Firmas
’12 de junio … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea
Publicado
hace 8 añosen
De
José Luis Fortea
……..el 12 de junio de 1474, se presenta en la localidad onubense de La Nava, don Pedro de Trujillo, alcaide del castillo de Cortegana, junto con un grupo de hombres nobles armados, enviados estos por la futura reina de Castilla, la “católica” Isabel, en nombre de su hermano, el rey, Enrique IV “el impotente, para detener a todos aquellos vecinos de la localidad, en condiciones aptas para el combate, que habían sido declarados en rebeldía al haberse negado a acudir a la guerra contra Portugal, más preocupados aquellos en recuperar sus quebradizas economías que dedicarse a batallar y bregar en una guerra, que a su juicio, en nada les beneficiaba.
El rey Enrique IV ese año señalado de 1474 se encontraba gravemente enfermo en Madrid, estando acompañado y cuidado por su hombre de confianza, don Juan de Pacheco, un lugar en el que tras pasar prácticamente todo el año ambos fallecerían, Pacheco el día 4 del mes de octubre y el rey, en diciembre, el día 11, por lo que Isabel, tras el pacto de los Toros de Guisando que había firmado con su hermano seis años antes, en virtud del cual se le reconocía como la heredera del trono de Castilla, ese año de 1474, ante el estado de gravedad del monarca, empezó a gestionar el reino.
La Nava, es un pequeño enclave ubicado en el parque natural de Aracena y los picos de Aroche, en pleno valle del río Múrtiga, que desde su nacimiento, en la llamada Fuente de los doce caños, en Fuenteheridos, va recorriendo las localidades vecinas de Jabugo y Galaroza, bañando aquellos huertos rodeados de cerros de olivos y encinas tan característicos de la provincia de Huelva, en unas tierras muy próximas a la frontera con el país de Portugal.
Según puede desprenderse de las crónicas que los historiadores romanos hicieron de la época, era precisamente en estas tierras de la Nava y sus alrededores, donde tenía el caudillo lusitano Viriato una de sus defensas con la que hacía frente a las legiones romanas, de los cónsules Vetilio, Plaucio, Unimano, Quincio, Serviliano y Cepión, que moviéndose por aquellos caminos que unen el valle del Guadalquivir y la localidad del Alentejo, llegó a desarrollar una técnica de combate, la guerrilla, que causó verdadero pánico entre los mismos ávidos, aguerridos y avezados legionarios romanos.
Reconquistada por el rey portugués Sancho II, “El Piadoso”, entre los años de 1230 a 1235 (no confundir este con el homónimo monarca castellano Sancho II de Castilla, asesinado por el noble leonés Vellido Dolfos, quien aprovechando un momento de indisposición del monarca y mientras había decidido realizar la íntima tarea de evacuar sus deposiciones reales, escondido entre la maleza, no dudo aquel en ensartarle su lanza por la espalda, siendo perseguido por este acto por el mismo don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid campeador, leal al rey Sancho). Fue en 1255 cuando pasaría esta posesión de la Nava a manos castellanas.
Don Pedro Trujillo, cumpliendo la orden dada por Isabel detuvo a aquellos varones que en edad de combatir estuvieran sanos, siendo todos ellos trasladados hasta la misma fortaleza del castillo de Cortegana. El Concejo de la Nava solicitó la mediación en este asunto del mismo Concejo de Sevilla, informando de todo lo acontecido y de las razones por las que entendían consideraban no necesaria su participación en dicha lid y las posibles consecuencias económicas que aquella detención masiva podría llegar a causar con la pérdida de las cosechas previstas y su repercusión negativa en la economía de la localidad y por ende, de la misma zona, siendo aquella intercesión clave para la liberación de aquellos hombres, poniendo pues fin a un suceso que se había originado un 12 de junio, como hoy, de hace por tanto quinientos cuarenta y tres años.
En 1811, el día 10 de abril, esta misma localidad de la Nava fue asaltada por tropas francesas de los ejércitos de ocupación de Napoleón Bonaparte, quemando todos los archivos municipales y haciendo acopio del escaso trigo que quedaba de las pasadas cosechas y de los productos ya elaborados como pan, vino y queso, preparado para ser entregado a los habitantes de aquella localidad que celebraban el mes siguiente la festividad de la Romería de Nuestra Señora de las Virtudes.
El alcalde de la Nava, don Robustiano Carvajal, conocido como el Tiznao de la Nava, vengando este acto atacó a las tropas francesas, causando numerosas bajas en sus filas, pero siendo apresado y fusilado en la llanura de la ermita, donde fueron obligados todos los vecinos a asistir a dicha ejecución, dando de esta manera muerte a su alcalde.
Este suceso marcará el devenir de los acontecimientos futuros, puesto que cuando Fernando VII firmó la paz con Francia, el alcalde de esta localidad, negose a estampar su firma en el acuerdo suscitado, manteniendo a la Nava en guerra contra los franceses, hasta que aquellos no repusieran el pan, vino y queso robado a su población, dejando así la situación, de un hecho que con el transcurso de los años, nadie reparó.
Finalmente el armisticio oficial y simbólico al mencionado asunto se produciría en el año 2013, mediante la conocida “iniciativa para la firma de la paz con Francia”, entre su alcalde, por aquel entonces el socialista don Francisco Fernández Jaramago y sus cerca de trescientos veintiún habitantes y una representación diplomática gala.
No sería esta la última vez que en los anales de la historia apareciese de nuevo esta pequeña localidad andaluza, ya que el día 14 del mes de junio, del año 1936, se llevó a cabo en el paraje de La Parrilla, junto a la antigua estación de tren de La Nava, un bautizo pagano de seis niños, cuyos nombres elegidos, en plena guerra civil, fueron los de Lenin, Libertario, Límber, Pasión, Redención y Sipenia, nombres que tras la guerra, fueron sustituidos por otros más acordes con el nuevo régimen y que traería como consecuencia la ejecución del alcalde de la Nava, el republicano don Gumersindo Domínguez Fernández, fusilado el 18 de septiembre de 1936, en Llerena.
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José Luis Fortea
………….corría el verano de 1975, aquel en el que no cesaba de sonar en las radios el Bimbó de Georgie Dann, que acabaría siendo declarada oficialmente la canción del verano, aquel en el que Televisión Española emitía su series detectivescas de moda, las de “Tony Baretta” y “Kojak” y que amenizaba desde el pasado mes de abril, la noche de los sábados, con un nuevo programa llamado “Directísimo”, presentado por un joven bilbaíno de treinta y tres años, de grandes bigotes, llamado José María Íñigo Gómez.
Bernard Thévenet
Aquel verano, en el que ganaba el tour, contra todo pronóstico, el francés Bernard Thévenet, imponiéndose a un Eddy Merckx, líder desde la sexta jornada, que había sido golpeado por un espectador en su costado derecho en el ascenso al Puy de Dome, presentando desde entonces unas molestias que le harían perder a partir de aquella etapa, la decimocuarta, el maillot amarillo y que no lo volvería a recuperar, de un periodo estival más que sofocante y tórrido, en el que una caña en aquellos días costaba entonces diez pesetas, de aquel verano, el del 75, el último del jefe del Estado español, que fallecería cinco meses más tarde.
Qué pasó un 22 de julio
El martes 22 de julio, de un día como hoy, de hace más de cuarenta años , a unos cincuenta y tres kilómetros de Sevilla, en el término municipal de Paradas, iba a tener lugar uno de los sucesos más trágicos de los últimos tiempos, que acabaría por convulsionar la vida de sus cerca de ocho mil habitantes, de un terrible episodio que en los juzgados terminaría conociéndose como el expediente 20/75.
A unos cuatro kilómetros de la mencionada población de Paradas, se encuentra la finca de los Galindos, perteneciente, desde hace seis años, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete, marqués de Grañina, donde suele acudir esporádicamente, en tiempo estival, sin la compañía de su mujer, María de las Mercedes Delgado Durán. Al frente del aludido inmueble, se encuentra Manuel Zapata Villanueva, de cincuenta y nueve años, antiguo legionario y miembro de la Guardia Civil, que allí vive junto a su mujer Juana Martín Macías, de cincuenta y tres años, desempeñando las tareas de capataz, en unos terrenos dedicados principalmente al cultivo de la aceituna.
En el cortijo trabajan siete personas, tres tractoristas y cuatro temporeros, que a eso de las ocho de la mañana, de aquel martes día 22, ya se encuentran allí para ponerse a bregar, antes de que el sol les ajusticie con esos 49 ºC que alcanzarán a lo largo de aquella misma mañana. Zapata, como de costumbre, es quien distribuye “la faena”, mandando a las alpacas, a medio kilometro de la finca, al tractorista José González Jiménez, a un segundo tractor, junto con tres braceros, a la parte posterior del cerro y al tercer tractorista Ramón Parrilla a regar garrotes (que son los troncos de los olivos metidos en bolsas con tierra) de una jornada laboral que se prolongará hasta la una, momento en el que harán un alto en el camino para almorzar, durante cerca de media hora, y proseguir hasta eso de las cuatro de la tarde, cuando el mercurio se encarame en lo más alto de los termómetros respondiendo al calor abrasivo de esos casi cincuenta grados.
Y es entonces, sobre esa hora de las cuatro de la tarde, cuando el grupo de los tres temporeros que se encuentran en la parte del cerro observan salir un humo negro y espeso del cortijo, dirigiéndose rápidamente hacia allí.
Al llegar al lado de la verja de la entrada, encuentran restos de lo que parece un reguero de sangre, que les hace presagiar que alguien pudiera haber resultado herido, de un rastro abundante que dibujando un movimiento sobre la tierra serpenteante poco a poco se va diluyendo hasta llegar a desaparecer, por lo que Antonio Escobar, uno de aquellos trabajadores, acude raudo hacia el cuartel de la Guardia Civil, para dar el pertinente aviso, mientras Antonio Fenet Pastor, que lleva cinco años trabajando las tierras de Los Galindos, divisa lo que le da la sensación son dos cuerpos mutilados en aquel fuego que acelerado con gasolina desprende un olor más que nauseabundo, decidiendo no indagar más, hasta la llegada de la Benemérita.
No tardan mucho en personarse en el cortijo el cabo Raúl Fernández acompañado de un número de la Guardia Civil, para realizar las primeras diligencias de investigación. Al entrar en la casa, observan, al lado de una mesa camilla, otro gran charco de sangre, cuyo rastro se dirige pasillo arriba, hacia donde se encuentra la puerta de una habitación cerrada con un candado, colocado en la parte exterior, que fuerzan para poder acceder a su interior, encontrándose una vez dentro, el cuerpo de Juana Martín, la mujer del capataz, con la cabeza destrozada, golpeada por algún objeto romo, no hallándose nada más reseñable en la vivienda.
En el exterior, donde todavía permanece encendido aquel fuego, aparecen los restos casi calcinados del tractorista José González, Pepe, de 27 años y su esposa Asunción Peralta, seis años mayor que él, de 34 años, a quien al parecer había ido a recoger al pueblo para traerla allí, en algún momento de aquel día, aparcando su seiscientos de color crema en la entrada del cortijo, desconociéndose los motivos.
En la cuneta del llamado Camino de Rodales, cubierto con un montón de paja, se descubre un cuarto cuerpo sin vida, el del jornalero Ramón Parrilla, de 40 años de edad, tractorista eventual de la finca, muerto de un disparo de escopeta.
De Zapata, el capataz de la finca de Los Galindos, no hay rastro alguno, por lo que las primeras sospechas recaen sobre este, emitiéndose incluso, a la mañana siguiente, por el recién llegado juez del juzgado de Écija (al estar el de Carmona de vacaciones) Andrés Márquez Aranda la pertinente orden de busca y captura.
Al parecer, en los mentideros del pueblo, se decía que las relaciones entre el capataz y el tractorista Pepe no eran todo lo buenamente deseables que podían ser, fruto de un intento de José González por cortejar a una de las hijas de Zapata, negándose este a dicha relación, enemistando en cierta manera a ambos. Lo cual fue considerado como un posible móvil de aquel crimen, aunque no resolvía las dudas existentes sobre las restantes muertes.
Y fue entonces cuando tres días más tarde, el 25 de julio apareció el cadáver del capataz, que tras la autopsia realizada determinaría que había resultado ser la primera de las víctimas de aquel crimen que ya sumaba con esta, cinco muertes, desarbolando la hipótesis que se había venido considerando como probable.
El sumario del caso, el denominado expediente número 20 de 1975, con más de mil trescientos folios, ha dado a lo largo de la historia numerosas elucubraciones y teorías que no han podido resultar finalmente probadas, recayendo durante años las sospechas, tras haber sido encontrado el cuerpo de Manuel Zapata, sobre José González Jiménez que juzgado y condenado por el pueblo tendría que esperar hasta la exhumación de los cadáveres mediante orden emitida por el juez Heriberto Asensio que acabaría determinando que el “sospechoso” era, de igual forma, triste víctima de este suceso, y que además en opinión del prestigioso médico forense Luis Frontela Carreras, estudiando aquellas manchas de sangre en el piso encontradas, concluiría que a –“Juana la arrastraron desde el comedor hasta el dormitorio entre dos personas por lo menos”- .
Transcurrido los plazos legales previstos sin encontrarse el culpable de estos hechos, la causa quedaría archivada en el año 1988, y siguiendo el principio que extingue la responsabilidad criminal por el transcurso del tiempo, siendo para este tipo de delitos el previsto de veinte años, fue por tanto declarado su prescripción en 1995, a los veinte años de haberse cometido.
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