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La Granotera| ‘¿Se ven en primera?’, por Dani Hermosilla

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DANI HERMOSILLA

No cabe duda que, de puertas adentro, en el club nadie duda de que el equipo jugará —salvo catástrofe de dimensiones considerables— en Primera División la próxima temporada. Todo lo programado se hizo en función de ese ascenso. Como lo hizo también el Rayo Vallecano y está luchando por no descender. Lo bueno de la descomunal ventaja del Levante (ya son 19 puntos sobre el tercero) hace, no sólo que dependa de él —que también— si no que puede ir mirando aquí y allá, guiñando el ojo al presente, y centrándose en el futuro.

Quico Catalán se fue hace escasos días a China, dicen que a por patrocinador. ¿O comprador? ¿O inversor? ¿O nuevas ideas…? El Espanyol ya tiene uno, y la placidez del club periquito es grande —la solvencia deportiva, parecida— El máximo mandatario granota mira al frente ante la balsa de aceite que es la actual temporada del equipo. Quico, además, ha aprendido a no sacar pecho, a no estar continuamente en los medios cuando las cosas van bien —cuando van mal, salió mucho menos— Todo el protagonismo, para Muñiz. El técnico saca el látigo y atiza a eufóricos y relajados. Prohibe mentar a la bicha —ascenso— y prefiere hacer acciones que tenga a sus chicos despiertos y comprometidos —contra el colista, el Mirandés, todos convocados—

Hace tiempo que me dijeron que las acciones de un entrenador —o responsable de grupo— tienen siempre mensaje interno. Y esta medida de involucrar a toda la plantilla ante el último clasificado, una muestra evidente. Hay que hacer algo que todos sepan a qué atenerse. Al menos, siempre en la teoría. La práctica y los detalles, son otra cosa. Si hay un futbolista que no le acabo de encontrar esta lógica de vestuario es Esteban Saveljich, el central argentino, por el que tanto se negoció, y que es el único futbolista que no ha entrado nunca en la dinámica de Muñiz. Por ejemplo, a Rubén García le ha dado bola. A Iván, a pesar de la lesión, también. Abraham tuvo sus opciones. Verza, también aunque no está entre sus prioridades. Saveljich es como Oier, casi el último de la fila. ¿Cómo está Esteban? ¿Por qué nadie habla de él? ¿Por qué el no se queja? ¿Por qué Muñiz no le da chance, como dicen allá?

El otro día en Facebook, mi tocayo y colega Dani Garcia Roig me decía que tenía ganas de verlo jugar. Yo, la verdad, también. Pero más que nada porque se va ir del club sin saber si vale o no, si es bueno o no… Los centrales no han rotado tanto como otras lineas. Más bien es como el delantero. A la sombra de Roger, el vacío. No es una crítica al técnico. Ni mucho menos. Simplemente, no le veo la misma lógica que a otros jugadores. O entrena mal o tiene un mal comportamiento o ha pasado algo… aunque se me ocurre que ninguna de las tres. Tiene cuatro centrales y elige tres cada domingo (dos en el campo y otro en el banquillo). Siempre se deja un central. Y siempre es el bueno de Esteban Saveljich.

Líder contra colista
Oportunidad para que el equipo se suelte. Sí, me parece muy bien lo de partido peligroso, trampa, equipo que se juega la vida y todo eso. Que es cierto. Pero el Levante necesita ya una actuación contundente en casa, un partido que levante a los aficionados, que atraiga al público, que desate la euforia. Un 4-0 este sábado en Orriols serviría para hacer la ola. Los Levante Fans llevan partidos soltando algún cántico eufórico de que vamos, ya estamos en primera. Y nada. El campo mudo.

Contaba el otro día en #MundoGranota, el mini espacio del Levante que acaban de empezar en Levante TV, y del que soy habitual contertulio como redactor de OP, que el seguidor del Levante más fiel es también el que más canas peina, está más baqueteado, vivió momentos tristes (como el ecijazo, por ejemplo), está ‘forjado en el yunque de la adversidad’, y no se atreve a lanzarse al vacío de la euforia. El más joven, el que ha vivido sólo la gloria de primera, no lo duda. ¡A primera! Sólo hay que poner fecha. Son dos generaciones que han vivido el mismo club pero dos realidades diferentes.

Cuando yo empiezo a informar del Levante, íbamos mendigando campos de entrenamiento, hablando de la mediocridad de la segunda división pero que en diciembre ya se había esfumado el sueño de ascenso. No había ‘glamour’, sólo miedo. Nos conformábamos con no bajar y, si se daba, subir. Estábamos pendientes de que el ‘patrón’, Pedro Villarroel, entrara en cordura y construyera algo serio. La trituradora de entrenadores, los secretarios técnicos salidos de cómics o muchas cosas que, cuando las recuerdas, dices que, a pesar de los 19 puntos: «esto no está hecho» —sino, recordamos aquella famosa de ‘lo siento por mi amigo Alemany, pero el Mallorca está en Segunda Division», y no quiero ni mentar cómo acabó la cosa—

No hay que hacer números, dicen. Pero estos son los que motivan la euforia: el Levante puede perder seis partidos y ser equipo de primera y perder tres y ser campeón. Esa es la realidad. Preparad el corazón para lo que viene. El club seguro trabaja para apuntalar lo que se necesitará. Lo bueno de un ascenso así es que, además de reducir el sufrimiento y la tensión, te permite trabajar con perspectiva. Tito desempolva el móvil y apunta a micrófonos. Enseguida empezará a ganar protagonismo. Muchos frentes abiertos. Pero, de momento, este sábado hay fútbol. Con el último bocado de la comida en la boca, pero fútbol. Nos vemos en Orriols. Y a disfrutar.

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Javi Guerra, 27-04-2023: radiografía de un gol que cambió el rumbo del Valencia

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Javi Guerra
La piña de compañeros, segundos después de haber marcado su celebrado tanto. EFE/ Kai Försterling/ARCHIVO

Nacho Herrero

València, 26 abr (OFFICIAL PRESS- EFE).- A las 21.25 del jueves 27 de abril de 2023, este sábado hace un año, Javi Guerra hizo estallar Mestalla con un gol en el descuento ante el Valladolid que sacó al Valencia del descenso y que en el imaginario colectivo del club ha quedado como punto de inflexión hacia una agónica salvación.

Cuando aquella tarde el autobús de la plantilla llegó a Mestalla sobre las 17.30, dos horas antes del choque de la jornada 31, le recibieron cientos de seguidores en la Avenida de Suecia, muchos de ellos jóvenes dada a hora.

Guerra, que tenía 19 años y cumplió 20 dieciséis días después, tenía sus cosas preparadas en el vestuario entre las de Alberto Marí y Jaume Doménech. No era una taquilla personalizada con su foto porque entonces tenía ficha del filial.

De hecho, llegaba con un escueto bagaje de 68 minutos en Primera que había conseguido en los anteriores once días y que se dividía entre los 18 en la derrota por 0-2 ante el Sevilla, incluidos ocho de descuento, y los 50, con cinco de prolongación y mucho más felices, del domingo anterior en Elche, donde hubo un desplazamiento masivo de aficionados.

Pese al 0-2 del Martínez Valero, el Valencia era decimoctavo, antepenúltimo, con 30 puntos, los mismos que el Almería, que era cuarto por la cola y que el día antes había aumentado la presión sobre los de Rubén Baraja al ganar en Getafe.

Aquella tarde, la angustia se disparó en Mestalla entre las 19.35 y las 20.43. Fueron casi setenta minutos en los que se asomó al abismo del descenso. A los seis de empezar el partido, un error de Mouctar Diakhaby en un control permitió a Cyle Larin adelantar al Valladolid. Cuarenta minutos después, Javi Puado marcó para el Espanyol en Vila-real. El equipo ‘perico’, que tenía 28 puntos, estuvo virtualmente durante media hora, con 31 y dejaba al Valencia penúltimo.

Antes de las 21 horas, la historia empezó a cambiar en los dos escenarios. Entre las 20.44 y las 20.54, Étienne Capoue y Dani Parejo le dieron la vuelta al marcador en La Cerámica. Sobre las 20.52 Mestalla había vivido su primera explosión de júbilo. Diakhaby remató un córner de cabeza sin aparente peligro pero el portero Jordi Masip, en otro error mayúsculo, pensó que iba fuera y dejó pasar el balón a su red.

Guerra lo vio desde el banquillo y saltó como un resorte. Se abrazó a Cenk Özkacar y a Marí, al que tenía a su izquierda en el banquillo tras haber salido a calentar su primer ‘vecino’, Diego López. En el asiento de la derecha tenía a Cristhian Mosquera.

Ese día acudieron a Mestalla 42.217 espectadores y un invitado: Kily González. El argentino había jugao su último partido oficial en Mestalla veinte años antes, cuando Guerra acababa de nacer. En verdad, los 27 de abril ya se veneraban en Mestalla antes del gol de Guerra y en parte era por él.

Aquel día pero en 2002, el Valencia recibió al Espanyol en la jornada 36. El equipo perico se adelantó, Amadeo Carboni fue expulsado y el sueño del título se esfumaba. Rafa Benítez dio entrada al Kily en el 66 y en el 78 el Valencia había enloquecido Mestalla con una remontada con dos asistencias suyas a Baraja. Ocho días después, el club conquistó la Liga tras más de treinta años de sequía.

De nuevo en 2023, pese a que el Espanyol ya perdía en Vila-real y el Valencia había recuperado un punto, el empate era poco consuelo. Se quedaba con 31 puntos, empatado con el Getafe en la frontera del descenso y ni eso parecía seguro. El Valladolid, inmerso también en la batalla por la permanencia, buscaba el triunfo e Iván Fresnada estrelló en el larguero el 1-2.

En el minuto 83, Baraja hizo entrar a Diego López y a Ilaix Moriba. En ese momento mandó a Guerra a calentar, al parecer, más por precaución que por otra cosa, porque la activación previa suele ser mucho más larga. Pero André Almeida estaba muy fatigado.

Guerra no estuvo en la banda ni cuatro minutos e incluso su calentamiento ‘exprés’ fue algo más largo porque Baraja le tuvo que llamar dos veces. Cuando el reloj marcaba 86 minutos y 57 segundos, su primera señal para que regresara y saliera confundió al jugador. Veinticinco segundos después, contrariado, tuvo que repetir la llamada para poder sustituir al luso.

El joven llegó a la carrera y se puso la camiseta que ahora guarda en su casa de Gilet y que colgaba de su silla con el número 36, el que se le asignó en pretemporada. No fue Baraja, con el que apenas intercambió un par de palabras, sino su ayudante, Toni Seligrat, quien le dio indicaciones.

Finalmente, entró en el minuto 88 y 35 segundos y participó en tres acciones antes de la jugada decisiva. En ella, frenó un contragolpe pucelano al interceptar un pase de Robert Kennedy y soltó a Ilaix un balón que pasó por Diego López y de nuevo por Moriba antes de regresar a sus pies.

Controló la pelota con el izquierdo y con el primer toque con el derecho dejó atrás a Óscar Plano; con el segundo y el tercero avanzó y retomó la zurda para disparar desde la cruceta de la línea del área con su corona. Su trallazo cruzado pasó juntó a Joaquín Fernández y entró por el palo más alejado de Masip. Era el minuto 92 y 9 segundos y llevaba apenas 214 segundos en el campo.

Como veintiún años antes hiciera Baraja tras marcar contra el Espanyol en esa misma portería del fondo norte, Guerra abrió los brazos cuando vio la pelota en la red. Como le pasó al vallisoletano, la inercia de la diagonal que había trazado le llevó al córner más cercano a la tribuna. Ambos goles comparten lugar de celebración y piña colectiva.

Guerra, algo incrédulo, se giró a mitad de su carrera. El primero que le alcanzó fue el capitán José Luis Gayà pero pronto llegaron otros, incluso el portero Giorgi Mamardashvili, que se recorrió todo el campo. Mestalla había explotado y los vídeos y las fotografías muestran euforia, liberación y algún torrente de lágrimas incontrolable.

Sobre la bocina del minuto 95, sin añadir más de los cinco minutos previstos, José Luis Munuera Montero, señaló el final. Sus tres pitidos pillaron a Guerra en el medio campo y Toni Lato y Hugo Duro se lanzaron a abrazarle. De ahí fueron todos al fondo sur a agradecer el apoyo de la Grada de Animación.

Fue entonces cuando se le avisó de que era el elegido para la ‘Flash Interview’ de la televisión con derechos. “Me la ha dado Ilaix y tampoco veía un pase claro. He amagado, me he ido del defensor que tenía y me dio por tirar”, explicaba.

Esa temporada Guerra había acumulado 2164 minutos en Primera RFEF con un único gol, ante el Espanyol B. Tampoco había visto puerta ante el Sevilla y el Elche ni, al parecer, apenas en Paterna. “Javi Guerra no ha metido un gol en un entrenamiento, os lo juro”, escribió jocoso esa noche Hugo Duro en las redes sociales.

Antes de retirarse al vestuario, Guerra abrazó a sus padres y a su abuelo que le esperaban en la grada más cercana al túnel. Con el anciano empezó a jugar al fútbol en el jardín de una urbanización de Canet entre dos árboles, y era él quien le llevaba en tren a Vila-real, puesto que se formó en la cantera ‘grogueta’ hasta 2019.

Tras un nuevo estallido de alegría en el vestuario, regresó al césped. Era de los que menos había jugado y tuvo que hacer el ‘compensatorio’, un suave entrenamiento, ya con las gradas vacías.

Baraja había llegado a la sala de prensa y desde allí le recomendó que apagara el móvil, se fuera a casa y le diera un abrazo a sus padres. No le hizo caso y salió a cenar con sus amigos, que le esperaban en la Avenida de Suecia, donde cinco horas antes había comenzado todo.

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