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Muere Rick Davies, fundador de Supertramp, a los 81 años 

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Rick Davies
Rick Davies

El adiós a una leyenda del pop-rock británico

Rick Davies, fundador, cantante, teclista y principal letrista de la banda de pop-rock Supertramp, falleció el pasado sábado a los 81 años en Long Island (Nueva York). El músico llevaba más de una década luchando contra un mieloma múltiple, un cáncer de médula ósea que le fue diagnosticado en 2015 y que le obligó a retirarse de los escenarios.

La noticia fue confirmada por el propio grupo en un comunicado en el que expresaron su pesar: “The Supertramp Partnership está muy triste de anunciar la muerte del fundador de Supertramp, Rick Davies, tras una larga enfermedad. Tuvimos el privilegio de conocerlo y tocar con él durante más de 50 años. Ofrecemos nuestras más sinceras condolencias a Sue Davies”.

Los orígenes de Rick Davies y la creación de Supertramp

Nacido en Swindon, Inglaterra, en 1944, Davies mostró desde niño un gran interés por la música, especialmente por el piano y el rhythm and blues. En 1969, gracias al apoyo financiero de un mecenas, fundó Supertramp junto a Roger Hodgson, dando forma a una de las bandas más influyentes de la historia del rock progresivo y el pop sinfónico.

Su primer gran éxito llegó con Crime of the Century (1974), un disco que consolidó su estilo único, con letras introspectivas y elaborados arreglos musicales. Pero fue Breakfast in America (1979) el que les catapultó al estrellato mundial, con canciones convertidas en himnos como “The Logical Song”, “Take the Long Way Home” y “Goodbye Stranger”.

El estilo inconfundible de Rick Davies

Mientras Hodgson aportaba melodías más etéreas y espirituales, Davies equilibraba el sonido de la banda con un toque más terrenal y bluesero. Su voz de barítono y su dominio de los teclados marcaron la identidad de Supertramp durante décadas. Entre sus composiciones más recordadas destacan “Goodbye Stranger”, “Cannonball”, “Bloody Well Right” y “From Now On”.

Tras la salida de Roger Hodgson en 1983, Rick Davies se convirtió en el alma y líder indiscutible de Supertramp, manteniendo la esencia del grupo en álbumes posteriores como Brother Where You Bound (1985), Free as a Bird (1987), Some Things Never Change (1997) y Slow Motion (2002).

Una carrera marcada por la longevidad

A diferencia de otras formaciones de su generación, Supertramp logró mantenerse en activo durante más de cinco décadas, adaptándose a los cambios de la industria musical sin perder su sello personal. Davies, que siempre defendió la autenticidad del directo y el cuidado de los arreglos instrumentales, fue el único miembro original que permaneció en la banda de forma continua hasta el final de su vida.

El legado de Supertramp y la huella de Davies

Supertramp no solo dejó una huella imborrable en la música de los años setenta y ochenta, sino que también influyó en generaciones posteriores de artistas. Su capacidad para mezclar rock progresivo con melodías accesibles lo convirtió en un grupo único dentro de la escena internacional.

Canciones como “Dreamer”, “School”, “Give a Little Bit” o “It’s Raining Again” forman parte del imaginario colectivo de millones de seguidores en todo el mundo. Con más de 60 millones de discos vendidos, Supertramp es considerada una de las bandas más exitosas y emblemáticas del pop-rock.

Un adiós que marca el fin de una era

El fallecimiento de Rick Davies no solo supone la pérdida de un músico extraordinario, sino también el cierre de un capítulo fundamental en la historia de la música contemporánea. Su figura, asociada para siempre al sonido inconfundible de Supertramp, seguirá viva en cada acorde de piano y en cada una de las letras que escribió.

Los seguidores del grupo y la crítica coinciden en que su aportación fue decisiva para crear un estilo propio que aún hoy sigue emocionando a nuevas generaciones. Con su muerte, se despide una de las últimas leyendas vivas del rock británico, un artista que dedicó toda su vida a la música y que convirtió a Supertramp en un referente mundial.

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El misterio del nicho 1501 del cementerio de Valencia

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El misterio del nicho 1501
El misterio del nicho 1501 del cementerio de Valencia

El Cementerio General de València esconde una curiosa historia en la que el amor, la desgracia, el terror y la fortuna se dan la mano. La historia de un nicho, el nicho de Emilia. Un enigmático caso que parece salido de la mente de Edgar Allan Poe Lovecratf, pero que es real y nos vuelve a confirmar que la realidad supera siempre a la ficción.

Para conocer quien descansa en el nicho 1501 y la historia olvidada que allí yace, debemos trasladarnos hasta finales del siglo XIX. Vicente García Valero era un actor y autor teatral nacido a mediados del siglo XIX que se enamoró perdidamente de Emilia Vidal Esteve. A pesar de su juventud, él contaba con 15 años y ella con 13 no tardaron mucho en casarse.

El trabajo de Vicente le llevó a trasladarse a Madrid, donde un día la alegría se transformó en desgracia cuando la joven falleció 1876 por un brote de fiebres tifoideas. 

El misterio del nicho 1501

Su cuerpo fue enterrado en una fosa común debido a que la familia no podía costear los gastos, pero el actor quiso recuperar el cuerpo de su amada costara lo que costara y finalmente logró exhumarla de manera clandestina casi dos años más tarde en el día de Nochebuena de 1877. Cuentan que Vicente tuvo que sobornar con dinero al sacerdote que pocas semanas atrás había enterrado a la chica.

Cuando abrió el féretro, Vicente relató que la joven «parecía como dormida». Tal vez lo viera así fruto de su enamoramiento ya que por el tiempo transcurrido su estado debía ser el de putrefacción y descomposición.

250 pesetas fue el precio que le tocó pagar, sin duda toda una pequeña fortuna para la época, para hacerse con el nicho número 1501 a perpetuidad. Y allí en el Cementerio General de València descansa desde entonces.

El tiempo pasó y Vicente se casó con Ángela, la hermana de su difunta esposa. Pero la historia no queda ahí, ya que el matrimonio tuvo una hija, a la que curiosamente llamaron Emilia, el mismo nombre que el amor de su vida.

Porque Vicente seguía obsesionado con su primera mujer. No la podía olvidar, y así lo demostraba cada año, mandando todos los 1 de noviembre dinero al cementerio para que limpiaran el nicho y lo adornaran de flores, hechos que relata él mismo en su libro ‘Páginas del pasado’.

Pero la desgracia volvió de nuevo a su vida con la muerte de su hija a la edad de 4 años y la de su esposa. Duro es el testimonio de un cartero, que fue testigo de la muerte de la pequeña cuando acudió a la casa para entregar un correo y le abrió la puerta Vicente con su hija en brazos. El cartero pensó que la niña estaba dormida y García Valero le respondió «no, está muy dormida, esta muerta.»

Pero en la mente de Vicente permanecía Emilia. No podía olvidar su recuerdo y tal vez fuera por eso que se volviera a casar con la otra hermana, Amparo. ¿Buscaba en ellas a su amada?

El décimo 1501

Si el relato hasta el momento es ya sorprendente todavía faltaba una última vuelta de tuerca. Un nuevo giro que hace de esta, una historia increíble pero cierta. Vicente, dedicó su vida al teatro, repartiendo su tiempo entre Madrid y València, pero tomando como residencia la capital de España. Allí le inundó la pena y tristeza por estar tan lejos del nicho de su amor a pesar de encargarse desde la distancia de su cuidado.

Hasta que un día dejó de enviar dinero. Era el 1 de noviembre de 1911 y su situación económica había empeorado por lo que no pudo hacer que limpiaran la lápida y le colocaran flores. Pero por fin a Vicente García Valero le iba a sonreír la suerte. El destino o lo que ahora llaman karma o tal vez, quien sabe si su amor, le iba a devolver todo el cariño que le había dedicado Vicente durante años.

Caminando por una administración de lotería próxima al teatro Apolo, Vicente vio un décimo y lo compró. Era el 1501.  En el sorteo del 10 de octubre de 1912 su número fue premiado con 6000 pesetas de la época. “Tantos años enviando dinero a mi amada y ahora es ella la que me lo devuelve”, exclamó Vicente según narra en su libro de memorias.

Ahora Vicente podía seguir pagando los arreglos y cuidados de la lápida cada 1 de noviembre. Y así lo hizo hasta que le llegó la muerte en Madrid el 12 de octubre de 1927. Y allí lejos de su amada se piensa que está enterrado.

Hoy en día nadie se acuerda ya del nicho 1501. La inscripción de la lápida está casi borrada por el paso del tiempo. “Recuerdo de V. García Valero” se puede leer.

Pero desde hace unos años, alguien coloca flores en el nicho 1501…

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