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«9 de marzo …sucedió que…», por José Luis Fortea
Publicado
hace 9 añosen
De
José Luis Fortea
Y entonces ….sucedió que……….
…….… era el 5 de mayo de 1808, en el castillo de Marracq, en Bayona, Napoleón en un golpe de efecto había conseguido la doble abdicación de los reyes de España, Carlos IV y su hijo Fernando VII, colocando a su propio hermano José I al frente de la corona española, en las denominadas “Capitulaciones de Bayona”.
De esta forma el general Bonaparte resuelve un plan gestado siete meses antes, en el mes de octubre, mediante un tratado firmado con la monarquía española en Fontainebleau, en virtud del cual, ambos países invadirían de forma conjunta Portugal, por lo que los franceses obtenían derecho de paso para sus ejércitos, en dirección al mencionado territorio luso, permitiéndose de esta manera la entrada de cerca de trescientos mil soldados de las huestes de Napoleón.
El propósito en realidad, a la vista de las jornadas de Bayona, consistía en una doble ocupación efectiva de los territorios de la península ibérica, la invasión francesa de España y Portugal.
Fernando VII quedó entonces recluido en el castillo de Valençay (para los curiosos que quieran ver la “prisión” del monarca, pueden visitar el siguiente enlace; http://castillosdelloira.es/es/castillos/valencay/castillo-de-valencay), (y en el siguiente, para quienes quieran una rápida visita guiada por este lugar en 13 minutos; https://www.youtube.com/watch?v=Jdsk_zqJ3VE)
En España mientras tanto, se crearon unas “Juntas de Defensa” para hacer frente a la citada ocupación, comenzando desde entonces una guerra por la independencia española.
El efecto de esta conquista tuvo su repercusión en aquellos territorios españoles situados más allá de los mares, y en Buenos Aires, a imitación de estas Juntas de Defensa, el 25 de mayo de 1810, tuvo lugar la denominada “revolución de mayo” en la que los nacidos en aquellas tierras de padres españoles (conocidos como “criollos”) configuraron su propio gobierno, deponiendo y encarcelando al Virrey, por aquellos días, el cartaginés español, Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Uno de los principales impulsores de esta revolución, fue Manuel Belgrano, que contaba entonces con cuarenta años de edad, quien formó en aras de su independencia un ejército para enfrentarse a las tropas realistas en Paraguay, que configuraba junto a Buenos Aires el “Virreinato español del río de la plata”.
Y dirigiéndose hacia aquellos territorios, en los preparativos de la batalla de Itapúa y del río Tacaruí, Manuel Belgrano y su ejército, deciden realizar un alto en el camino y descansar en una pequeña localidad, de nombre Yaguareté Corá (que en guaraní viene a significar el «Corral del Jaguar»), la actual Concepción en la provincia de Corrientes, en la Argentina, habitado principalmente por pequeños agricultores y ganaderos. Y es allí, donde varios vecinos de la mencionada localidad, se ofrecen voluntarios para alistarse al ejército, destacando entre ellos, el del maestro de la aldea, Antonio Ríos, quien a sus sesenta y cinco años propone a su hijo, Pedro, de doce, para alistarse y acompañarles. En un primer momento Belgrano no acepta dicho ofrecimiento, pero ante la insistencia del padre y del propio niño, y del mismo comandante Celestino Vidal, menguado y muy limitado de la vista, acabaron por convencerle, aceptando al niño, para servir de lazarillo al citado comandante, en la Campaña Libertadora del Paraguay, y animando de esa forma a las tropas, tocando el tambor al frente del ejército.
Cuentan que el niño, Pedro Ríos, daba saltos de alegría y de entusiasmo, de sentirse soldado y que al llegar a la ciudad próxima de Loreto ya tocaba el tambor como un experto y avezado tamborilero, como si esto de la percusión y el entusiasmo de batir el parche vinieran, de alguna manera inmersos en sus quehaceres diarios, no pudiendo practicar más, desde aquel lugar y durante los siguientes días hasta el mismo momento del comienzo del combate, sobre todo para no dar señales de su ubicación y aproximación a las tropas enemigas y acabar siendo descubiertos.
Fue entonces, un día como hoy, el 9 de marzo de 1811, conteniendo el ataque de las canoas paraguayas que por el río Tacuarí presionaban el ala izquierda de la posición que ocupaban los capitanes Campos Sosa y Villegas, junto a Celestino Vidal y el niño Pedro Ríos, hoy “Don Pedro Ríos”, que realizando con entrega, entusiasmo y devoción su cometido, manteniendo la moral alta de las tropas, tocando de manera incansable el tambor, recibió dos impactos de bala en el pecho, cayendo herido de muerte, falleciendo minutos después.
El propio Celestino Vidal contaba hacia el final de sus días como todavía de recordarlo se estremecía, de cómo Pedro Ríos, el niño tambor, impasible ante el silbido de la munición enemiga percutía la caja, con entusiasmo, “hasta de pronto verlo caer y que al ir a socorrerlo, con su muerte encontré la salvación, porque al detenerme no caí como cayeron casi todos los de aquel ala donde estábamos nosotros”.
La declaración de independencia de la Argentina fue seis años después el 9 de julio de 1816.
En el centro de la plaza 25 de mayo de Concepción, se encuentra una estatua de este niño héroe, del llamado tambor de Tacuarí, erigida en su honor en 1929.
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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