Lejos de España. Fuera del territorio catalán. Arrojado definitivamente de su Cataluña soñada, Carles Puigdemont, al fin, se independiza.
Después de encabezar un procés hacia la desconexión de España, que ha provocado grandes cataclismos político-sociales, como:
- Desaparición de CiU, primero, y Convergència Democràtica de Cataluña, a continuación.
- Pérdida constante de apoyo electoral del sector independentista, que encuentra su realidad simbólica en la victoria de Ciutadans, la primera victoria de un partido constitucionalista en tierras catalanas.
- División de la sociedad catalana en dos mitades casi iguales en peso demográfico y electoral.
- Huida masiva de empresas, algunas de vital importancia como Caixabank y el Banco de Sabadell que han venido a tierras valencianas.
- Descenso importante del turismo y desaceleración económica.
- Suspensión de la autonomía catalana, tutelada por el Gobierno de España, con la aplicación del art. 155 de la Constitución Española.
- Probabilidad bastante elevada de un futuro entre rejas para los líderes del procés, investigados por el Tribunal Supremo de graves delitos contra la organización del Estado español y su supervivencia: rebelión, sedición y malversación de caudales públicos.
Tras la muerte anunciada del procés en unos mensajes enviados (¿robados, con vocación divulgativa?) al móvil del exconseller Antoni Comín, también fugitivo en Bélgica, Carles Puigdemont consigue el objetivo perseguido: se independiza, se va a vivir a Waterloo, cerca de Bruselas, cual (ex)presidente en el exilio dorado en un remedo del Palau de la Generalitat –con aires arquitectónicos del Palacio de la Zarzuela-, de 550 m2, con un jardín de 1.000 m2, y un alquiler de 4.400 euros mensuales. Un pretendido centro de poder simbólico que garantiza uno de los efectos más perniciosos del reto soberanista: la omnipresencia mediática de las idas y venidas, geográficas e ideológicas, de los impulsores del proyecto político insolidario y traicionero que dieron en denominar procés cap a la desconnexió d’Espanya, y que cuenta con una base electoral de unos 2 millones de fieles seguidores.
… Fieles feligreses de un movimiento político-ideológico con un fuerte componente de esencialismo identitario, que ha transmutado en fenómeno de masas con claros tintes religiosos, y con vocación de establecer su particular credo por encima de las normas que rigen nuestro sistema constitucional. Y que ya tienen su particular centro de peregrinación en tierra de flamencos… hasta que el juez Llarena del Tribunal Supremo reactiva la euroorden de detención para el habitante del casoplónbelga.
Mas a esta secta herética anticonstitucionalista, con vocación de Iglesia ortodoxa, edificada con la primera piedra colocada por el Patriarca Jordi Pujol y continuada por los Sumos PontíficesArtur Mas y Carles Puigdemont, ya le ha nacido una respuesta aún más herética, de orientación heterodoxa y constitucionalista, en tierras de Tabarnia (Tarragona-Barcelona), cuyo President en el exilio de Barcelona es el bufón Albert Boadella.
Esta ocurrente idea construida con los materiales ideológicos del esperpento secesionista, pone ante el espejo deformante a los protagonistas de un intento de separar a Cataluña de España, si contar con la mayoría social y electoral, y pasándose por el forro todas las normas que rigen nuestro sistema democrático, edificado mediante la voluntad popular, elección tras elección.
En serio: por el bien de la democracia y de la salud mental de los ciudadanos, hace falta iniciar una nueva vía mediática en la que, tras la derrota infringida al procés por los poderes del Estado democrático, se redimensione en su justa medida la presencia de un movimiento de masas de naturaleza no biodegradable, con voluntad de persistencia y omnipresencia. Esta tarea es fácil de decir, pero ardua a la hora de ponerla en práctica, pues ya sabemos que los medios de comunicación viven de las cuotas de audiencia, y ésta se rige, principalmente, por las noticias que generan morbo. Y el denominado problema catalán es una fábrica de producir morbo en abundancia…
Por ello, los agentes políticos del Estado y de las Comunidades Autónomas deberían unir sus voluntades democráticas, a la hora de pergeñar un ambicioso proyecto capaz de dotar de estabilidad al sistema democrático, dentro de unos parámetros de igualdad, progreso y justicia social. También para tratar en su justa proporcionalidad mediática las aventuras y desventuras de este séquito de fieles catalanes, numeroso, pero al fin y al cabo minoritario, que, deliberadamente, se ha colocado fuera del marco de convivencia constitucional, y que nos promete grandes relatos de sus peripecias vitales, dentro del espectáculo político inserto en ese cuento de La Lechera en el que se ha convertido el procés catalán.
Unos pocos, aunque sean multitud, no pueden dictar la hoja de ruta política y mediática de ese Estado Social y Democrático de Derecho que damos en llamar España.
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