Firmas
Un partido para los jubilados y pensionistas, por @JoseSorzano
Publicado
hace 7 añosen

Periodista y Abogado
Foro de Opinión: José Luis Sampedro
Como diría un clásico: “tanto fue el cántaro a la fuente que al final terminó rompiéndose”. Y eso, y no otra cosa, es lo que le ha pasado finalmente a los casi 10 millones de pensionistas y jubilados de este país, que al final han terminado rompiendo el cántaro de su infinita paciencia ante tanta tomadura de pelo, mentira y dislate.
Ahora ya no valen las engañifas ni promesas del mal pagador que se le suelen dispensar a las clases pasivas de nuestro país, cuando la clase «politicastra» española quieren seguir secuestrándoles la voluntad a las puertas de unas nuevas elecciones, como si la tercera edad fuera sinónimo de una demencia senil embarcada en esa especie del imparable canto operístico del “adiós a la vida”, o de una gilipollez adquirida por su nuevo estatus de jubilado o pensionista.
Y es que ya se sabe que de donde no hay no se puede sacar ni esperar nada bueno. Por lo visto, la bien cebada y bebida clase política en activo, en el momento acomodan sus plácidos traseros en los escaños del poder y sus panzas empiezan a degustar las delicias de los restaurantes del estrellato Michelin, se olvidan muchas veces que la edad de jubilación es a los 65 años. Edad cuando precisamente a los miembros de este canoso colectivo mejor les rigen sus respectivos tetumenes. Ya que son muchos millones de pensionistas y jubilados, los que aun pueden exhibir y demostrar con gran éxito sus respectivas excelencias y talentos, como pueden ser esa infinidad de jueces, catedráticos, médicos, ingenieros, economistas, abogados, agricultores, funcionarios de todos los niveles, obreros de la construcción, taxistas, bomberos, policías, empresarios autónomos, todos de ambos géneros, y que actualmente conforman este puteado colectivo.
Pues bien, de tomarles el pelo inmisericordemente con sus mentiras a nuestros abuelos, la situación les ha revertido en realmente chunga a esta especie de cofradía de “vendehumos, comepanes y garamantas” que conforma la mayoría de nuestra clase política agrupada en todos los partidos.
Hace unas semanas, que quizás algunos lectores recordaran, como desde estas mismas páginas este humilde escribidor vaticinaba sin ningún esfuerzo, que esta situación de choteo continuo hacia nuestros mayores, podía reventar algún día por el auténtico hartazgo de los que peinando la mayoría ya canas les han dicho basta, a esa auténtica oligarquía política de estómagos agradecidos gracias a las bondades de nuestra sacro santa democracia. Todo ello, porque simplemente echando mano de una simple calculadora y viendo como votando únicamente la mitad de los casi 10 millones de jubilados y pensionistas a un solo partido integrado plenamente por ellos mismos, se han dado cuenta que podrían alcanzar fácilmente el poder de la nación, si tenemos en cuenta la dispersión de fuerzas que actualmente componen tanto el Congreso, Senado, parlamentos autonómicos o corporaciones locales.
La imagen del abuelo jubilado y pensionista de pana, boina y gayata, se acabó hace tiempo en esta España de nuestros pecados. Por suerte, sigue existiendo aun mucha lucidez y grandes dosis de sentido común en nuestros mayores, sean hombres o mujeres. Sí, me refiero a esas heroínas que con sus cálculos y ciencia doméstica han podido sacar adelante a familias enteras, cuyos componentes, muchos de ellos, se encontraban en paro. Así, como teniendo en cuenta igualmente la lucidez e inteligencia de todos aquellos que por edad, que no por vejez, a los 65 o 70 años se han visto relegados al desván de los recuerdos; sin tenerles el mas mínimo respeto al aprovechamiento de ese talento acumulado por largos años de experiencia y maceración del mismo.
Hace años había un programa de radio dirigido a los marinos de la flota pesquera, que comenzaba diciendo: “onda pesquera, aviso a los navegantes…”. Pues bien, desde aquí y ahora venimos a decirles lo mismo a todos los líderes de los partiditos que componen el arco parlamentario, si tenemos en cuenta los movimientos, reuniones y contactos que estos últimos días se están realizando entre distintas plataformas representativas de las canas de la experiencia y el saber, o sea, de los jubilados y pensionistas.
Por lo tanto, no sería nada de extrañar que en poco tiempo viera la luz un nuevo partido compuesto por jubilados y pensionistas. Falta de ganas no hay y, hasta donde yo sé, financiación tampoco. Pues adelantándose a los acontecimientos ya hay alguna que otra entidad bancaria por lo visto interesada en apoyar a los que próximamente podrían tener una importante parcela de poder. Tontos no son.
Desde luego, lo que está claro es que lo que en un principio parecía un destarifo propio de cuatro abueletes que perdieron la chaveta, a la vista de la cohesión demostrada en todas las manifestaciones en territorio nacional, a más de uno se le va a hacer muy largo el recorrido al mingitorio mas próximo cuando les empiecen las diarreas del miedo escénico. Estaremos al tanto, pues divertido puede serlo, y mucho.
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………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
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Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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