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’26 de julio… Y entonces sucedió que…», por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

 

26 de julio…………..y entonces sucedió que……………..

…………………en abril y hasta el mes de octubre de 1908 se debía haber realizado la cuarta edición de los Juegos Olímpicos, llamados en aquellos días “Juegos de la cuarta olimpiada”, en la ciudad italiana de Roma, elegida por el Comité Olímpico Internacional para el desarrollo del citado evento deportivo, que tras la erupción del Monte Vesubio, el 7 de abril de 1907, obligó a los organizadores a elegir otra sede y trasladar estos a la ciudad inglesa de Londres.

Para ello se construyó, por primera vez en la historia, un recinto deportivo ideado para albergar la celebración de las pruebas previstas durante los seis meses de duración de los mencionados Juegos, ubicado este en el barrio de Shepperd’s Bush, a las afueras de la ciudad de Londres, conocido como el Estadio de White City, con una capacidad aproximada para 68.000 espectadores, siendo la primera vez que se realizaba un desfile inaugural de los atletas integrantes de aquellos veintidós países competidores en una ceremonia de apertura presidida por el monarca Eduardo VII, si bien no estuvo exento de cierta polémica al negarse los atletas irlandeses a desfilar bajo bandera británica y los finlandeses a hacer lo propio bajo pabellón ruso.

De la misma forma la delegación de Suecia rechazó participar en el acto inicial, ya que su bandera no ondeaba en ningún mástil de aquel coliseo, junto a los restantes veintiún estandartes, aduciendo los organizadores no haber podido encontrar ninguna con sus colores.

El domingo 26 de julio de 1908, de hace por tanto hoy ciento nueve años, un atleta afroamericano, el estadounidense John Baxter Taylor Jr, ganaba a sus 25 años, una medalla de oro, siendo el primer deportista de color en toda la historia en alcanzar tan preciada distinción, en una prueba con un recorrido de 1600 metros, conocida como el “relevo combinado”, un tipo de competición, que ya no existe en la actualidad, que integraba a cuatro relevistas, realizando los dos primeros, William Hamilton y Nate Cartmell, una carrera de velocidad con una distancia de 200 metros, el tercero John Baxter Taylor una prueba de 400 metros (su especialidad) y el último, Mel Sheppard, una de 800 metros, estableciendo por aquellas fechas además el record olímpico.

Poco le duraría la alegría de aquella gesta deportiva y reconocimiento social pues apenas un mes después de haber cumplido los 26 años de edad, el miércoles 2 de diciembre de ese mismo año, John Taylor fallecía víctima de una neumonía tifoidea, recibiendo su familia innumerables muestras de cariño, en multitudinaria despedida que partiendo desde su domicilio en el 3223 de la avenida de Woodland, en el oeste de Filadelfia, congregaría a sus compañeros, amigos y familiares, en unas exequias y honras fúnebres como no se habían visto hacia muchos años.

El New York Times le dedicó un obituario en el que le llamaba “el mejor corredor del mundo” y su entrenador, Mike Murphey le dedicaría toda una serie de elogios como los de haber sido un hombre íntegro, honrado, trabajador y cumplidor, “el mejor atleta, a su juicio, a quien había entrenado”.

Ese mismo día que John Baxter Taylor hacía historia recibiendo el oro olímpico, aquel domingo 26 de julio de 1908, de un día como hoy, nacía por iniciativa del fiscal general Charles Joseph Bonaparte, la agencia federal de investigación e inteligencia, Federal Bureau of Investigation, el FBI, una organización de seguridad de ámbito nacional, y no estatal, al solicitar aquel, fueran contratados treinta y cuatro agentes especiales (nueve detectives, trece investigadores y doce contables) para combatir los casos de fraude, bajo mandato del vigesimosexto presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt.

Su primer Director fue Stanley Finch. Estos eran designados por el presidente, siendo necesario para validar su nombramiento, su ulterior aprobación por parte del senado, que tras aquellos cuarenta y ocho años de mandato de John Edgar Hoover de 1924 a 1972, perpetuándose en el cargo y congregando un inmenso poder, el Congreso de los Estados Unidos decidiera aprobar la llamada Ley 94-503, que limitaba a dos, los mandatos y la duración en el cargo, siendo a partir de entonces el tiempo máximo de los directores de diez años.

En sus inicios el FBI estuvo diseñado para perseguir una serie de delitos contables, sobre todo, aquellos que tenían su origen en vulneraciones legales que implicaban a bancos, situaciones de bancarrota y fraude del comercio en general.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), tomando en consideración la necesidad de proteger y salvaguardar aún más la seguridad nacional, le conferiría a esta organización un carácter más concreto en tareas de contraespionaje, siendo la lucha contra las bandas armadas de aquellos gánsteres en la época de la denominada Ley Seca, con la prohibición del consumo, la venta y la distribución del alcohol, cuando la administración americana le otorgaría mayores y mejores medios para combatir los delitos de contrabando.

De proceder a refrenar la lucha contra actos delictivos dentro de sus fronteras, con la aparición de los delitos de narcotráfico, espionaje y terrorismo las tareas y quehaceres de esta entidad se fueron internacionalizando.

Hoy en día con cerca de treinta mil empleados, de los que de ellos casi doce mil son agentes, y con un presupuesto de nueve mil millones de dólares, se ocupa de todos aquellos casos en los que exista un delito que implique a más de un estado de los cincuenta que configuran el país norteamericano o aquellos que comprometan al propio gobierno de la nación.

 

 

 

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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