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‘6 de julio… y entonces sucedió que…’, por José Luis Fortea

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forteaJosé Luis Fortea

………aquel sábado 6 de julio de hace hoy sesenta años, Woolton celebraba sus fiestas locales de verano, la “Woolton Village Fete“, donde estaban previstas las actuaciones de varios grupos musicales locales, a lo largo de la mañana y de la tarde, en un escenario colocado en la parte posterior de los jardines de su iglesia, la de St. Peter, y que al finalizar el día, cambiaría para siempre la historia de la música y de toda una generación.

Woolton es un suburbio de clase media que se encuentra al sur de la ciudad inglesa de Liverpool. Allí, en el número 251 de la Avenida de Menlove, aquel año de 1957, vivía un joven de dieciséis años en casa de su tía Mimi y de su tío George (fallecido apenas dos años antes), fruto del matrimonio entre un marino, de nombre Alfred Lennon, a quien cariñosamente llamaban “Freddy” y de Julia Stanley, que al nacer el día 9 de octubre de 1940, durante aquellos bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial en la llamada “batalla de Inglaterra”, le pusieron de nombre John Winston (el primero, en honor de su abuelo materno, el segundo, por el primer ministro británico del momento, Winston Churchill).

Su madre, a la que todos llamaban Judy, abandonada por aquel marino, no estaba preparada para darle los cuidados y la atención que un hijo requiere y necesita, por lo que presionada por los servicios sociales, decidió dejar a su hijo, al cumplir los cuatro años de edad, al cuidado de su hermana mayor, Mary, a la que todos llamaban Mimi, que le proporcionaría, una mayor estabilidad de la que ella misma podría procurarle, eso sí, sin dejar de verlo, pues lo visitaba casi todos los días, hasta aquel fatídico por venir martes 15 de julio, del año siguiente, en el que moriría atropellada, por un conductor ebrio.

Fue precisamente su madre la que despertó en él su afición y pasión por la música, enseñándole a tocar el banjo y el ukelele, escuchando juntos durante largas horas discos de cantantes de diferentes estilos musicales.

John había formado recientemente un grupo musical, cuya presentación oficial estaba prevista para aquel mismo sábado, llamados “The Quarrymen”, integrado por un grupo de amigos y estudiantes del mismo colegio, el  Quarry Bank High School”, donde el propio John era el cantante y tocaba la guitarra, siendo ayudado en las cuerdas por su compañero Eric Griffiths, acompañado por Len Garry y Rod Davis que tocaban el bajo, Colin Hanton la batería y Pete Shotton que saldría a escena rascando un tabla de las que se usaban para lavar la ropa (puesto de moda en aquellos días por el músico escocés Lonnie Donegan y su estilo skiffle).

Aquel sábado 6 de julio, un quinceañero llamado Iván Vaughan propone a su amigo Paul, con quien comparte, además de pupitre en el mismo colegio, el mismo día de cumpleaños (ya que curiosamente nacieron el mismo día, mes y año, el 18 de junio de 1942), que le acompañe a ver la presentación de los Quarrymen en los jardines de la iglesia, donde toca la guitarra su amigo John, y en donde habrá cervezas y chicas, y así, de esta forma, lograr distraerle de la tristeza que le embargaba tras haber perdido a su madre, Mary Patricia, hacía apenas ocho meses, enferma de cáncer, como consecuencia de una embolia cerebral, el miércoles 31 de octubre de 1956, a la edad de cuarenta y siete años.

La madre de Paul había ayudado a este a despertar su interés por la poesía y el arte de la lectura, su padre, llamado James McCartney, al que llaman Jim, pianista y trompetista profesional, que tenía su propia banda de jazz, conocida como “la banda de Jim Mac’s”, su pasión por la música. Y aunque su padre quiso que este acabara tocando el piano, Paul, logrando ahorrar quince libras se compró su primera guitarra, una Framus Zenith, convirtiéndola desde aquel instante en su inseparable compañera que le acompañaría, desde entonces, allí donde fuera.

Al principio se tuvo que acostumbrar a la disposición de aquellas cuerdas que le dificultaban su manejo, pues este era zurdo, hasta que viendo el concierto del músico estadounidense de country Slim Whitman, que tocaba con la mano izquierda su guitarra, al invertir el orden de las cuerdas, haciendo por tanto lo mismo, consigió darle con esta nueva colocación una mejor técnica, destreza y mejor empleo sobre la misma.

Y allí, a aquella fiesta acudieron estos dos amigos, colocándose frente al escenario dispuesto en los jardines de la parte trasera de la iglesia de Saint Peter´s, en donde a las cinco menos cuarto de la tarde y con un cielo despejado, tras haber amenazado lluvia a lo largo del día, hacen acto de presencia “The Quarrymen”, cuyo cantante, un joven de pelo rizado rubio y con patillas, con una camisa a cuadros, comienza a cantar el tema de “Come go with me” (que bien podría ser traducido por “ven conmigo”) que después de todo podría ser interpretado como algo más que una señal premonitoria y que podemos escuchar en el siguiente enlace, acompañada por imágenes de aquel momento, con una duración de 2:36; (https://youtu.be/bLF38Or8JxY).

En uno de los descansos de la banda, Paul toma una guitarra y canta el tema de Edie Crohran, “Twenty flight rock” (en este enlace podemos ver igualmente una muestra de la canción subtitulada en español con 1:38;  https://youtu.be/vBPje3cPexs), y en este otro tal y como la cantaba el mismo Paul McCartney en directo, desde el mítico “The Cavern” en el año 1999, https://youtu.be/rM8htGNOzmU).

La conexión entre estos dos adolescentes fue instantánea, ambos impresionados por el talento del otro, de tal manera que Lennon acabaría invitando a este joven a unirse a su grupo musical, naciendo de esta forma un día como hoy de hace sesenta años, 6 de julio de 1957, una amistad que acabaría ofreciendo a la industria de la música uno de los mejores grupos de todos los tiempos, sino el mejor, los Beatles, que llegarían a cambiar no solo la historia de la música, sino también la forma de vivir, de pensar e incluso de vestir, de toda una generación.

Y entonces sucedió que se conocieron……………….

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Qué pasó un 22 de julio

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Qué pasó un 22 de julio

José Luis Fortea

………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.

Bernard Thévenet

Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.

Qué pasó un 22 de julio

El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.

A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.

En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.

Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.

Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.

No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.

En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.

En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.

De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.

Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.

Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.

El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .

Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.

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