Firmas
‘España, Mon Amour’, por @JoseSorzano
Publicado
hace 8 añosen
De
Foro de Opinión: José Luis Sampedro
Desde ese espacio donde los silentes analistas de la política solemos posicionarnos en orden a sacar unas conclusiones más o menos objetivas de la realidad diaria, observamos que ni todo es tan negro, ni todo tan blanco, sino que el gris es el color predominante en casi todos los temas que acucian a esta piel de toro llamada España.
Pero a la vista de la carcoma independentista que amenaza incansablemente a nuestro terruño, creo que a los españoles convencidos nos ha llegado el momento de alzar el tono sin ningún tapujo ni complejo alguno y decir a voz en grito: ¡¡te quiero, España!!
Si, esa misma España a la que los ataques sufridos antaño en la República por las “polillas” nacionalistas, llegaron a helarles el corazón a esos intelectuales y compatriotas de innegable rango y tan poco sospechosos como eran nuestros Machado, Ortega, Azaña y tantos y tantos buenos y lúcidos españoles que la defendieron desde todos los frentes.
Ya está bien de tantos complejos para desde posiciones de izquierda gritar sin miedo: ¡¡soy español y quiero a España, joder!! Sin que esos “antiespañoles de salón, sueldo y coche oficial” nos tachen de “fachas” y demás lindezas, cuando son ellos los únicos que actúan con el ordeno y mando “talibán” desde que fueron alumbrados por sus ilustres y honorables mamas.
Si, a esa panda de descerebrados trasnochados , como dice el ex ministro socialista José Luis Corcuera, me hubiera gustado a mi verlos en la clandestinidad antifranquista con la Guardia Civil o la policía político-social pisándoles los talones en la famosa “mina del Alemán” o en los zulos de las reuniones clandestinas en la época del dictador. En otro orden de cosas, me hubiera encantado igualmente ver a toda esta “tropa” irle a D. Pablo Iglesias, alias el “Abuelo”, fundador del Psoe y la Ugt, con toda esta coña y monserga independentista. Desde luego no sé el lugar exacto, pero seguro que muy cerca no los hubiera mandado D. Pablo.
Y sí ¡¡coño!! Quiero mucho a mi país, sea con monarquía o con república si así lo decidiéramos libremente todos los españoles. Y sí, quiero a mi bandera sea la bicolor, eso sí, siempre con el escudo constitucional (no con el pajarraco franquista), o con la tricolor, da igual; siempre y cuando las dos, indistintamente, representara a mi querido país, nación, terruño o patria; esa que se llama y siempre se llamara España, a pesar de que una pléyade de gilipollas la quieran trocear como una tarta de queso.
Estos días desde Sotogrande, Jerez y Sanlúcar en tierras gaditanas, o en la isla de Mallorca, me he dado cuenta lo bonita, grande y agradecida que es mi tierra y sus gentes de bien; sean de la ideología que sean o piensen lo que les salga de los “cataplines” a cada uno de ellos. Una España donde vascos, catalanes, andaluces, castellanos, gallegos, valencianos, murcianos, en fin, donde españoles de todos los rincones podamos disfrutar juntos de las bondades, excelencias y belleza de nuestra tierra, en compañía de amigos venidos de muchos rincones del mundo, para que a estas alturas nos vengan los típicos “macheteros” de turno a descabellar, trocear, y joder a nuestro querido toro territorial llamado España.
Y sí, a voz en grito para que se me oiga bien en todos los rincones de nuestro país, digo que quiero y mucho a esta España nuestra, así como a todos sus pueblos, lenguas, culturas y diversidades que la forman; desde la modernidad de mi querida Barcelona, hasta la belleza de esa Extremadura que tanto me gusta y quiero. Por no hablar de mi admirado Euskadi, con ese Bilbao en donde siempre me hubiera gustado haber nacido, simplemente para “hacer lo que me diera la gana”, como buen bilbaíno de pro.
Y desde aquí brindo mi recuerdo y homenaje a esos dos grandes catalanes y españoles, Juan Antonio Samaranch y a mi querido y gran amigo, el socialista Pascual Maragall, sin los cuales desde sus respectivas atalayas, el uno como presidente del Comité Olímpico Internacional , y el otro como alcalde de Barcelona, consiguieron traerse en el año 92 la olimpiada a esta ciudad, consiguiendo los votos del resto de los países; pero eso sí, porque justo es decirlo, con la gran ayuda y apoyo del rey D. Juan Carlos I.
Y finalmente, yo les recordaría a todos aquellos que ahora usan en su bandera independentista, la Estelada de las cuatro barras rojas y amarillas procedentes del pendón real de Jaime I, que fue este mismo rey quien dijo después de una revuelta de los moriscos en el Levante de la Corona de Aragón:
«Nos, ho fem la primera cosa per Déu, la segona, per salvar ESPANYA.
¡¡Coño!! Ahora resulta que este buen rey, nacido en el Montpelier de la Marca Hispánica, y ahora gran referente para el independentismo incluso en su bandera, allá por el año 1.258 ya hablaba de salvar a la “maldita y pérfida” ESPAÑA. Esto habría que recordárselo a esa especie de “guapo Adonis” del independentismo catalán, el todopoderoso, Junqueras. Desde luego, ¡¡tiene cojones la cosa!!
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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