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’26 de marzo y entonces sucedió…’, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

 

 

 

 

……. Transcurría la tercera jornada de disturbios por las calles de Madrid, de aquel 26 de marzo de 1766, en lo que se vino a denominar posteriormente como el “Motín de Esquilache”, y que acabaría ese mismo día, con la destitución del ministro que puso nombre al mencionado conflicto social, Leopoldo di Gregorio, el marqués de Esquilache, poniéndose fin igualmente, con esta, a los mencionados altercados.

El marqués era el hombre de confianza del monarca español Carlos III, desde los tiempos en los que este era rey de Nápoles, un soberano este, que teniendo como hermanos  por parte de padre, el rey Felipe V, a Luis y Fernando, a la postre Luis I y Fernando VI, no imaginaba que podría acabar gobernando los destinos de España desde Madrid.

Con la muerte de su hermano Fernando VI, tres años mayor que él, en 1759, le posiciona a sus cuarenta y tres años como rey de España, trayéndose consigo, en esta nueva etapa, al marqués, quien junto a otro ilustre, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, iniciarán cambios encaminados a la modernización del país.

Es precisamente uno de esos cambios, un viejo proyecto del entonces rey Fernando VI ,»el Prudente», el origen del citado conflicto, al pretender sustituir las vestimentas de los hombres del reino, las capas largas y los sombreros de ala ancha, los chambergos, por unas de tallaje algo más corto y prendas de tres picos, el tricornio. El argumento esgrimido alegaba motivos de seguridad, puesto que las vestimentas tradicionales permitían un embozo perfecto, pudiéndose ocultar, bajo aquellas, cualquier tipo de arma que junto al uso de unos sombreros que «vertían sombra impenetrable sobre los rostros» permitían en cierta manera la posibilidad de cometer cualquier impune fechoría, pudiendo salir airoso de cualquier sospechosa situación, bien cubierto y camuflado, entre la multitud, dificultando en suma su identificación.

La mencionada reforma de la indumentaria coincidió con crecientes subidas de los precios de los productos de primera necesidad, que agravaron en mucho el malestar de los ciudadanos.

Para hacerlo de un modo gradual, el 21 de enero de 1766, publicó un bando prohibiendo, el uso de estas vestimentas, para aquellos sujetos empleados al real servicio y oficinas de su majestad, bajo amenaza de arresto. La citada medida pareció surtir efecto, pues el funcionariado acabó acatándolas, provocando en el Marqués la falsa sensación de que aquello iba a resultar mucho más sencillo, de lo que en realidad fue, y eso, pese a que el Consejo de Castilla tuvo la cautela de advertirle que aquella reforma no podría realizarse bruscamente y el mismo ministro, Pedro Rodríguez de Campomanes, le previniera del peligro que acarrearía la confiscación de aquellos atavíos para quienes incumpliesen el mencionado asunto, la cual conllevaría, según le dijo, -“murmuraciones y cargas de odio entre las gentes”-.

Y a pesar de estas advertencias, este siciliano, de carácter tajante, que contaba con el beneplácito y la confianza del mismo monarca, llevó a cabo la medida y el bando, que prohibía definitivamente estos atavíos, saliendo publicado, por todas las esquinas de Madrid, el 11 de marzo de 1766, «bajo pena, por primera vez, de seis ducados y doce días de cárcel y en una segunda, de doce ducados o veinticuatro días de cárcel».

El domingo de Ramos, día 23 de marzo de 1766, en la plazuela de Antón Martín, a eso de las cuatro de la tarde, dos sujetos se pasean «ostentosamente» con sus capas largas y los sombreros de ala ancha, llamando la atención de un grupo de soldados, que desplegados por toda la ciudad se encontraban vigilantes para hacer cumplir el mencionado bando, acercándoseles y preguntándoles el motivo de su indumentaria, a lo que con respuesta en alto de que iban así -«porque les daba la gana»-, desenvainan sus espadas ocultas bajo las capas, a modo de señal, apareciendo en la misma plazuela gentes armadas, obligando a estos soldados a huir, dando comienzo durante tres días, a estos sucesos y disturbios aquí descritos.

A pesar que el susodicho bando y las medidas de la prohibición siguieron imponiéndose, estos alborotos acabarían con la destitución y el consiguiente destierro del marqués de Esquilache y acusados de instigar y promover estos altercados, al año siguiente, Carlos III acabaría expulsando del reino a la Compañía de Jesús.

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…..en 1827, fallecía en Viena, a los cincuenta y seis años, Ludwig Van Beethoven, y nadie mejor que él mismo para hablarnos de su obra, de quien a los siete años daba su primer concierto y a los nueve ya tenía realizada su primera composición; Sirva para ello una pequeña muestra;

Quinta Sinfonía (10.22) https://youtu.be/kBpc3WZOubQ

Para Elisa (Für Elise) (2:50) https://www.youtube.com/watch?v=UPNUp9DwFR0

Claro de luna (Moonlight sonata) (6:29) https://youtu.be/6Q9fBU5ICxc

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…..en 1907, moría ejecutado por fusilamiento, Emile Dubois, acusado de la autoría de una serie de asesinatos en serie acaecidos en Chile, durante treces meses, entre marzo de 1905 y abril de 1906.

Su verdadero nombre era Louis Brihier, de origen francés, quien había llegado al mencionado país con pasaporte colombiano en 1903, instalándose en la ciudad portuaria de Valparaíso.

En la citada localidad, comienza a utilizar diversos alias, Emilio Morales, Emile Murraley y Emile Dubois, este sin duda el más célebre de todos, haciendo del delito del asesinato su forma de proceder, siendo sus víctimas todas ellas extranjeras, la mayoría prestamistas y comerciantes de renombre, causando conmoción entre los habitantes de aquella paradisíaca zona costera, con un modus operandi que no variaba lo más mínimo, actuando al atardecer, en los domicilios u oficinas de estos, a quienes ya conocía previamente, lanzando un ataque rápido, aturdiéndoles de un golpe en la cabeza y apuñalándoles con una daga, llevándose consigo dinero y algún objeto de valor.

El día 7 de marzo de 1905, tuvo lugar el primero de estos delitos, en la capital, en Santiago, un asalto y robo con asesinato del contable del molino de San Pedro, quien había sido, hacía cinco años, el primer alcalde de la comuna de Providencia (una de las más ricas de toda Chile), Ernesto Lafontaine, de cincuenta y cuatro años, en sus oficinas de la calle Huérfanos.

Ya  en Valparaíso se sucederán los restantes asesinatos. El 4 de septiembre, en la calle Blanco, en su almacén de importaciones, el comerciante Reinaldo Tillmanns, de sesenta y cinco años de edad; el 14 de octubre el alemán Gustavo Titius, de cincuenta y cinco; y el día 4 de abril, ya de 1906, el comerciante francés Isidoro Challe, en su comercio de la calle condell, que sobrevivirá al ataque y serviría de testigo una vez recuperado de sus heridas para la investigación.

Cuando el día 25 de junio, al caer ya la tarde, a eso de las seis, el odontólogo estadounidense de setenta años, Charles Davis, mientras permanece en su consulta, una vez finalizada la jornada de aquel lunes, fumándose un cigarrillo de los que le gusta saborear antes de irse hacía su casa, escucha extrañado un ruido de llaves en la misma puerta de su vivienda, como si alguien intentase acceder a la misma, dirigiéndose hasta allí y abriendo esta con determinación, encontrándose de bruces con un sujeto en apariencia decente, quien al pedirle las oportunas explicaciones, extrayendo una especie de instrumento de goma con algo romo en la punta le asesta un golpe en la cabeza que le deja aturdido, pero que no acaba por desplomarlo en el suelo ni llega, como consecuencia del impacto, a perder el conocimiento, por lo que comienza a solicitar auxilio y ayuda de sus vecinos, que rápidos atienden a la misma, y en una persecución por las calles de la ciudad portuaria próximas a la plaza de Aníbal Pinto acabarán por aprehenderle.

El sujeto detenido que dice llamarse Emilio, Emilio Dubois, se declara inocente del cargo de allanamiento y de lesiones que el corpulento dentista procede a interponer. La policía al efectuar el correspondiente registro domiciliario de la calle Cummings, donde tiene su vivienda Dubois, encuentra todo tipo de material incriminatorio, desde un reloj de oro marca Waltham, cuya propiedad es atribuida a la víctima del primer ataque, aquel viudo solitario de Ernesto Lafontaine, y una libreta con anotaciones donde vienen detalladas sus víctimas y las que presumiblemente seguían a estas, siendo un tal Santiago Severín el próximo anotado tras este ataque fallido del doctor Davis.

El detenido lo niega todo declarándose inocente de todas aquellas acusaciones. El mismo Severín, quiso entrevistarse con el preso para de primera mano averiguar los motivos por los que su nombre aparecía en la supuesta lista de futuras víctimas, quedando incluso impresionado de los modales cultos y refinados del caballero en cuestión, descartando a su juicio se trate de un psicópata asesino en serie, aunque las pruebas se acumulaban en su contra.

Estando detenido en las dependencias carcelarias de Valparaíso, el jueves 16 de agosto de 1906, se sucede un terremoto que asola la ciudad entera y por supuesto su presidio, del que escapan los reos que allí se encuentran, excepto Emilio, quien convencido de su inocencia permanece en estas, a pesar de no cumplir el mínimo de custodia exigible para la que ha sido configurada, y pudiendo escapar, sin embargo no lo hace.

El 26 de marzo de 1907, condenado en firme de los delitos antes mencionados, por el juez Santiago Santa Cruz, en las primeras horas de aquella mañana fue ejecutado mediante fusilamiento, negándose a que le cubrieran con un vendaje los ojos, incluso pronunciando un discurso a los allí presentes, afianzando y defendiendo su inocencia.

Amortajado fue enterrado en la fosa común, en la esquina suroeste del “cementerio de Playa Ancha”, al haberse declarado indigente y carente de medios. Y es allí, donde los devotos comenzaron a pedirle a su alma la concesión de una serie de favores, y al parecer, según aseguran sus incondicionales, concediéndose estos, de forma que aquel lugar se ha convertido en un constante peregrinar de cientos de seguidores que solicitan su intercesión y quienes, una vez cumplidas sus plegarias, dejan una nota en señal de agradecimiento que reza así;

–“Gracias Emilio Dubois por el favor concedido”- (en la reseña adjuntada fotográfica puede verse parte de estas muestras de agradecimiento).

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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