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Madama Butterfly: la dignidad de la muerte ante la destrucción de valores

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Madama Butterfly: la dignidad de la muerte ante la destrucción de valores
EFE/Manuel Bruque

Valencia, 10 dic (OFFICIAL PRESS-EFE).- La producción de la ópera Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, representada hoy en el Palau de les Arts de Valencia, ha puesto de relieve la dignidad de la muerte ante la destrucción de los valores humanos, con una protagonista, la soprano letona Marina Rebeka, que ha realizado una soberbia interpretación de Cio-Cio-San, la geisha que, tras comprobar la falta de ética de quien ha sido su esposo, afirma que «con honor muere quien no puede vivir con honor».

La producción de Emilio López traslada la acción desde las últimas décadas del siglo XIX al final de la segunda guerra mundial, con unos primeros compases de la ópera ilustrados con imágenes del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, de la aviación nipona y simbología nazi, además de la explosión de la bomba atómica que arrasó Nagasaki, precisamente la ciudad en la que discurre la acción Madama Butterfly.

Madama Butterfly

Marina Rebeka encarnó de forma prodigiosa a la inocente jovencita que, en un matrimonio de conveniencia, se casa con un teniente de la marina norteamericana, del que se enamora profundamente pese a las diferencias culturales, pero que, tras ser abandonada, se transforma en una mujer que no se deja avasallar cuando su esposo, que se ha vuelto a casar en Estados unidos, se presenta tres años después y quiere llevarse al hijo de ambos a su país.

La voz de Rebeka brilló por igual en las escenas de amor inocente y apasionado del primer acto, como derrochó emoción y espiritualidad durante los pasajes de espera en medio de la desolación, anhelando una vuelta de su marido. Su sentida aria «un bel di vedremo» fue ampliamente aplaudida por el público.

En el tercer acto puso de relieve su faceta dramática, sacando a relucir una mujer orgullosa y despechada que rubricó de forma notable con la escena «Tu? Tu? Piccolo iddio», que le lleva a exclamar «todo ha muerto para mi», una vez que ha decidido darle el hijo a su esposo a costa de su propia muerte.

Frente a ella se situó el tenor cordobés Marcelo Puente, que sustituyó a última hora a Piero Pretti aquejado de una laringitis, que encarnó al teniente Pinkerton, un hombre caprichoso, irresponsable y que no respeta los sentimientos ni las tradiciones, pues considera a Cio-Cio-San, la joven madama Butterfly, como un juguete con el que mitigar su soledad lejos de su país y con el que satisfacer sus deseos sexuales.

Con frescura e intensidad de voz, esa personalidad de seductor inconsciente quedó de manifiesto desde el principio con su aria inicial «Amor e grillo», aunque finalmente se avergonzará de su comportamiento y se sentirá culpable de su comportamiento frívolo.

La dignidad de la muerte ante la destrucción de valores

Junto a ellos hay que destacar dos actuaciones notables: la de la mezzosoprano valenciana Cristina Faus, como la fiel Suzuki, y el barítono Ángel Òdena, como el cónsul Sharples, especialmente convincente en la escena de la carta. Mención también para Mikeldi Atxalandabaso, que dejó patente su atractiva voz en el breve papel de Goro.

Buena dirección musical de Antonino Fogliani al frente de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, con un Coro de la Generalitat en su buena línea habitual, con momentos de gran sensibilidad como el canto «a boca chiusa» al final del acto segundo.

En esta producción del Palau de Les Arts, que ya se estrenó al inicio de la temporada 2017-2018, la escenografía reproduce una casa modular japonesa, que en el primer acto está flanqueada por una tupida red de flores de cerezo, y que en los actos segundo y tercero se convierte en un paisaje gris ceniciento, provocado por la bomba atómica que destruyó Nagasaki en 1945, y que se convierte en símbolo de la destrucción moral que sufre Cio-CIo-San y el propio Pinkerton.

Con el aforo completo y público con mascarillas, esta nueva representación de Madama Butterfly despertó el interés de los políticos de la Comunidad Valenciana, ya que acudieron desde el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, a los consejeros Gabriel Bravo, Vicent Soler y Rafael Climent, el diputado de Compromís Joan Vicent Baldoví y la secretaria Autonómica de Cultura, Raquel Tamarit, entre otros.

Joan Castelló

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El misterio del nicho 1501 del cementerio de Valencia

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El misterio del nicho 1501
El misterio del nicho 1501 del cementerio de Valencia

El Cementerio General de València esconde una curiosa historia en la que el amor, la desgracia, el terror y la fortuna se dan la mano. La historia de un nicho, el nicho de Emilia. Un enigmático caso que parece salido de la mente de Edgar Allan Poe Lovecratf, pero que es real y nos vuelve a confirmar que la realidad supera siempre a la ficción.

Para conocer quien descansa en el nicho 1501 y la historia olvidada que allí yace, debemos trasladarnos hasta finales del siglo XIX. Vicente García Valero era un actor y autor teatral nacido a mediados del siglo XIX que se enamoró perdidamente de Emilia Vidal Esteve. A pesar de su juventud, él contaba con 15 años y ella con 13 no tardaron mucho en casarse.

El trabajo de Vicente le llevó a trasladarse a Madrid, donde un día la alegría se transformó en desgracia cuando la joven falleció 1876 por un brote de fiebres tifoideas. 

El misterio del nicho 1501

Su cuerpo fue enterrado en una fosa común debido a que la familia no podía costear los gastos, pero el actor quiso recuperar el cuerpo de su amada costara lo que costara y finalmente logró exhumarla de manera clandestina casi dos años más tarde en el día de Nochebuena de 1877. Cuentan que Vicente tuvo que sobornar con dinero al sacerdote que pocas semanas atrás había enterrado a la chica.

Cuando abrió el féretro, Vicente relató que la joven «parecía como dormida». Tal vez lo viera así fruto de su enamoramiento ya que por el tiempo transcurrido su estado debía ser el de putrefacción y descomposición.

250 pesetas fue el precio que le tocó pagar, sin duda toda una pequeña fortuna para la época, para hacerse con el nicho número 1501 a perpetuidad. Y allí en el Cementerio General de València descansa desde entonces.

El tiempo pasó y Vicente se casó con Ángela, la hermana de su difunta esposa. Pero la historia no queda ahí, ya que el matrimonio tuvo una hija, a la que curiosamente llamaron Emilia, el mismo nombre que el amor de su vida.

Porque Vicente seguía obsesionado con su primera mujer. No la podía olvidar, y así lo demostraba cada año, mandando todos los 1 de noviembre dinero al cementerio para que limpiaran el nicho y lo adornaran de flores, hechos que relata él mismo en su libro ‘Páginas del pasado’.

Pero la desgracia volvió de nuevo a su vida con la muerte de su hija a la edad de 4 años y la de su esposa. Duro es el testimonio de un cartero, que fue testigo de la muerte de la pequeña cuando acudió a la casa para entregar un correo y le abrió la puerta Vicente con su hija en brazos. El cartero pensó que la niña estaba dormida y García Valero le respondió «no, está muy dormida, esta muerta.»

Pero en la mente de Vicente permanecía Emilia. No podía olvidar su recuerdo y tal vez fuera por eso que se volviera a casar con la otra hermana, Amparo. ¿Buscaba en ellas a su amada?

El décimo 1501

Si el relato hasta el momento es ya sorprendente todavía faltaba una última vuelta de tuerca. Un nuevo giro que hace de esta, una historia increíble pero cierta. Vicente, dedicó su vida al teatro, repartiendo su tiempo entre Madrid y València, pero tomando como residencia la capital de España. Allí le inundó la pena y tristeza por estar tan lejos del nicho de su amor a pesar de encargarse desde la distancia de su cuidado.

Hasta que un día dejó de enviar dinero. Era el 1 de noviembre de 1911 y su situación económica había empeorado por lo que no pudo hacer que limpiaran la lápida y le colocaran flores. Pero por fin a Vicente García Valero le iba a sonreír la suerte. El destino o lo que ahora llaman karma o tal vez, quien sabe si su amor, le iba a devolver todo el cariño que le había dedicado Vicente durante años.

Caminando por una administración de lotería próxima al teatro Apolo, Vicente vio un décimo y lo compró. Era el 1501.  En el sorteo del 10 de octubre de 1912 su número fue premiado con 6000 pesetas de la época. “Tantos años enviando dinero a mi amada y ahora es ella la que me lo devuelve”, exclamó Vicente según narra en su libro de memorias.

Ahora Vicente podía seguir pagando los arreglos y cuidados de la lápida cada 1 de noviembre. Y así lo hizo hasta que le llegó la muerte en Madrid el 12 de octubre de 1927. Y allí lejos de su amada se piensa que está enterrado.

Hoy en día nadie se acuerda ya del nicho 1501. La inscripción de la lápida está casi borrada por el paso del tiempo. “Recuerdo de V. García Valero” se puede leer.

Pero desde hace unos años, alguien coloca flores en el nicho 1501…

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