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’19 de junio … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea
Publicado
hace 8 añosen
De
José Luis Fortea
………hoy se cumplen treinta años de aquel viernes 19 de junio de 1987, cuando en el centro comercial Hipercor de la avenida meridiana de Barcelona, sobre las cuatro de la tarde tenía lugar uno de los atentados más sangrientos y crueles de la banda terrorista ETA, a través del denominado “comando Barcelona” con un estremecedor balance final de veintiún muertos y cerca de cuarenta y cinco heridos, mediante la explosión de una bomba, colocada en el maletero de un Ford modelo Sierra, aparcado en el primer piso de los subterráneos del citado centro, compuesta de material diverso altamente incendiable, conformado por amonal y unos cien litros de gasolina, activada mediante un dispositivo de retardo con temporizador, siendo esta, la primera vez, que la banda terrorista actuaba sobre la población civil.
1987 había comenzado con la desarticulación el día 16 del mes de enero del comando Madrid de Iñaki de Juana Chaos (miembro hasta julio de 1983 de la Ertzantza, policía autónoma vasca), tomando al parecer el relevo del impulso de las acciones violentas el mencionado “comando Barcelona” de Roberto Caride Simón, sabedores estos que la ciudad condal iba a ser centro de atención mediática internacional, pues casi tres meses antes, en el mes de octubre, Barcelona había sido proclamada oficialmente como sede de unos juegos olímpicos que se celebrarían en 1992.
Aquel año de 1987 mostraba los primeros signos evidentes del desgaste en el poder de un Partido Socialista que tras cinco años de gobierno, sufría en el mes de marzo una primera moción de censura, presentada por el grupo parlamentario popular, contra aquel gobierno de Felipe González, proponiendo al recientemente elegido presidente de Alianza Popular Antonio Hernández Mancha, como candidato, de una iniciativa que acabaría siendo rechazada por 195 votos en contra, 67 a favor y 71 abstenciones.
Ese fin de semana del domingo 21 de junio, la ciudad de Barcelona era además centro de toda la atención informativa, pues estaba previsto que se disputasen los partidos de vuelta correspondientes a los “play off por el título” del campeonato de liga de fútbol de primera división, los correspondientes a la quinta y última jornada, en la que el Español de Valverde (jugador periquito por aquel entonces), recibía en su estadio de la carretera de Sarriá al Real Madrid de Leo Beenhakker (que acabaría alzándose con el título de campeón).
Completaba aquel fin de semana de nervios ligueros el partido que debía celebrarse en la Romareda entre un Real Zaragoza que se enfrentaba al Fútbol Club Barcelona de Terry Venables y de un Real Club Deportivo Mallorca que disputaba en su feudo, el Lluís Sitjar, un partido contra el Sporting de Gijón.
Aquel comando formado por Roberto Caride Simón (considerado el jefe del mismo), Domingo Troitiño Arranz y Josefina Mercedes Ernaga Exnoz, visitaron previamente el lugar donde desarrollarían la masacre. La Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, consideraría posteriormente probado que el ideólogo de la matanza fue el jefe de la banda terrorista Santiago Arróspide Sarasola, más conocido como “Santi Potros” que fue quien dio órdenes al comando de colocar el explosivo.
Aquel viernes, una vez estacionado el Ford Sierra en la primera planta del mencionado aparcamiento y activado el dispositivo detonador, queda demostrado que Domingo Troitiño es quien realiza, desde una cabina telefónica, tres llamadas, una primera a la administración del propio centro comercial, otra al diario Avui, y una tercera a la guardia Urbana de Barcelona, dando aviso de la colocación de la bomba.
Aquella misma mañana del viernes 19 de junio en el “Palau de la música” de la ciudad de Valencia (un auditorio que había sido inaugurado un mes y medio antes), se celebraba el “Congreso de intelectuales y artistas”, moderado por el suecano Joan Fuster, en el que se había recibido una llamada telefónica de un joven que anunciaba la presencia de una bomba para, según afirmaba, -“acabar con esta basura de congreso”-. Aquella llamada a la centralita del Palau resultaría ser a la postre una falsa alarma.
En la conversación, registrada desde la centralita de la Guardia Urbana de Barcelona de aquella misma tarde, se puede escuchar como Troitiño avisa de la colocación de aquel artefacto;
-“Mire, le llamo en nombre de ETA, el Hipercor de la Meridiana va a explotar a las tres y media, cuatro menos veinte. Sobre todo que se vaya la gente de los aparcamientos-“
Insistiéndole en este punto,
-“Que salga todo el mundo y sobre todo, del aparcamiento, que no se mueva un coche”-
Sin embargo, el servicio de seguridad del establecimiento y las fuerzas desplazadas no consideraron oportuno el desalojo y la consiguiente evacuación de las personas que en aquel momento se encontraban, realizando una búsqueda del artefacto, sin proceder a la interrupción de la actividad comercial, siendo infructuoso el resultado de la exploración, llegándose a considerar la llamada recibida (como la de aquella misma mañana en Valencia) de otra falsa alarma.
Pero a los veinticinco minutos más tarde del aviso telefónico efectuado, sobre las cuatro y diez de la tarde, se produjo la detonación de aquel artefacto preparado y su consiguiente deflagración que llegaría a convertir aquellos subterráneos en un horno donde se alcanzarían en algunas de sus zonas cerca de los 3000 ºC.
Allí, en aquel justo momento subiendo al coche se encontraba Mercedes Manzanares Servitjá de treinta años, junto a sus sobrinos, Jordi Vicente Manzanares de 9 y su hermana Silvia de 12, a los que su tía había llevado para comprarles unos bañadores. Las hermanas Sonia y Susana Cabrerizo, de 13 y 15 años, que también fallecerían junto a su madre, María del Carmen Mármol cubillo, de 36 y Consuelo Ortega Pérez, de 67 años, la más veterana de los fallecidos, y Matilde Martínez Domínguez, de 36 años que jugaba de centrocampista con el F.F. Cataluña, equipo de fútbol femenino de la que además era su capitana.
Y así, tristemente fue aumentando la cifra de víctimas mortales, hasta las veintiuna, a una lista a la que se unieron el arquitecto Xavier Valls Bauzá de 40 y Milagros Amez Franco de 43 (a la que se le ve por última vez colocando las compras que había efectuado en el maletero del coche), y María Emilia Eyre que se encontraba junto a su marido Rodrigo que lograría milagrosamente sobrevivir, y Luis Enrique Saltó de 22 años que trabajaba en los mismos almacenes como rotulista y Felipe Caparrós, María Paz Diéguez, Mercedes Moreno, Bárbara Serret, José Valero, María Rosa Valldellou, Luisa Ramírez, María Teresa Daza y su marido Rafael Morales.
Casi tres meses más tarde, el día 5 de septiembre este comando terrorista fue desarticulado, cuando la policía detuvo en el número 80 de la calle Mallorca a sus miembros. Todos fueron condenados por la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional a penas que sumaban más de 794 años de prisión para cada uno.
El 27 de enero de 2011, el entonces ex miembro de la banda terrorista y antiguo jefe del comando Barcelona, Roberto Caride Simón, escribió una carta a una de aquellas personas que habían resultado heridas en el atentado, Roberto Manrique, señalándole que;
-“Por mi parte reconozco el daño y sufrimiento que causaron en personas como usted las acciones llevadas a cabo durante nuestra militancia en ETA. No soy insensible al dolor y sufrimiento que las mismas generaron de ahí mi compromiso sincero en tratar de ayudar a cerrar esas heridas y en que nadie más sufra lo que ustedes han sufrido”-.
Ambos incluso, llegarían a tener un encuentro en el centro penitenciario de Zaballa en Álava, donde cumplía condena Caride, el 14 de junio del año siguiente, en 2012.
Sirva esta reseña pues para conmemorar el recuerdo de cada una de estas víctimas mortales y de aquellas que resultaron heridas, siempre presente desde entonces en nuestro corazón, así como realizar una mención especial para sus familiares y amigos, que sufrieron los daños colaterales de un atentado que como hoy, un día 19 de junio de hace treinta años tuvo lugar.
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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