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«20 de marzo y entonces sucedió…», por José Luis Fortea #Primavera
Publicado
hace 8 añosen
José Luis Fortea
20 de marzo………………………………….y entonces, sucedió que……………………
……..corría el año 1903, cuando fallece a la edad de sesenta y cinco años, de un ataque al corazón, Olive Ann Oatman, la primera mujer de raza blanca en presentar un tatuaje tribal apache, de los Mohave, en su rostro.
El matrimonio Roys y Mary Oatman tenía siete hijos, cuatro chicas y tres chicos, en edades comprendidas entre los diecisiete años de Lorenzo, el hijo mayor, y el benjamín de la casa, Roland, de tan sólo uno, pertenecientes todos ellos a la comunidad Mormona de la “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días”, congregación esta, que desde 1844, tras el asesinato de su fundador, Joseph Smith y su hermano, Hyrum, presentaba ciertas disensiones y múltiples discordias internas.
Como consecuencia de estas desavenencias, uno de sus líderes, en 1850, James Colin Brewster, quien asegura haber tenido una divina revelación, les insta a peregrinar hasta el territorio texano del Valle de río Grande (al que los mexicanos llaman río Bravo), donde deberán asentarse, en un viaje no exento de peligros y dificultades, pues en aquellos tiempos, dirigirse hacia el hostil oeste equivalía a la posibilidad de un nada aconsejable encuentro con alguna de las tribus de nativos americanos que habitaban aquellos parajes, como los “Apaches”, los “Cheyennes” (y muy especialmente la tribu de los Tsitsitas), los “indios Navajos”, los “Wichitas”, “Kiowas”,”Shoshones”………..
Y así fue, porque durante el trayecto, los Oatman fueron asaltados por los indios Yavapai, falleciendo durante la acometida el matrimonio y cinco de sus hijos, menos Olive, que contaba con catorce años y su hermana Ann Marie de siete (posteriormente con los años, el hijo mayor, Lorenzo, aunque había sido dado en un principio por muerto, al parecer, logró sobrevivir).
De las chicas no se volvería a tener noticias. Llevadas por la susodicha tribu, sin dejar rastro, en un territorio en el que el simple hecho de intentar transitarlo ya era motivo justificado de ataque, de enfrentamiento y de lucha.
Los Yavapai las vendieron posteriormente a la tribu de los Mohaves, donde fueron tatuadas en su rostro, en su mentón y en los brazos, con unas trazas a base de líneas y dardos, a modo de flechas, con tintura de color azul. Unos tatuajes, que las niñas pensaron eran realizados por su condición de esclavas, y que posteriormente descubrieron eran un símbolo de protección, que los propios Mohaves realizaban a los miembros de su tribu, de los suyos, para ahuyentar los malos espíritus y poder entrar en el valle de la muerte, en pleno desierto, con sus doscientos kilómetros de longitud y un ancho, en algunos tramos, de hasta veinte kilómetros, en donde en el mes de marzo las temperaturas máximas alcanzan ya los 40ºC y en el mes de julio los 56ºC, de media, considerado el lugar más caliente y seco del planeta.
Cinco años después, Ann Marie, que ya contaba con doce años, en un periodo de fuertes sequías, falleció. Al quedar sin familia alguna Olive (que todavía desconocía que su hermano mayor aún estaba con vida y se encontraba realizando gestiones para localizarla), adoptó el nombre del clan, Oach, dejando de ser Olive Oatman para ser la Mohave, “Spantsa” (“la sedienta”) Oach.
Los rumores sobre la existencia de una mujer blanca, tatuada, entre aquellos indios moradores del valle de la muerte, no tardarían mucho en aparecer. Las búsquedas del hermano mayor verían sus frutos, y un mensajero indio, de nombre Francisco, fue enviado desde el “Fuerte Yuma”, cerca del río Colorado, en Arizona, hasta el poblado de los Mohave, para negociar el regreso de aquella mujer blanca, tras cinco años de lo que consideraban un “cautiverio forzoso”, cuando ya contaba por aquel entonces con diecinueve años de edad, en unas tensas y largas negociaciones, pues al principio negaban la existencia de ninguna mujer blanca entre sus habitantes.
Al ser entregada, Spantsa Oach (Olive Oatman) iba vestida con las ropas típicas y tradicionales de la tribu, ataviada con las vestimentas a la que se había acostumbrado, con el pecho al descubierto. Cuentan quienes fueron testigos de este acontecimiento que Olive se cubrió el rostro para que nadie la viera llorar, porque los que allí estuvieron presentes, vieron que aquella joven de diecinueve años, ya no era la que había sido reclamada y buscada, pues una parte de ella, en realidad había fallecido en aquel ataque perpetrado por los indios Yavapai en 1851, junto a sus padres.
El 20 de marzo de 1903, falleció de un ataque al corazón, de un corazón que dejó de latir, cuarenta y siete años antes, en 1856, cuando fue entregada a las autoridades del fuerte Yuma.
…………………………………………………………………………………………….
…… el día 20 de marzo, de cada año, desde 2013, se celebra el día mundial de la salud bucodental, en el que en la actualidad, más de cien países, participan de este evento, como una manera de sensibilizar a la población y recordar los beneficios que se derivan en nuestra salud, en general, de disponer de una buena higiene bucal y unos dientes saludables.
Ya en el libro del Eclesiastés, el rey Salomón, de una manera poética advertía de esta habitual pérdida de los dientes en las personas de avanzada edad, cuando señalaba en 12:3;
-“Acuérdate, ahora, de tu Magnífico Creador, en los días de tu mocedad, antes que procedan a venir los días calamitosos, o hayan llegado los años en que dirás: “No tengo en ellos deleite, el día en que tiemblen los guardianes (los dientes) de la casa, y se hayan encorvado los hombres de energía vital, y las mujeres que muelen hayan dejado de trabajar por haber llegado a ser pocas (las muelas), y las señoras que ven por las ventanas (*los ojos) lo hayan hallado oscuro”-
Un tema este que ya preocupaba y ocupaba a los hombres doctos desde la antigua Grecia, con Asclepio o Esculapio, que habían construido instrumentos rudimentarios para la exodoncia, o el mismo Hipócrates, creador del término la “muela del juicio” para designar el tercer molar, o ya en Roma durante el siglo I, Cornelio Celso con su tratado “de arte médica”, quien para efectuar la extracción de raíces utilizaba un instrumento llamado “la rizagra” y Galeno y Vesalio, que trabajaban con una población que según estudios recientes, al analizar los restos de aquellos que fallecieron con la erupción del monte Vesubio en el 79, gozaban al parecer de una buena salud dental.
Aunque también se han dado caso de bocas descuidadas, como el caso de Isabel I, reina de Inglaterra, quien en diciembre de 1578 a pesar de padecer fuertes dolores por una de sus piezas dentales dañada, rehusaba realizar cualquier extracción sobre la misma, siendo el mismo obispo de Londres, John Aylmer, quien en presencia de la monarca, quizás con la intención de animarla, permitió, a sus cincuenta y siete años, se le quitase uno de sus dientes (del que queremos suponer, no se trataba de un diente sano).
Recientes investigaciones de la Universidad de Leicester, trabajando sobre el cráneo del rey Ricardo III, han podido concluir que este presentaba un desgaste de sus molares mucho mayor que el que se daba, en aquellos tiempos para personas de su misma edad cronológica, pues aunque falleció a los treinta y dos años, carecía por ejemplo del primer superior molar.
El rey sol, Luis XIV, padeció de la misma manera de dolores insufribles de muelas que le obligaron en 1685 a someterse a la extracción de todas las piezas superiores de su lado izquierdo, en una época, en la que la monarquía francesa impulsó dichas prácticas y actividades, siendo Pierre Fauchard, quien aprendiendo a operar en la marina francesa, llegara a autoproclamarse, primer “cirujano dentista”.
En los Estados Unidos, el presidente George Washington, padeció de insufribles dolores de esta índole, desde su pronta juventud, pudiéndose afirmar que sobre 1789, año en el que alcanzó la presidencia, había perdido prácticamente la mayor parte de su dentadura.
En nuestro país, Alfonso XIII, a través del entonces dentista del monarca, Florestán Aguilar, nos señaló que la muerte del rey se debió a una afección cardíaca, íntimamente relacionada, con un cuadro infeccioso de tipo dentario.
Celebremos pues este día conmemorativo siendo conscientes de la importancia de tener una buena y correcta salud dental.
…………………………………………………………………………………………………
Para concluir esta reseña de hoy, día 20 de marzo, a las 11,29 de esta mañana empieza “la primavera”, durante los próximos noventa y dos días y dieciocho horas, hasta el próximo día 21 de junio a las 6,24. De esta manera, se produce el fenómeno llamado “equinoccio”, en el que la duración del día y de la noche, prácticamente coinciden y concuerdan en cualquier punto de la Tierra, dando comienzo por tanto en el hemisferio sur, la estación del otoño.
Así que, ¡feliz primavera!.
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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