenta que, aunque la prioridad es evitar contagios y salvar vidas, los confinamientos pueden provocar también «efectos graves» en la salud de las personas, más allá del riesgo de la covid-19″.

Los aislamientos, la pérdida de rutinas y de actividad física deben mantenerse «solo por el tiempo estrictamente necesario».

La mayoría de los países estableció restricción de visitas, pero -se destaca en el informe- esta política por sí sola no ha protegido a las residencias de las infecciones y se está considerando cada vez más «cómo hacer que las visitas sean más seguras, reconociendo su impacto en el bienestar de las personas».

El documento analiza las características y su influencia en la expansión del virus y reconoce, entre otros factores, que hubo «escasez, cuando no ausencia, de equipos de protección individual adecuados entre marzo y mediados de abril».

Pero no fue el único factor, dado que también influyó la propia configuración de las residencias, con múltiples zonas de uso compartido, con frecuentes problemas de ventilación y dificultades arquitectónicas para sectorizar, separar la circulación de los usuarios y trabajadores y aislar a los residentes.

A falta de estudios sólidos que lo demuestren, se apunta que en los centros más grandes hubo mayor diseminación del virus y que en muchos de ellos, una vez que se tomaron medidas de «cierre» o confinamiento, se mantuvo la transmisión entre los residentes, llegando a infectar al 70 % de los internos en muchos casos, con letalidades que se podían elevar fácilmente por encima del 20 %.

Los estudios muestran que cada brote en una residencia afectó a 17 personas, si bien en el estudio realizado en octubre esa cifra descendió a 12 gracias a las medidas adoptadas.

El informe pone también de manifiesto la inexistencia de planes de contingencia ante una pandemia en las residencias, unos «ratios insuficientes» de personal, con bajos salarios, y, en muchos casos, escasez de profesionales sanitarios o con suficiente formación.

«En ocasiones, se puso en riesgo la continuidad de los cuidados por colapso funcional debido al gran número de bajas del personal», se contrató por razones de urgencia a personas sin experiencia y se usaron de forma inadecuada equipos de protección individual.

Se denuncia asimismo en el estudio la existencia de casos de discriminación hacia la población mayor (edadismo) o con discapacidad: se autorizaban horarios de paseo para las personas mayores mientras se prohibían las salidas y entradas a las residencias, o en situaciones de aislamiento con personas con deterioro cognitivo «se pudieron adoptar medidas de contención no plausibles éticamente».

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Muere un español en el ataque contra un autobús en uno de los cruces de entrada a Jerusalén

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Jacob Pinto, joven de 25 años nacido en Melilla, entre las víctimas mortales del atentado que deja al menos seis fallecidos

JERUSALÉN / MADRID, 8 de septiembre de 2025Jacob Pinto, un joven español de 25 años, ha fallecido este lunes en un ataque terrorista contra un autobús en uno de los principales cruces de entrada a Jerusalén, según ha confirmado la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE).

Pinto, natural de Melilla, se encontraba en la ciudad israelí en el momento del atentado, que ha dejado al menos seis víctimas mortales y varios heridos. Las autoridades israelíes aún trabajan en la identificación de todos los afectados, mientras se investigan los detalles del ataque.


Un atentado en un punto clave de acceso a Jerusalén

El ataque tuvo lugar a primera hora del día, cuando un autobús que transportaba pasajeros fue tiroteado en un cruce de alto tránsito en las inmediaciones de Jerusalén. Se trata de una zona habitualmente vigilada por las fuerzas de seguridad debido a su importancia estratégica y riesgo de incidentes violentos.

Hasta el momento, ningún grupo ha reivindicado la autoría del atentado, pero las fuerzas de seguridad israelíes han desplegado un operativo especial para dar con los responsables.


Reacciones en España y desde la comunidad judía

La noticia del fallecimiento de Jacob Pinto ha generado una profunda conmoción en España, especialmente en su ciudad natal, Melilla, y en el seno de la comunidad judía española.

La FCJE ha expresado su consternación y dolor por la pérdida del joven y ha transmitido su apoyo y solidaridad a la familia. Por su parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores trabaja en coordinación con las autoridades israelíes para ofrecer asistencia consular y repatriar el cuerpo de Pinto a España en cuanto sea posible.


España condena el ataque y pide respeto al Derecho Internacional

Fuentes diplomáticas españolas han condenado «de forma rotunda» el atentado y han reiterado la necesidad de avanzar hacia una solución pacífica y duradera en la región, en el marco del Derecho Internacional y la protección de civiles.


¿Quién era Jacob Pinto?

Jacob Pinto era un joven melillense de 25 años, vinculado a la comunidad judía española. Aunque aún no se han dado más detalles sobre su estancia en Israel, fuentes cercanas indican que se encontraba en Jerusalén por motivos personales. Su muerte ha provocado una oleada de condolencias en redes sociales, donde numerosas personalidades y representantes institucionales han lamentado lo ocurrido.


Luto por una víctima española del conflicto en Oriente Medio

La trágica muerte de Jacob Pinto recuerda la vulnerabilidad de los civiles en contextos de conflicto y tensión en Oriente Medio. En lo que va de año, este es el primer ciudadano español fallecido en un ataque en territorio israelí, en un contexto marcado por un repunte de violencia en Jerusalén y Cisjordania en las últimas semanas.

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