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‘7 de junio … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea
Publicado
hace 8 añosen
De
José Luis Fortea
……. el 7 de junio de 1640, con motivo de la celebración del día del Corpus Cristi, un grupo de campesinos y segadores catalanes, encontrándose en la calle del Ample en la ciudad de Barcelona, se enfrentan a unos soldados castellanos, desplazados estos en tránsito hacia Francia, en el desarrollo de la conocida como guerra de los treinta años (al haberse sumado, la Francia “católica” del rey Luis XIII y su primer ministro el cardenal Richelieu, al bando enemigo de los protestantes, viendo de esta manera la ocasión de debilitar a la monarquía española de Felipe IV, declarando la guerra a España el 19 de marzo de 1635), produciéndose a partir de este altercado en el que resultó herido un segador, por toda la ciudad condal, graves revueltas que acabarían siendo conocidas con el nombre del día del “Corpus de Sangre”.
Para entender el conflicto del enfrentamiento entre los segadores catalanes y los soldados castellanos hay que remontarse al año de 1626, cuando el entonces valido del monarca Felipe IV, don Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde duque de Olivares, propusiera en el conocido como el “memorial secreto”, la creación de la “Unión de Armas”, instando al rey español a “hacerse rey de España”.
Puede sonar descabellado el propósito del aludido personaje, al solicitarle al monarca español aquel requerimiento que bien podría ser interpretado con cierta incongruencia, puesto que el rey de España ya lo era, pero de esta forma, Olivares, le señalaba a Felipe IV la necesidad de no contentarse con ser aisladamente el rey de Portugal, o de Aragón y de Valencia, o con ser el conde de Barcelona, sino que –“ trabajase y pensase, con consejo mudado y secreto, en reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia»-.
Así, mediante el proyecto de la Unión de Armas se pretendía un mayor compromiso e implicación y llegar a involucrar, más directamente, a los territorios de la antigua Corona de Aragón, pues si bien es cierto que su participación era escasa en los asuntos propios de Estado y de su dirección de gobierno, en contraprestación, aquellos soportaban menos cargas tributarias e incluso militares que los miembros pertenecientes al entonces reino de Castilla, sobre quienes descansaba el mayor impulso de la corona.
El mismo escritor don Francisco de Quevedo y Villegas ya dejó constancia de este hecho, cuando escribió aquello de;
-“En Navarra y Aragón
no hay quien tribute un real;
Cataluña y Portugal
son de la misma opinión;
sólo Castilla y León
y el noble pueblo andaluz
llevan a cuesta la cruz.
Católica Majestad
ten de nosotros piedad,
pues no te sirven los otros
así como nosotros”-
La aspiración del conde duque por tanto pasaba porque todos los reinos y Estados pertenecientes a la Monarquía Hispánica vinieran obligados a contribuir con hombres y unas cuotas económicas determinadas, para la formación de un ejército español, cuyas aportaciones serían realizadas en proporción a sus poblaciones y niveles de riqueza, aliviando así parte de su pesada carga.
Con esta medida, desglosaba el aporte que cada uno de estos debía presentar, siendo la corona de Castilla a la que le correspondía colaborar con un mayor número de soldados, con cerca de cuarenta y cuatro mil, seguida del principado de Cataluña y del reino de Portugal junto con el reino de Nápoles para los que se establecía una participación de dieciséis mil soldados para cada uno, los Países Bajos del sur con doce mil; el ducado de Milán, ocho mil; el reino de Aragón, diez mil; los reinos de Valencia, de Mallorca y de Sicilia, seis mil cada uno, siendo por tanto, el número total de dicho contingente, de ciento cuarenta mil hombres.
El rechazo a este proyecto fue unánime. Los mismos fueros recogían que en Aragón y Valencia, por ejemplo, sus vasallos no podrían ser obligados a marchar más allá de sus límites fronterizos con fines militares, lo mismo que sucedía en Cataluña, que únicamente en caso de tratarse de una guerra defensiva podría ser contemplada esta idea de servir más allá de sus confines.
Y a pesar de no contar con el visto bueno ni el deseo de participar en el mencionado proyecto, el conde duque el día 25 de julio de ese mismo años de 1626 anunciaba la creación y nacimiento, oficialmente, de la Unión de Armas, siendo desde ese momento renegociadas cada cierto tiempo las condiciones, en aras de convencer a aquellos de su participación.
Con aquella declaración de guerra de Francia, en 1635, el conde duque envió cerca de 40.000 soldados hacia la frontera, por tierras catalanas, para atacar al país galo desde el sur, surgiendo los primeros roces entre la población local y los soldados del ejército real, que llegaron a hacer acopio y ciertos actos de pillaje y saqueo sobre las propiedades de aquellos, originando las primeras protestas de la propia Diputación, creándose a partir de entonces un clima creciente de tensión, negándose desde ese instante, en numerosos casos, a proporcionar alojamiento o manutención a las tropas desplazadas, siendo el propio Virrey de Cataluña, Dalmaú de Queralt, quien alertado desde Madrid, comenzase a adoptar medidas represivas contra aquellos campesinos que temerosos se negaban a prestar cobijo a aquellos.
Los enfrentamientos abiertos se produjeron aquel día de la celebración del Corpus, cuando los segadores catalanes, hoces en mano y los temporeros del campo acuden a Barcelona a participar en la tradicional procesión de la celebración de la cosecha.
Las revueltas dieron lugar al asesinato del mismo Virrey, don Dalmaú de Queralt y Codina, conde de Santa Coloma. El 17 del mes de enero, Cataluña, por medio del presidente de la Diputación General de Cataluña, don Pau Clarís Casademunt llegó a declarar la independencia de esta, tras haber solicitado de la enemiga Francia su protección. Pero todo ello será motivo de otra historia………
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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