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Qué pasó

Qué pasó el 25 de abril

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Qué pasó el 25 de abril
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José Luis Fortea


 

 

 

Qué pasó el 25 de abril

………. El 25 de abril de 1775, nacía Carlota Joaquina de Borbón y Borbón, en el palacio real de Aranjuez, nieta de Carlos III, al ser esta, la primera hija del matrimonio habido entre el futuro rey de España Carlos IV y María Luisa de Parma, y por tanto hermana mayor de Fernando VII (que vendrá al mundo nueve años más tarde, en 1784, al que casará con su tercera hija, María Isabel) y de Carlos María Isidro (casi trece años después, en 1788, y al que de igual forma, en segundas nupcias enlazará con su primogénita María Teresa), y que acabará siendo reina consorte de Portugal.

La encargada de su crianza fue una vecina de Tomelloso, doña Josefa Castellanos, que ya desvelaba trazas del fuerte carácter de la infanta y que en palabras del conde de Floridablanca llegaría a describirla como “algo atolondrada por la viveza de su carácter”, viveza esta de carácter que la aristocracia portuguesa detallaría años más tarde como en ocasiones de un ímpetu y brío desmesurado, propio de quien actúa vehementemente, con episodios cargados de furia e incluso violentos.

Contaba con apenas diez años de edad cuando se unió en matrimonio, por deseo de su abuelo, el rey Carlos III, el 8 de mayo de 1785, con el infante Juan de Portugal, de diecisiete años de edad, por unos días, ya que el 18 de ese mismo mes, celebraba su natalicio, siendo el segundo en la línea sucesoria de los Braganza y en principio, no destinado a llevar las riendas del país.

Un año después de la boda en 1786 fallecía su padre, el rey de Portugal, Pedro III y poco después su hermano José, en 1788, enfermo de viruela, declarándose reina a la viuda María I, y el infante don Juan (desde ese momento, nombrado heredero de la corona Lusa), una soberana que en 1789 con aquellas noticias del estallido de la revolución francesa que recibía, quedaría tan profundamente impactada, que comenzó a mostrar los primeros síntomas de un delirio, que la llevarían en tan sólo tres años a ser declarada mentalmente incapaz, enajenada, trastornada y loca, con constancia de firma y rúbrica de diecisiete médicos, siendo relegada en 1792, por una regencia que recayó en su hijo el príncipe Juan.

Con el devenir de los años, físicamente Carlota Joaquina no será muy agraciada, o al menos eso es lo que se deduce de la descripción que recoge el biógrafo, Jean Louis Albert Savine, editor y traductor francés, a partir de una reseña facilitada por Laure Permon de Junot, duquesa de Abrantés, después de conocerla en persona, cuando en cierta ocasión acompañaba a su marido el general francés Junot (el mismo que dirigirá años más tarde la invasión de Francia sobre Portugal), que decía de ella tras aquel encuentro;

-“Dispone de apenas cinco pies en la parte más alta de su cuerpo. Parece ser que a resultas de una caída de caballo se le había acortado una cadera y cojeaba, con la espalda contrahecha en la misma dirección. El busto de la princesa era como el resto de su cuerpo, un misterio de la naturaleza. De ojos pequeños y muy juntos, nariz hinchada y roja como la de un suizo, su boca repugnante, guarnecida de muchas hileras de dientes negros. De piel ruda y llena de granos”-

Descripción esta, corroborada por el historiador portugués Octavio Tarquinio de Sousa que señalaba que efectivamente –“era una mujer horrenda, de espalda desnivelada y mirada hundida, de alma ardiente, muy ambiciosa, bastante inquieta, pasional, exenta de escrúpulos y con impulsos sexuales desbordantes”-.

De cualquier modo, fueran o no, exageradas las descripciones facilitadas, lo cierto es que fruto de este matrimonio nacerían nueve hijos y de la misma manera que le ocurriera a su madre, María Luisa de Parma con Godoy, algunos vástagos de Carlota Joaquina afirmaban ser de un joven que prestaba sus servicios en el palacio real, y más concretamente su tercer hijo, de nombre Miguel a quien el asombroso parecido físico con el mencionado amante, alimentaban aún más las sospechas.

No cabe duda que Juan VI era de igual forma, cuanto menos un hombre de carácter peculiar, que acabaría heredando la misma locura que su madre. Ya por aquellos días eran comentadas en palacio algunas de sus manías y peculiaridades, como aquella de llevar en los bolsillos un par de muslos de pollo, por si le atacaba el apetito por la tarde, de una receta del pollo al carbón muy típica en Portugal, y del que hacía acopio todos los días, a la hora del almuerzo, comiéndose dos o tres de estos. Sirva en su defensa, no obstante, que tuvo que gobernar en un período particularmente difícil de la historia de  su país.

En 1801 Portugal fue invadido por España y Francia, en la que se conocerá como la “guerra de las Naranjas”, llamada así, al enviar Godoy, cuando sitiaba la ciudad lusa de Elvas, a la reina de España un ramo de estas.

En 1806, cuando este presenta los mismos síntomas de locura que su madre, varios nobles y personas influyentes de la aristocracia portuguesa se confabularon para arrebatarle la regencia y cedérsela a su esposa, en un complot del que llegaría a ser partícipe una vez fue informada, y que sería descubierto por el ayuda de cámara del príncipe, don Francisco Lobato.

Acusada de complicidad fue castigada a permanecer recluida en el Palacio de Queluz, separándose de ella, siendo conocida desde entonces como la “Arpía de Queluz”.

Cuando a los pocos meses, el día 27 noviembre de 1807, el territorio de Portugal era invadido, en virtud del Tratado firmado en Fontainebleau entre Francia y España, la familia real portuguesa huyó rumbo a Brasil. La perturbada reina María I, mientras preparaban los carruajes llegó a gritar –“no corráis tanto, pensarán que huimos”- sin duda en un arranque de lucidez personal, para acabar por preguntar, -“¿Cómo huimos sin siquiera haber combatido?”-.

En otro barco, el “Reina de Portugal” viajaban Carlota Joaquina y sus hijas con sus damas de compañía, donde llegarán a Salvador de Bahía, el 22 de enero y el 8 de marzo a Río de Janeiro, lugar en el que fija la corte, de una colonia que transformarían en un reino y que trece años después, en 1821, aclamado por su pueblo se vería obligado a regresar a Portugal, dejando a su hijo Pedro al frente de aquel reino de Brasil que declararía su independencia aclamándose como emperador…………….

…………ese mismo día 25 de abril de 1974, en el mismo país de Portugal se vivía el derrocamiento de un régimen dictatorial, instaurado desde 1926 por Antonio de Oliveira de Salazar (a quien había sucedido desde 1968, Marcelo Caetano), mediante un alzamiento militar pacífico, en una jornada a la que se le daría el nombre de “la revolución de los cláveles”.

Esta denominación deriva del gesto de una empleada del ropero de una cafetería ubicada en la  rua Braamcamp, de nombre Celeste Martins Caeiro, de cuarenta años de edad, que regresando a casa cargada de claveles, flor de temporada que habían sido preparadas para la celebración del aniversario del local, ofreciendo una de estas para cada clienta, de aquel día 25 de abril, fecha en la que cumplía su primer año de existencia, y que su dueño había decidido suspender dichos actos previstos, ante la incertidumbre de los sucesos que se estaban viviendo, no pudiendo la aludida empleada atender la petición de uno de los soldados que se encontraban custodiando la Plaza del Rossio, que le había solicitado previamente un cigarrillo, ofreciéndole a cambio uno de estos claveles, pensando que lo rechazaría, poniéndolo el soldado en el cañón de su escopeta, y repitiendo el gesto con el resto de sus compañeros entregándoles a todos las flores de las que disponía, quienes hicieron de la misma manera, convirtiendo aquel gesto en un símbolo mismo de la revolución de 1974.

El general António de Spínola se convertiría en el presidente de la denominada “Junta de Salvación Nacional” que sería la encargada de devolver el régimen democrático al país.

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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