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La estética en la jungla mediática, por @frandisiz

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Paco FerrandisPaco ferrandis

Snowhite, Ana Juan

 

Érase una vez… Cuando un ciudadano cometía (presuntamente) un delito o una falta, era juzgado por los órganos jurisdiccionales correspondientes, que condenaban o absolvían al imputado.

Con la irrupción de la crisis económica y el movimiento de indignación que surgió como respuesta a los efectos nocivos de la misma, la mirada inquisitiva/inquisidora se dirigió hacia los políticos como presuntos implicados en los males que afectaban a las personas. De esta manera, se judicializó la política y los adversarios pusieron a sus oponentes en manos de jueces y tribunales por (presuntos) casos de corrupción, con la ayuda inestimable de unos medios de comunicación sesgados políticamente y expertos en levantar las liebres de los campos minados por la corrupción, que hundía sus raíces en la época de bonanza económica, así como predispuestos a recibir información filtrada de los secretos sumariales instruidos por los órganos de la Justicia.

La facilidad y velocidad con la que se difunde la información en nuestra época ha hecho más estrecha la simbiosis entre Política y Justicia, con la puesta en marcha del proceso de politización de la Justicia. Ahora, determinados jueces y fiscales mediáticos, policías y guardias civiles, la UCO y la UDEF (ya nadie se pregunta “¿qué coño es la UDEF?”) administran convenientemente la información y el momento oportuno (políticamente) para darla a conocer a los medios de comunicación y, por lo tanto, a la opinión pública en general. Así se llega a disfrutar de un protagonismo mediático incluso superior a las estrellas de cine, de fútbol, o del rock&roll.

En estos tiempos en los que tanto corre la información, es suficiente con que tu nombre aparezca en unas conversaciones grabadas, más o menos lícitamente, y oportunamente filtradas a los medios, en las que se te relacione con algún traje confeccionado en una sastrería de Panamá (o de Milano), para que se te abalance todas las huestes de los llamados periodistas de investigación (¿más bien habría que decir de infiltración?), los tertulianos de medio pelo (sin pelos en la lengua) y, cómo no, tus enemigos personales, profesionales, o políticos que, ipso facto, te conducirán ante un juzgado o una comisión de investigación dónde se lleve a cabo el escarnio de tu persona y se muestren tus vergüenzas en la plaza catódica. Y que les quiten lo bailao aunque, al final, no se pueda imputar ningún reproche a tu conducta: “Reo es de muerte (política)”…

Aun sin delito o falta por los que se te pueda juzgar, siempre quedará la supuesta responsabilidad política o por cuestiones éticas.

¿Hasta aquí llega el nivel de exigencia de responsabilidades? No. Ahora ya no solo se pretende juzgar la conducta de un político o de una autoridad por ilícitos civiles o penales, sino que después de la responsabilidad política (si no se te puede imputar ningún delito o falta) sale a nuestro paso la responsabilidad por cuestiones éticas (concepto ambiguo donde los haya). Pero no acaba ahí la cosa, pues si no se te puede aplicar ninguna de la anteriores responsabilidades, tropezamos en nuestro camino con la responsabilidad por motivos estéticos (es decir, que si no me gustas políticamente, pido tu cese o dimisión), como le ha sucedido al ya exfiscal general anticorrupción Sr. Moix (apesadumbrado, abatido, en idioma valenciano). Porque la tormenta en la jungla mediática hará mella en tu persona y en tu familia, y si no tienes los suficiente arrestos dimitirás, o te harán dimitir aquellos para los que ya representas un problema político.

Pero, tranquil, Jordi, tranquil… El resto nunca caminará solo: camino de la sede del juzgado o de cualquier otra institución donde se le vaya a pedir alguna de las posibles y múltiples responsabilidades, nunca faltará quien se cisque en ti, en tu familia, o en tus muertos, si se tercia…

Finalmente, “Snowhite supo que las fieras del bosque no solo vivían más allá de los muros“.

(Ilustración y citas: Snowhite, de Ana Juan)

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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