Salud y Bienestar
Así puedes mantener la vitamina D que necesitas en épocas de menor exposición al sol
Publicado
hace 2 semanasen
Con el otoño, nuestra exposición al sol se ve reducida y, por tanto, pueden disminuir los niveles de vitamina D, muy necesaria para el buen funcionamiento del organismo
Hace unas semanas cambiábamos la hora y nos adentrábamos de lleno en la época del año de los días más cortos y, por tanto, de menor exposición a la luz del sol. Pasaremos más tiempo en interiores y recibiremos menos sol a medida que los días se acortan. Algo que puede tener efectos en nuestra producción de vitamina D que, a diferencia de otras vitaminas esenciales que obtenemos de los alimentos, se puede sintetizar en la piel a través de la reacción fotosintética que aporta la exposición a la radiación ultravioleta (UVB). De ahí que se la conozca también como la ‘vitamina del sol’.
¿Por qué necesitamos la vitamina D?
La vitamina D, aunque la llamemos vitamina, actúa como una hormona (un mensajero químico) en nuestro cuerpo, regulando muchos procesos beneficiosos. Esta vitamina liposoluble (que se disuelve en grasa) nos ayuda a mantener concentraciones normales de calcio y fósforo y, por tanto, nos asegura una correcta mineralización de los huesos.
Además, en los últimos años se ha producido un creciente interés por otros efectos, como el hecho de que nos ayuda en el desarrollo muscular, la salud cardiovascular, la presión arterial, la función inmune y la capacidad de promover la secreción de insulina.
En España, mucho sol pero poca vitamina D
No toda la vitamina D es igual sino que la podemos encontrar de dos formas: la vitamina D2 (ergocalciferol), que se obtiene de forma artificial de fuentes vegetales; y la vitamina D3 (calciferol), que se obtiene de fuentes animales. La mayor parte de la vitamina D que obtenemos se produce de la exposición a la luz solar. En concreto, más del 90% de la vitamina D3 (colecalciferol) de nuestro organismo es sintetizada en la piel a partir de la exposición solar.
En España, pese a que gozamos de muchas horas de sol al día, una parte considerable de la población española tiene déficit de vitamina D. Según datos de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), un 40% de la población de menos de 65 años y más del 80% de los mayores de 65 años tienen una baja concentración de vitamina D.
Algunos estudios nos dicen que el invierno puede incidir en un déficit de esta vitamina, sobre todo en jóvenes y personas mayores, algo que los expertos atribuyen especialmente a factores como la menor cantidad de horas de luz, aunque también mencionan otros más discutidos como el uso de fotoprotector, tan necesario por otro lado en la prevención del cáncer de piel y sobre el que algunas sociedades como la Fundación del Cáncer de Piel han reconocido que no existen evidencias de que el uso diario de protector solar provoque insuficiencia de vitamina D.
La cantidad mínima recomendada de vitamina D se sitúa en 600 unidades internacionales (UI) cada día en personas hasta los 70 años y, a partir de esta edad, de unos 800 UI al día. Son cifras que permitirían alcanzar el nivel óptimo en sangre de vitamina D por encima de los 20 nanogramos por mililitro (ng/mL). Según la Asociación Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA), los valores se consideran adecuados cuando se sitúan entre los 30 y los 100 ng/mL, que son los que garantizan una buena salud ósea, parámetros que cumple buena parte de la población, sobre todo entre los meses de mayo a septiembre.
En España tendríamos suficiente con exponernos al sol en la cara y los brazos entre cinco y 15 minutos al día en las horas centrales, entre marzo y octubre, de acuerdo con la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC).
El sol del invierno no tiene el mismo efecto de octubre a marzo o abril, ya que está más bajo y los rayos UVB son más débiles y la síntesis cutánea disminuye de forma drástica.
Qué podemos hacer para obtener suficiente vitamina D en invierno
La falta de vitamina D no sería un problema mayor si pudiéramos obtenerla con facilidad de la alimentación. Pero si bien entre el 80-90% de esta vitamina la genera nuestro propio organismo gracias a la exposición solar, solo el 10-20% procede de la alimentación. Desafortunadamente, obtener suficiente vitamina D de los alimentos supone un reto considerable.
Según la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), el aporte dietético de vitamina D no es tan importante como el que nos da el sol ya que “el número de alimentos que contienen de forma natural una cantidad importante de vitamina D es limitado”. Además de que son pocos los alimentos que la contienen, al no ser de consumo habitual, tampoco aportan la cantidad suficiente para alcanzar la ingesta diaria recomendada.
La vitamina D2 está presente en algunos alimentos vegetales como las setas y los hongos expuestos a radiación UV; la D3 la podemos encontrar en algunos de origen animal como pescados grasos del estilo de la sardina, el salmón, la caballa o el atún. De acuerdo con la semFYC, no se pueden alcanzar los niveles adecuados con el aporte dietético aislado sino que es necesario complementarlo con la exposición solar y, en determinados casos, con suplementos, siempre bajo supervisión médica.
La clave para aumentar los niveles de vitamina D en invierno es una combinación de hábitos de vida saludables, exponernos al sol durante al menos 30 minutos, de dos a tres veces por semana, e incluir lácteos como nata o queso en su versión completa ya que si eliminamos la grasa del alimento, también eliminamos la vitamina D (además de otras vitaminas liposolubles como la A, E y K).
Qué ocurre si no tenemos suficiente vitamina D
Si nuestros niveles de vitamina D son bajos, pueden afectar a la capacidad de nuestro cuerpo para absorber calcio y fósforo, por tanto, pueden provocar huesos blandos, débiles y quebradizos, lo que aumenta el riesgo de sufrir fracturas. Algunas de las enfermedades asociadas al déficit de vitamina D son raquitismo y osteomalacia.
También se ha relacionado con otras infecciosas, autoinmunes o neoplásicas. Científicos de la Universidad de Copenhague han descubierto que es crucial para activar nuestras defensas inmunitarias y que, sin una ingesta adecuada, las células del sistema inmunitario no pueden reaccionar ni combatir enfermedades graves ni infecciones.
Sin esta vitamina, nuestro cuerpo no puede absorber el calcio que ingiere, por lo que lo extrae de los huesos, de ahí que aumente el riesgo de osteoporosis y fracturas.
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¿Cuándo dejan los niños de ir al pediatra?
Publicado
hace 6 díasen
15 noviembre, 2024El cuidado de la salud infantil es una prioridad para cualquier familia. Desde que un bebé llega al mundo, los padres comienzan a recibir visitas periódicas al pediatra, un médico especializado en la salud de los niños. Estas consultas son esenciales para el seguimiento del desarrollo físico y emocional, la vacunación, y la prevención de enfermedades. Sin embargo, con el paso de los años, surge la pregunta: ¿cuándo dejan los niños de ir al pediatra? A continuación, te ofrecemos una guía sobre este proceso y todo lo que debes saber acerca de la transición a la atención médica para adultos.
El papel del pediatra en la infancia
El pediatra es fundamental durante los primeros años de vida del niño. En sus consultas, no solo se encarga de las revisiones físicas, sino que también realiza un seguimiento del desarrollo emocional y cognitivo. Entre las principales funciones del pediatra se encuentran:
- Control de crecimiento y desarrollo: El pediatra evalúa el desarrollo motor, cognitivo y emocional del niño. Esto incluye la observación de hitos como caminar, hablar y socializar.
- Vacunación: Asegura que el niño reciba todas las vacunas necesarias para prevenir enfermedades graves.
- Diagnóstico y tratamiento de enfermedades comunes: Los pediatras tratan desde resfriados y fiebre hasta problemas más complejos como infecciones o enfermedades crónicas.
- Consejos sobre la salud y el bienestar: Los pediatras brindan orientación sobre la alimentación, el sueño, la actividad física y otros aspectos del cuidado general del niño.
¿Hasta qué edad es recomendable seguir visitando al pediatra?
Aunque la recomendación general es que los niños sigan siendo atendidos por un pediatra hasta los 14 o 15 años, esta edad puede variar dependiendo del país, la cultura y las necesidades individuales de cada niño. La transición a un médico de adultos, como un médico de familia o un internista, puede realizarse gradualmente a medida que el niño crece. Aquí te presentamos los momentos clave:
1. Hasta los 2 años: Consultas frecuentes
Los bebés y niños pequeños requieren visitas al pediatra con mayor frecuencia, debido a su rápido desarrollo y a la necesidad de seguir el calendario de vacunas. Entre los 0 y los 2 años, las consultas son habituales, ya que el pediatra monitorea el crecimiento, las enfermedades comunes y las etapas de desarrollo.
2. De 2 a 6 años: Visitas periódicas
Durante la infancia temprana, las visitas al pediatra siguen siendo necesarias, aunque no tan frecuentes. El pediatra continúa controlando el crecimiento, las enfermedades, la nutrición y el desarrollo físico. También se realizan revisiones periódicas a medida que el niño comienza la escolarización. El calendario de vacunación sigue siendo una prioridad.
3. De 6 a 12 años: Visitas anuales
A medida que el niño entra en la escuela primaria, las consultas al pediatra suelen ser anuales, salvo que haya problemas de salud que lo requieran. Durante este período, el pediatra también revisa el desarrollo social, emocional y físico, y se asegura de que el niño se esté desarrollando adecuadamente en todas las áreas. También se trata el control de enfermedades comunes y se sigue con el esquema de vacunación.
4. De 12 a 14 años: Adolescencia temprana
Cuando los niños entran en la adolescencia, las visitas al pediatra continúan siendo importantes. A esta edad, los pediatras están acostumbrados a tratar problemas relacionados con la pubertad, cambios hormonales, salud mental y orientación sobre hábitos saludables. La adolescencia es un momento crítico para la prevención de problemas como el acné, trastornos de la conducta alimentaria o problemas de salud mental.
5. ¿Cuándo se transita a un médico de adultos?
Alrededor de los 14 o 15 años, algunos pediatras sugieren que es el momento de realizar la transición a un médico de adultos, en parte debido a los cambios fisiológicos que ocurren durante la pubertad. Sin embargo, este paso no es obligatorio y depende de las necesidades específicas del adolescente. En algunos casos, especialmente si el niño tiene una afección crónica o un problema médico significativo, el pediatra puede seguir siendo el médico principal hasta los 18 años.
Consideraciones para la transición al médico de adultos
El paso del pediatra a un médico de adultos no siempre es fácil. Aquí hay algunos factores a tener en cuenta:
- La relación con el pediatra: Muchos niños y adolescentes se sienten cómodos con su pediatra, que ha sido parte de su vida durante años. La transición puede ser emocionalmente difícil para algunos, ya que pueden sentirse inseguros al cambiar de médico.
- El tipo de atención médica necesaria: Si el niño o adolescente tiene una condición crónica (como asma, diabetes o problemas cardíacos), es posible que necesite un seguimiento más cercano y especializado. En este caso, el pediatra podría seguir involucrado en el tratamiento hasta la edad adulta.
- La disponibilidad de un médico de adultos: La transición también depende de la disponibilidad de un médico de adultos en la localidad, especialmente si el niño vive en una zona rural o tiene un acceso limitado a servicios médicos.
¿Qué sucede si el niño tiene problemas de salud a una edad avanzada?
Algunos adolescentes pueden enfrentar problemas de salud a medida que entran en la adolescencia. El pediatra sigue siendo la mejor opción en estos casos debido a su experiencia con problemas específicos de la adolescencia, como trastornos hormonales o emocionales, aunque los médicos de familia también están capacitados para tratar estos problemas.
¿Es posible que el niño no pase directamente al médico de adultos?
En algunos casos, los pediatras pueden seguir atendiendo a niños mayores de 15 años si la situación lo requiere, especialmente si el niño tiene condiciones médicas complejas que necesitan seguimiento. Además, en algunos países, existen clínicas de atención para adolescentes donde se puede seguir recibiendo atención especializada, pero no necesariamente bajo el marco de la pediatría tradicional.
Conclusión
El momento de dejar de ir al pediatra depende de varios factores, incluidos el desarrollo físico y emocional del niño, así como la salud y el tipo de atención médica que necesite. Aunque la mayoría de los niños hacen la transición a un médico de adultos entre los 14 y 15 años, este proceso puede ser flexible, dependiendo de las circunstancias. Lo importante es asegurarse de que el niño o adolescente reciba el seguimiento médico adecuado en todas las etapas de su vida para garantizar su bienestar.
Es fundamental que los padres y cuidadores estén atentos a las necesidades de salud de sus hijos, y si tienen dudas sobre cuándo hacer la transición o cómo, pueden consultar con su pediatra para determinar la mejor opción para el futuro de la salud de su hijo.
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