A la lucha de clases en época veraniega se le ha puesto el nombre de turismofobia, un término perverso que sirve para ocultar el verdadero conflicto. De esta manera, el significado legítimo de la lucha de clases se convierte en algo insignificante, lo más parecido a un capricho de niños malcriados. Pero nada más lejos.
Montero Glez, eldiario.es, 11-8-17.
Desde determinados ámbitos de la izquierda política y mediática se intenta justificar los actos vandálicos llevados a cabo por Arran, la organización juvenil de la CUP, la formación anarco-independentista-feminista que dirige el timón del procés de desconexión de Cataluña hacia quién sabe donde.
Los ataques efectuados contra el turismo en Barcelona, Palma de Mallorca y en algún rincón de la Comunidad Valenciana, persiguen, de una manera más o menos consciente, estos objetivos:
- Denunciar la masificación presente en los lugares turísticos y las incomodidades que generan a sus vecinos.
- Poner en aprietos a las empresas del sector.
- Intentar ofrecer una mala imagen de España como potencia turística a nivel mundial.
Aunque la verdadera misión que se plantean los autores de los actos de protesta contra el fenómeno turístico, son las siguientes:
- Mostrar su repulsa hacia el sistema capitalista.
- Preparar un ambiente de violencia hasta la celebración (o no) del 1-O.
- Visualizar la entelequia ideológica de los Països Catalans, como contrapeso a un procés hacia la independencia circunscrito exclusiva y estrictamente a Cataluña.
Ante esta izquierda que se reclama revolucionaria y cuyos postulados ideológicos hay que buscarlos en el marxismo-leninismo, además de en otros ismos contemporáneos, ha existido una izquierda reformista -socialdemócrata- que efectúa sus propuestas de cambio dentro del marco socioeconómico del sistema capitalista, y que basa sus pretensiones de progreso social en una redistribución de la renta: “que paguen más (impuestos) los más ricos” (para que los más pobres puedan beneficiarse de los recursos generados por las ganancias conseguidas según las reglas de sistema, es decir, del establecimiento de un Estado del Bienestar sólido y de lograr el mayor nivel de vida posible para las clases populares.
Por contra, la izquierda anticapitalista está imbuida ideológicamente del pesimismo que le atribuía Keynes. Es una izquierda ceniza -mixta de mosca cojonera y pájaro de mal agüero- que se limita, en unos casos, a protestar por cualquier disfuncionalidad del sistema sin proponer nada positivo a cambio. En otros supuestos, su protesta deriva en una violencia puntual y estéril, cuyos objetivos mueren cuando finalizan los actos violentos. Lo estamos viendo con los ataques llevados a cabo contra el sector turístico. Lo observamos, de vez en cuando, durante las celebraciones de alguna cumbre político-económica internacional: las acciones de los grupos antisistema son violentas y no se detienen ante los perjuicios que pueden ocasionar a los bienes de las empresas y las personas físicas, así como al bienestar psíquico-físico de los ciudadanos.
Sin embargo, su escaso predicamento social y la inexistencia de una alternativa viable a la pretendida caída del capitalismo, reducen sus pretensiones a joder la marrana: “Ya que no podemos derribar el capitalismo, por lo menos vamos a incordiar y a conseguir que -aunque sea en determinadas ocasiones- la gente tenga que aguantar las impertinencias de nuestras perfomances cargadas de odio y violencia”.
Se trata del tipo de protesta que algunos pretenden justificar desde los medios de comunicación, como Juan Soto Ivars, en El Confidencial del 9-8-17, cuando afirma que
“No se protesta contra el turista. Se protesta contra una explotación que produce precariedad laboral y cuyo beneficio termina en pocas manos […] A la industria turística, principal receptora de los beneficios, le ha venido muy bien que Arran protagonice pintadas contra autobuses turísticos y la efectista e inofensiva lluvia de confeti” (Los subrayados de este artículo son míos). El autor pasa por alto el mal causado a la imagen del turismo e ignora el asalto al bus turístico de Barcelona, realizado por encapuchados que portaban armas blancas, cuando no está el horno para bollos, con el terrorismo yihadista bien presente. ¿Se podría pensar lo mismo después de pasar el susto correspondiente dentro del autobús de marras, o de que te cayera ese confeti en la sopa?
Aún más incisivo en la justificación de los sabotajes al turismo se muestra el novelista Montero Glez, en eldiario.es del 11-8-17.
“Las estructuras económicas de un país como el nuestro se ven arruinadas desde el momento en que la economía depende de un sector tan gaseoso como el terciario. Luego está lo otro, lo del ataque al bus turístico, pues no hay efecto sin causa y cuando los imperativos económicos son graves, la manera de responder a ellos siempre será grave“.
Desde un posicionamiento de un marxismo simplón, el citado novelista, continuaba desparramando sus ideas sobre el particular:
“Así, con la llegada de los calores, se bendice la aparición de turistas pues como señalan los más simples, el turismo trae trabajo. Los que afirman tal simpleza aún no se han parado a pensar que, en una sociedad capitalista, el trabajo no es otra cosa que beneficio para el capital“.
¿Qué pensaran los trabajadores llegado el momento de aceptar o no un trabajo -por ejemplo, en el sector turístico-, y si es el caso, a la hora de recoger la nómina, cuando alguien les diga al oído que “el trabajo no es otra cosa que beneficio para el capital”? ¿Para qué buscar trabajo si solo ha de redundar en beneficio para el empresario? ¿Por qué extraña razón escribe el novelista, si sus obras no son otra cosa que beneficio para las editoriales, para el capital?
Somos conscientes de que el sistema capitalista -como cualquier otro sistema socioeconómico habido y por haber- es manifiestamente mejorable, incluso que merece un recambio. No obstante, la evaluación de cualquier alternativa ideológica debería fundamentarse en argumentos rigurosos, y en considerar siempre, como factor principal de la praxis política, el respeto y la salvaguarda de la vida, la dignidad de las personas y su bienestar psíquico-físico.
Mal empieza cualquier planteamiento político-ideológico, cuando pretende crecer e imponer su criterio sobre la base de buscar el enfrentamiento entre las personas y los diferentes sectores que componen la sociedad, incluso con la utilización de la violencia. Pues, desde antaño sabemos que lo que mal empieza, mal acaba.
(Fotografía: El Mundo)
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