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Psicología

Señales de alarma del suicidio: cómo detectarlas y actuar a tiempo

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Cada 10 de septiembre se conmemora el Día Internacional para la Prevención del Suicidio, una jornada que busca visibilizar un problema que sigue siendo un tabú social y que provoca cada año miles de muertes evitables en todo el mundo. En España, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, más de 4.000 personas se quitan la vida cada año, lo que convierte el suicidio en la primera causa de muerte externa, muy por encima de los accidentes de tráfico.

El lema elegido para 2025 es “Changing the Narrative on Suicide” (Cambiando la narrativa sobre el suicidio). El objetivo es claro: romper con el silencio, desmontar mitos y generar un diálogo abierto que ayude a prevenir y a acompañar a quienes atraviesan un sufrimiento intenso.

Hablar del suicidio no lo provoca: un mito que hay que superar

Los psicólogos valencianos Enric Valls y Gracia Vinagre insisten en la importancia de hablar abiertamente sobre el suicidio. Valls recalca que no se trata de inducir, sino de informar, sensibilizar y concienciar: “Hablar es abrir salidas de emergencia. Si preguntamos y escuchamos, estamos dando a la persona la oportunidad de expresar su sufrimiento”.

Por su parte, Vinagre recuerda que el mito de que hablar del suicidio aumenta el riesgo es falso: “Cuando no se habla, quienes tienen ideas suicidas no se atreven a contarlo por miedo al juicio. Eso les deja aún más aislados y sin ayuda”.

Factores de riesgo y señales de alarma

La presidenta de la Federación de Salud Mental de la Comunitat Valenciana, Rosa Bayarri, advierte que el suicidio no responde a una única causa ni afecta a un solo grupo social. Entre las situaciones con mayor prevalencia se encuentran:

  • Jóvenes que no ven futuro ni oportunidades.

  • Personas desempleadas o en situación de calle.

  • Reclusos y personas privadas de libertad.

  • Víctimas de violencia machista.

  • Niños y adolescentes víctimas de acoso escolar.

  • Personas que sufren homofobia, racismo o discriminación.

  • Quienes padecen trastornos de salud mental graves.

Las señales de alarma incluyen cambios drásticos de conducta, aislamiento social, verbalizaciones sobre la muerte, pérdida de interés en actividades cotidianas, consumo abusivo de alcohol o drogas y conductas de riesgo.

El suicidio: acabar con el dolor, no con la vida

Enric Valls explica que, desde el punto de vista cognitivo, el suicidio no significa querer morir, sino “acabar con una situación insoportable de dolor”. Por eso, recalca, la clave está en mostrar que hay alternativas y muchas formas de aliviar el sufrimiento: ampliar redes sociales, pedir ayuda profesional o incluso ayudar a otros para encontrar sentido.

Gracia Vinagre añade que simplemente escuchar puede ser un acto preventivo: “Si alguien habla de suicidio y la otra persona responde con silencio o indiferencia, la sensación de aislamiento se multiplica. Pero si se aborda el tema con comprensión, se abre una puerta a la esperanza”.

El papel de los medios de comunicación

El Ministerio de Sanidad elaboró en 2020 una guía de recomendaciones para el tratamiento del suicidio en los medios. En ella se insiste en dos ideas clave:

  • El silencio informativo no es una opción, porque invisibiliza el problema.

  • El sensacionalismo tampoco lo es, ya que puede generar un efecto imitación.

Los expertos apuntan al efecto Papageno: mostrar testimonios de personas que han superado crisis suicidas y han encontrado alternativas puede tener un potente efecto preventivo.

Un problema social, no individual

Las asociaciones insisten en que el suicidio no puede entenderse como un problema exclusivo del individuo o de su familia, sino como un problema social que requiere respuestas colectivas. La prevención pasa por reforzar los servicios de salud mental, garantizar atención inmediata en situaciones de crisis y promover campañas de sensibilización permanentes.

En 2025, el Gobierno de España ha puesto en marcha el Plan Nacional de Prevención del Suicidio 2025-2027, que incluye la creación de un registro nacional de datos, un observatorio estatal, autopsias psicológicas y protocolos de intervención en colegios, centros de salud y residencias. Además, se han destinado más de 17 millones de euros a programas específicos de prevención.

Un reto añadido: jóvenes y nuevas tecnologías

Los expertos advierten de un reto emergente: el uso de inteligencia artificial y chatbots por parte de adolescentes y jóvenes en crisis. Aunque pueden ofrecer compañía, a veces refuerzan las ideas suicidas en lugar de contrarrestarlas. Por ello, se pide que estas herramientas estén programadas para derivar a recursos profesionales y no para validar decisiones de riesgo.

Cómo ayudar desde el entorno

La prevención del suicidio empieza en lo cotidiano. Los especialistas recomiendan:

  • Escuchar sin juzgar a la persona en crisis.

  • Preguntar directamente si tiene pensamientos suicidas.

  • Ofrecer apoyo emocional con gestos sencillos: mirar a los ojos, abrazar, acompañar.

  • No minimizar su dolor ni responder con frases hechas.

  • Facilitar recursos de ayuda profesional.

Recursos de ayuda inmediata

Las personas en crisis y sus allegados pueden recurrir a diferentes recursos de apoyo disponibles las 24 horas del día:

  • Teléfono 024: línea de atención nacional para la prevención del suicidio.

  • 112: número de emergencias para situaciones de riesgo inminente.

  • Teléfono de la Esperanza: 717 00 37 17.

Conclusión: hablar salva vidas

El Día Internacional para la Prevención del Suicidio 2025 nos recuerda que nadie quiere morir, sino dejar de sufrir. Hablar, escuchar y actuar son las claves para ofrecer alternativas y esperanza. Romper el tabú es el primer paso para que miles de personas encuentren una salida distinta al dolor.


Metadescripción SEO: El 10 de septiembre se celebra el Día Internacional para la Prevención del Suicidio 2025. Expertos en salud mental reclaman hablar del suicidio sin tabúes, detectar señales de alarma y ofrecer apoyo. En España, más de 4.000 personas se quitan la vida cada año.

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Psicología

Estas son las cinco señales de que te faltó amor en la infancia

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Las experiencias que vivimos durante la infancia moldean profundamente la manera en la que nos relacionamos con el mundo, con los demás y con nosotros mismos. La calidad del vínculo con nuestros cuidadores —la forma en que nos sostuvieron, respondieron a nuestras necesidades y nos dieron seguridad emocional— es clave en el desarrollo del apego.

Cuando ese amor temprano no estuvo presente o fue insuficiente, pueden aparecer consecuencias emocionales que se manifiestan en la vida adulta. La psicología ha estudiado ampliamente este fenómeno y ha identificado patrones que ayudan a reconocer esas carencias afectivas tempranas.

A continuación, analizamos cinco señales habituales de que puede haberte faltado amor en tu infancia. No son diagnósticos ni etiquetas, sino puntos de reflexión que pueden ayudarte a comprenderte mejor. Cuando existe malestar, siempre es recomendable acudir a un profesional de la salud mental.


1. Dificultad para confiar en los demás

Una de las secuelas más comunes de la falta de amor temprano es la desconfianza. Si en tu infancia no experimentaste seguridad, previsibilidad o cuidado emocional, es probable que te cueste apoyarte en otros en la adultez.

Quienes vivieron carencias afectivas pueden:

  • Ser excesivamente prudentes al relacionarse

  • Tener miedo a mostrarse vulnerables

  • Desconfiar incluso cuando la otra persona demuestra compromiso

  • O, por el contrario, necesitar una cercanía constante que les haga sentir seguros

La sensación interna suele ser: “Si confío, me harán daño” o “En algún momento me van a abandonar”.


2. Autoestima frágil y dificultad para valorarse

La forma en que nos miraron de pequeños influye en cómo nos miramos de adultos. Cuando un niño crece sin validación emocional, sin afecto o con críticas constantes, puede desarrollar creencias profundas como:

  • “No soy suficiente”

  • “No merezco amor”

  • “Tengo que esforzarme para que me quieran”

Esto se traduce en problemas de autoestima, autoexigencia extrema, tendencia al autosabotaje o miedo al éxito y a la satisfacción personal.

En la vida adulta, la persona puede aceptar trabajos, parejas o dinámicas que no la tratan con el valor que realmente tiene.


3. Miedo intenso al abandono

El temor al abandono es una de las consecuencias más dolorosas de una infancia sin suficiente amor o sin un apego seguro. Este miedo se activa incluso en relaciones estables y saludables.

Algunas señales habituales son:

  • Ansiedad cuando la otra persona no contesta o se aleja

  • Vigilancia constante en la relación

  • Necesidad de comprobaciones de afecto

  • Dependencia emocional

  • Interpretar señales neutras como rechazo

No importa lo que el otro haga para tranquilizar, la persona siente que la pérdida es inminente. Este miedo interno no se origina en la relación actual, sino en la falta de seguridad emocional en la infancia.


4. Aislamiento emocional o estilo evitativo

La falta de amor no siempre genera dependencia; a veces genera justo lo contrario: evitación del contacto emocional.

Algunos adultos crecieron pensando que expresar emociones es peligroso o inútil, porque en su infancia no fueron escuchados o fueron invalidados.

Por eso, pueden:

  • Guardarse lo que sienten

  • Evitar el compromiso emocional

  • Mostrar distancia incluso con personas que aman

  • Priorizar la autosuficiencia extrema

  • Bloquear sus emociones sin darse cuenta

Este estilo de relación nace de una defensa: “Si no me abro, no podrán herirme”.


5. Sensación de vacío o desconexión interna

Quizá una de las señales más silenciosas, pero también más frecuentes, es el vacío emocional. Es una sensación persistente de que “falta algo”, aunque objetivamente la vida vaya bien.

Puede manifestarse como:

  • Dificultad para disfrutar de lo que se consigue

  • Cambios constantes en búsqueda de “algo más”

  • Relaciones o trabajos que no llenan

  • Sensación de ir por la vida en piloto automático

  • Soledad incluso cuando se está acompañado

Este vacío suele ser el eco de necesidades afectivas no cubiertas en la infancia, y no se llena con logros o estímulos externos, sino con trabajo emocional y autoconocimiento.

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