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ENTREVISTA| Jorge Molist: «Si la historia de España se contara como Juego de Tronos todo el mundo nos la sabríamos»

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Jorge Molist es ya uno de los más ínclitos autores de novela histórica del panorama nacional. / Twitter (@JorgeMolist)

En tiempos de frenesí y de inmediatez como son los actuales, es de agradecer que queden reductos de mesura. Gente capaz de poner en valor el peso de la historia, de desentrañar el pasado para conocer las terribles entrañas del presente. El escritor Jorge Molist (Barcelona, 1951) lo consigue una vez más con su último libro, ‘El latido del mar’. Esta obra nos traslada al siglo XIII, una época lejana y casi desconocida, basada en la guerra por el dominio del Mediterráneo y en los últimos años de las cruzadas. Publicado en castellano por Editorial Planeta y en catalán por Empúries, el argumento versa sobre la juventud de un héroe nacional olvidado como es Roger de Flor. Experto en el género histórico, de hecho, ganó el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio en 2007 por La reina oculta, Molist nos concede un rato de su tiempo para conversar sobre este último trabajo literario a la par que nos descubre que la historia requiere de las emociones para trascender.

¿Cuál es tu mayor inquietud cuando publicas un nuevo libro?

Mi mayor inquietud es haber dado en la diana. Eso quiere decir que el libro enganche al lector y que, aunque tenga muchas páginas, cuando se lo termine tenga la sensación de que se le ha hecho corta. Que sienta esas emociones, a veces con una sonrisa, a veces con una lágrima. Y que, además de disfrutar, haya aprendido cosas.

En El latido del mar expones un contexto que seguramente a muchos les sorprenda, con la Corona de Aragón con un papel preponderante y el Mediterráneo como tablero de las grandes potencias. ¿Cómo era aquel contexto en el que se enmarca la historia?

El Mediterráneo estaba siendo dominado por Francia, que en aquel entonces tenía 16 millones de habitantes, por sólo 1 de la Corona de Aragón. Uno de nuestros reyes, Pedro III, estaba casado con la heredera de Sicilia. Esta fue invadida por los franceses, apoderándose de una pieza más del tablero mediterráneo. Ahí la reacción fue apoyar a los sicilianos, de forma que la isla de Sicilia pasó a ser la primera pieza de lo que sería el gran Imperio español en el Mediterráneo, que comprendió tanto Sicilia como Córcega, Cerdeña, Malta, todo el sur de Italia y muchos lugares del norte de África. Llegamos a dominar el Mediterráneo, siendo en principio muy pequeños. El latido del mar empieza precisamente con la batalla en la que los franceses se apoderan del reino de Sicilia.

¿Es la sociedad española consciente del esplendor que vivió la Corona de Aragón en aquel entonces?

No lo es. Por ejemplo, tenemos en el Senado un cuadro impresionante protagonizado por el niño de la novela. Ese niño convertido en adulto es Roger de Flor, en el lienzo se escenifica su entrada en Constantinopla. Está a caballo, y se descubre ante el emperador, quien junto a toda su corte inclina la cabeza ante él. Roger de Flor estaba con los almogávares, que causaron estragos en aquella época. Echaron a los turcos de lo que hoy se conoce como Turquía, algo que poca gente sabe. Igual que Atenas fue española por casi un siglo. Eso fue en gran parte debido al protagonista de este libro. Aunque yo cuento una historia sobre su vida más apasionante si cabe. Cuento su infancia, su primera juventud, que fueron experiencias realmente dramáticas.

¿Crees que, de algún modo, se es injusto con el papel de la memoria y de la historia?

Yo creo que sí. Lo que pasa en España es que tenemos mucha historia, así que hay que contarla de forma que la historia complazca. Hay quien dice que si la historia de España se contara como Juego de Tronos todo el mundo nos la sabríamos. Esa es un poco mi pretensión, dar a conocer la historia de una forma que entre con pasión. La pasión de sentir los personajes, esos eventos que nos sorprenden y recordar que dominamos el Mediterráneo. El primer Imperio español estuvo ahí. Sicilia, una de las grandes islas que conquistamos, la ocupamos durante 54 años más de lo que hicimos en Cuba. Todo esto se nos ha olvidado o directamente no nos lo han contado. En ‘El latido del mar’ no solo cuento eso, sino que cuento cuál fue el instrumento para que España lo hiciera posible. Fueron las galeras, esas naves como la que podemos ver en la portada de la novela con las velas henchidas y los remos en el agua. Con ellas; la Corona de Aragón, primero; los Reyes Católicos, después; y finalmente, el Imperio Español, lograron imponerse en el Mediterráneo.

En cuanto a la labor de documentación, con tu trayectoria y gran bagaje en el tema, ¿todavía se requiere de un exhaustivo trabajo de documentación o más o menos todo fluye de manera natural?

Es cierto que conozco muy bien el contexto de esa época. Aun así, voy descubriendo cosas que me sorprenden. En este caso nos desplazamos a San Juan de Acre, la Nueva York de la época, considerada Tierra Santa. Allí convivían musulmanes, cristianos, distintas repúblicas italianas y demás nacionalidades. Por mucho que sepas, siempre es importante saber más. Más si cabe con este protagonista, Roger de Flor, que fue un héroe muy curioso, atípico, y que es uno de los grandes héroes de nuestra historia.

Es la primera vez que aparece en una de tus novelas. ¿Qué fue lo que te cautivó de su historia para llevarla al papel?

En un principio, me cautivó aquella pintura suya en el Senado, además de lo que había escuchado sobre él. A partir de ahí, quise investigar más. Hubo un cronista, compañero de armas de él, que relató sus momentos de gloria y de esplendor. Roger de Flor llegó a ser César del Imperio bizantino, entre otros varios títulos. Vista su historia, me pareció incluso más apasionante cuando él era apenas un niño desvalido al que su madre protegía, y que más tarde se encargó él de proteger a su madre. Esa historia de supervivencia, amor, superación y lucha constante la encuentro más emocionante que cuando estaba en la cima. Eso es lo que he relatado en ‘El latido del mar’. Vemos aquella época de Mediterráneo y cruzadas con los ojos de un niño.

Roger de Flor en principio emprende la aventura por amor y venganza, pero a mitad de la aventura emana de él esa pasión por el mar, la cual sirve de título para la presente obra. ¿Qué es exactamente El latido del mar?

Es precisamente eso. Él era un golfillo de corría por el puerto de Brindisi tratando de encontrar algo que comer y ayudar a su madre. Tiene la fortuna de encontrarse con el capitán de una galera, que precisamente es un templario, un fraile. Se apiada de él, pero luego demuestra ser un maestro muy duro. La supervivencia en la galera era terrible, era ya muy difícil para hombres adultos, por lo que mucho más para un niño de diez años. Él siente que su corazón late conforme el mar o que el mar late conforme su corazón, porque el mar es su esperanza. Lo que él busca en el mar es esa familia perdida de su madre, al igual que su libertad y, finalmente, hacer justicia por todo el mal que les han hecho. Esa justicia se traduce en venganza. Por todo eso hay una sincronía entre el niño y el mar.

En tu caso, por ejemplo, eres ingeniero y empresario de formación. No obstante, a mitad de camino, de tu propia odisea, te sumergiste en cuerpo y alma en la escritura. ¿Hay algo autobiográfico en ese aspecto?

Hay algo porque yo era un niño cuyo latido era ser escritor. Quería serlo cuando tenía 14 años. Entonces, un día mi padre me planteó qué quería ser en la vida y yo le dije, “papá, quiero ser escritor”. Él me respondió, “hijo, aquí en España los escritores se mueren de hambre”. Me llevó a ser aprendiz de imprenta, para que aprendiera de los libros desde abajo. Solo que ahí no se imprimían libros, sino cartones de medicinas. Ahí yo reaccioné, me quedó muy clara la idea de que tenía que comer. Me apunté a bachillerato nocturno, fui progresando, hasta terminar la carrera de Ingeniería, aunque ya me había dado cuenta antes de que no me gustaba. Después, fui evolucionando hacia el mundo de los negocios. Pero llegó un día en el que me planté, ya que parecía que iba a comer el resto de mi vida, no me tenía que preocupar por eso. Entonces me di cuenta de que no había hecho lo que yo realmente deseaba. Empecé a escribir y tuve la fortuna de publicar. Por tanto, sí que hay algo de autobiográfico en la novela, en ese niño que corría, en vez de por el puerto de Brindisi, por las calles de mi ciudad, y que era un visitante frecuente, no de galeras, sino de bibliotecas.

¿Es más fácil conectar con personajes con los que tienes puntos en común?

Sí, por descontado. Yo creo que lo fundamental en una novela es la emoción y en ‘El latido del mar’ he querido ponerla, que los personajes sean reales. Para eso tienes que haber vivido. A los 14 años hubiera hecho un trabajo muy pobre como escritor, puesto que es importante conocer el mundo, conocer la gente, cómo reacciona, cómo sienten. Es así como se construyen personajes que estén vivos, que tengan emociones. En el fondo, al ser humano nos puede gustar saber sobre el Mediterráneo y esas naves que lo surcaban, o sobre cómo eran los templarios, pero en el fondo lo que más nos importa es la gente, nuestra conexión con los demás, la empatía respecto a las emociones de los otros. Por mucha historia que cuente la novela, en esa emoción está el éxito de la novela.

¿Hasta qué punto te ves limitado por ser fiel a los hechos cuando narras una historia?

Yo pretendo ser fiel a los hechos, me esfuerzo en ello. Pero los hechos son relativos. En este caso, valiéndonos de lo que nos cuenta Ramon Muntaner sobre la infancia de Roger de Flor, tenemos cuatro o cinco nombres, pero había mucha más gente. Entonces visitas la ciudad en la que vivió, estás donde estuvo, recorres la ciudad. Recoges toda la información posible, pero sigue habiendo huecos. Así que has de poner a personajes que no han pasado la crónica. Mi trabajo es de reconstrucción y cuantos menos datos tienes, más tienes que reconstruir. He escrito otras novelas en las que la historia me daba unas pautas que no me permitían salirme. Esta vez tampoco me salgo de la historia, pero al no haber un exceso de datos a los que ser fiel, tengo un poco más de cancha para crear situaciones realmente emocionantes.

¿Tomas distancia en la narración de hechos con tantos siglos de antigüedad?

Procuro meterme en la época. No podemos juzgar a la gente de entonces con los criterios actuales. Cosas como la esclavitud eran de lo más normal, los Papas tenían esclavos, los templarios tenían esclavos. El sometimiento de la gente por parte de los poderosos era lo normal, hoy en día nos indigna, pero era entonces lo normal. Al igual que la condición de las mujeres, que hoy en día nos horroriza, pero que dependían del padre o del marido, mientras que en muchos casos eran tratadas como un objeto. Eso nos repugna, pero era lo que ocurría. Por tanto, no podemos juzgar a los antiguos con criterios modernos. Si no harán lo propio con nosotros, y dentro de cientos de años dirán de nosotros cosas por el estilo, dirán que somos unos salvajes. Aquella sociedad tenía otras necesidades, veía el mundo de otra forma, en la que la religión era el centro de todo. Además, era facilísimo morir, lo tenían mucho más presente. Hoy en día tenemos una gran ignorancia hacia la muerte, pero en esa época era lo cotidiano.

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Muere a los 47 años el valenciano Azuquita, creador del Rumbakalao e icono de la Ruta del Bacalao

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Azuquita
Azuquita-INSTAGRAM

El mundo de la música en España llora la pérdida de Pedro Bermúdez, conocido artísticamente como Azuquita, fallecido a los 47 años en Palma de Mallorca, ciudad en la que residía en los últimos años. La noticia fue confirmada por la prensa balear en la mañana del sábado 6 de septiembre de 2025 y rápidamente se difundió entre seguidores y compañeros de profesión.

Azuquita deja tras de sí un legado musical muy singular, marcado por la creación del Rumbakalao, un estilo híbrido que en los años 90 unió la rumba con los sonidos electrónicos de la mítica Ruta del Bacalao. Con esta fusión, el artista valenciano alcanzó una gran popularidad y se convirtió en uno de los nombres propios de aquella época.

El origen del Rumbakalao: la rumba se cruza con la Ruta del Bacalao

En plena efervescencia de la Ruta del Bacalao, un movimiento musical y cultural que marcó la Comunitat Valenciana y se extendió por toda España en los 80 y 90, surgió la figura de Azuquita. Mientras los clubes de Valencia y alrededores vibraban con el techno, el dance y el house, él apostó por un camino alternativo: versionar los grandes éxitos de la música de discoteca desde un prisma rumbero.

Ese experimento dio lugar al Rumbakalao, un género propio que unía el ritmo festivo y cercano de la rumba con la energía electrónica que dominaba las pistas de baile. Fue en 1993, con apenas 17 años, cuando Azuquita saltó a la fama al versionar “Así me gusta a mí” de Chimo Bayo, uno de los himnos indiscutibles de la Ruta. Su propuesta sorprendió y conectó con un público que buscaba nuevas formas de vivir la música.

Azuquita, un artista que rompió moldes en los 90

Con su estilo desenfadado, su humor característico y una personalidad cercana, Azuquita logró hacerse un hueco en la escena musical de los 90. Sus versiones convertían los éxitos electrónicos en temas que podían sonar tanto en una discoteca como en una verbena popular, lo que ampliaba enormemente su público.

Durante esa década lanzó tres discos:

  • Rumbakalao (1994)

  • Escucha que te digo (1995)

  • Sinelo Kalo (1997)

Cada uno de estos álbumes reforzaba su propuesta musical y consolidaba su imagen de artista rompedor. Su voz y su particular manera de interpretar canciones lo convirtieron en un referente de un estilo único que, aunque surgido en un contexto muy concreto, sigue siendo recordado por quienes vivieron aquella época.

La Ruta del Bacalao: un fenómeno cultural más allá de la música

Para entender la relevancia de Azuquita, es necesario recordar lo que supuso la Ruta del Bacalao. Más que un movimiento musical, fue una auténtica revolución cultural en la Comunitat Valenciana que tuvo su epicentro en discotecas míticas como Barraca, Spook, Puzzle o ACTV. Allí sonaban sesiones maratonianas de música electrónica que marcaron a toda una generación.

En ese ambiente dominado por el techno y el dance, irrumpió Azuquita con un toque inesperado: fusionar ese sonido de club con la rumba valenciana. Su propuesta, lejos de pasar desapercibida, ofreció un soplo de aire fresco y demostró que la Ruta también podía reinterpretarse desde otros estilos.

El Rumbakalao se convirtió así en un símbolo paralelo al fenómeno de la Ruta, con un aire más desenfadado y popular, que lo acercaba tanto a la cultura de la calle como a la de las discotecas.

Colaboraciones y proyección internacional

Aunque su época dorada estuvo en los 90, Azuquita no se quedó anclado en el pasado. Ya en los 2000, participó en proyectos que le llevaron más allá de España. Una de las colaboraciones más destacadas fue con el alemán Matthias Reim, lo que le permitió acercarse al público centroeuropeo.

Su versatilidad musical y su capacidad para adaptarse a diferentes estilos lo convirtieron en un artista querido dentro y fuera de la Comunitat Valenciana.

Azuquita y Los Rumba Kings: su etapa más reciente

En los últimos años, Azuquita formaba parte de Los Rumba Kings, un grupo que mantenía vivo el espíritu de la rumba española y con el que continuaba actuando en fiestas, conciertos y festivales. Desde Mallorca, su lugar de residencia, seguía compartiendo música y demostrando que su pasión por el escenario permanecía intacta.

Para sus seguidores, cada actuación era un viaje en el tiempo que recordaba la frescura de los años 90 y la época dorada del Rumbakalao.

El legado de Azuquita en la memoria musical valenciana

La muerte de Azuquita supone un golpe para quienes vivieron la Ruta del Bacalao y para los amantes de la música fusión en España. Su aportación fue única: logró unir dos mundos aparentemente opuestos, la rumba y la música electrónica, en un género propio que hoy sigue siendo recordado como una seña de identidad de los 90.

Además de su música, queda en el recuerdo su carácter alegre y su humor, que transmitía tanto en entrevistas como sobre el escenario. Su figura forma parte de la memoria colectiva de una generación que bailó sus versiones en discotecas, verbenas y fiestas populares.

La Ruta del Bacalao como patrimonio cultural

Hoy, con el paso del tiempo, la Ruta del Bacalao se reivindica como un fenómeno cultural que fue mucho más que ocio nocturno. Supuso un laboratorio musical, artístico y social que influyó en la música electrónica en España y dejó huella en generaciones posteriores.

En este contexto, artistas como Azuquita ayudaron a ampliar las fronteras de lo que podía ser la Ruta, demostrando que la innovación también cabía dentro de un movimiento ya de por sí experimental.

Un adiós con sabor a nostalgia

El fallecimiento de Azuquita a los 47 años deja un vacío en la música valenciana y en la historia reciente de la cultura popular española. Sus discos, sus versiones rumberas de clásicos de la Ruta del Bacalao y su papel en Los Rumba Kings forman parte de un legado que seguirá vivo en la memoria de sus seguidores.

En un momento en que se recupera la memoria de la Ruta y se organizan homenajes a aquel movimiento, la figura de Azuquita resurge como la de un artista que se atrevió a mezclar mundos y consiguió crear algo nuevo. Su Rumbakalao siempre será recordado como un sonido propio de los 90, un símbolo de una época irrepetible.

 

 

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