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@LevanteUD| ‘Orriols sigue de fiesta» (3-1), por Dani Hermosilla

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DANI HERMOSILLA

Orriols está feliz, sigue de fiesta. Plácido final de liga, espectacular. Todo se aplaude, incluso a pesar de que empieces perdiendo. Al grito de ‘Campeoooones, campeooones…’ acabó el partido en Orriols. Menos plácido que lo que dice el resultado final (3-1), pero con más margen del habitual. Orriols es talismán. Aquí nadie te tose. Los partidos —como en primera son el Camp Nou o el Bernabéu— se le hacen larguísimos a sus rivales. Y, cuando menos te lo esperas, te la lían. Hemos visto a Juan Muñoz, con dos goles, como reivindica su fútbol a la sombra de un Roger lesionado. Hemos visto a un Lerma que parecía Koné, un Natxo Insa goleador, y un Oier debutante y providencial. El Levante se está despidiendo con fiesta y con una nueva victoria.

Tener que jugar un partido que para ti puede ser de ‘costellada’, vamos de postemporada, y para tu rival, la vida, debe ser una sensación extraña. En otro momento que tu oponente se adelante en el marcador, incluso un drama. Y más a estas alturas de la temporada. El Levante UD va a jugar dos temporadas en una. Hasta el ascenso, competición pura y dura. Después, una linea de continuidad pero sin urgencias. Ese fútbol plano de noches calurosas que deja indiferente al personal. Y eso que no se ha acabado la liga.

Muñiz rota, más que el equipo, las convocatorias. Es más un justiciero que un técnico, por decirlo de alguna manera. Iván desaparece de la lista, pero también el héroe del ascenso, Sergio Postigo. Esta vez, ellos. Rubén suplente, cuando necesita reivindicarse. Y Morales titular cuando, tal vez, necesita más pensar en primera en donde los huecos le van a dar ‘chance’. En este final de temporada, al equipo le cuesta generar ocasiones, eso es así. La segunda vuelta ha sido más eficiente que eficaz. Con menos, más. Pero el Levante de Muñiz es como el algodón, no engaña. Disciplina, orden, seguridad y mucho pragmatismo al servicio del fútbol. Mientras, Orriols vive plácido el final de liga, esperando la retahíla de fichajes, que vendrán.

De inicio, el UCAM quería cerrar temporada. Una victoria y a echarse a dormir. De blanco, contra un Levante al que le costó arrancar una vez más producto de la factoría de alineaciones inéditas que se ha convertido el Muñizmo de final de temporada, el UCAM empezó a generar, por lo menos, peligro. En el 26 Pere Milla envió un balón al palo. Jugaba mejor. Estaba más por la labor. Y así llegó el gol murciano. Falta lateral, peligro total, me decía un entrenador con el que coincidí en innumerables partidos en mi etapa de Canal Nou. Y es cierto. No sólo al Levante. Las faltas laterales, dependiendo del colocador, son misiles para que un simple toque los convierta en gol. Y así hizo Jona. Desde el área, acribilló a Oier, en su estrena como titular en casa Providencial, salvó la victoria, sobre todo al final, cuando sacó una mano en un remate a bocajarro.

El Levante cuenta con eso que le ha dado un ‘plus de juego’ este año, su capacidad de reacción y su fortaleza en casa, en donde a sus rivales los partidos se le hacen muy largos. Longevos, diría yo. UCAM no se explicará cómo no ha podido cerrar su permanencia ante un equipo sin necesidad competitiva, cuando te adelantas en el marcador y, además, el rival ya no está fino en la elaboración. Nada. Sin Roger lesionado, Jason era lo más parecido al gol, pero ninguno de los máximos goleadores están finos en este final de liga. Tuvo una de cabeza, que se fue fuera. Sí la metió Natxo Insa que, tras un embolic de Juan Muñoz que luchó su propio error, supo hacer el empate, casi sin pensarlo. Descanso y 1-1.

El gol pesó más en los murcianos que, en la segunda parte, midieron mal dónde tenían que situarse, qué parte del campo habían de cubrir para hacer daño al Levante. Se fue muy arriba. Y el Levante se encontró cómodo. Me repliego, dejo que el rival se canse y en un despiste, lo mato. Y así fue. A un equipo que juega fuera, en el campo del líder, que el empate le servía incluso para firmar la permanencia en el fin de semana, le dejas espacios, que corra y te pille en campo contraio. Imperdonable. Para desesperación de su entrenador, el ex del Almería, Francisco. Y Juan Muñoz que resolvía una contra de manual. De aquí al final, ola mexicana en la grada y partido abierto. Tuvo el empate el UCAM, y el tercero y el cuarto y, si me apuráis el quinto el Levante. Acostumbrados a ganar por la mínima, el partido parecía que ya no se movería. ¿Para qué? ¿A estas altura? ganar por la mínima es el hábito del equipo de Muñiz. En el fondo, ganar es el hábito que le ha llevado a primera en menos de un año. Pero sí, al final, Juan Muñoz cambió el signo. Ya no por la mínima. Y además resolvió con una calidad espectacular. Chapeau

LEVANTE UD: Oier, Pedro López, Róber, Chema, Toño; Lerma, Natxo Insa (Víctor Casadesús, 45′); Morales, Campaña (Verza, 64′) Jason (Montañés, 78′); Juan Muñoz.

UCAM MURCIA: Biel Ribas, Tekio Góngora, Fran Pérez, Basha (David Mayoral, 81′), Jona, Nono (Collantes, 64′), Unai Albizua, Pere Milla, Vicente (Ibán Salvador, 45′) y Tito.

GOLES:
0-1, Jona, 33′
1-1, Natxo Insa, 39′
2-1, Juan Muñoz, 70′
3-1, Juan Muñoz, 92′

ÁRBITRO:
Víctor Areces Franco. Tarjetas a Fran Pérez, Tekio, Ibán Salvador, Campaña, Verza y Lerma.

ESTADIO:
Orriols: 9.980 espectadores

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Javi Guerra, 27-04-2023: radiografía de un gol que cambió el rumbo del Valencia

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Javi Guerra
La piña de compañeros, segundos después de haber marcado su celebrado tanto. EFE/ Kai Försterling/ARCHIVO

Nacho Herrero

València, 26 abr (OFFICIAL PRESS- EFE).- A las 21.25 del jueves 27 de abril de 2023, este sábado hace un año, Javi Guerra hizo estallar Mestalla con un gol en el descuento ante el Valladolid que sacó al Valencia del descenso y que en el imaginario colectivo del club ha quedado como punto de inflexión hacia una agónica salvación.

Cuando aquella tarde el autobús de la plantilla llegó a Mestalla sobre las 17.30, dos horas antes del choque de la jornada 31, le recibieron cientos de seguidores en la Avenida de Suecia, muchos de ellos jóvenes dada a hora.

Guerra, que tenía 19 años y cumplió 20 dieciséis días después, tenía sus cosas preparadas en el vestuario entre las de Alberto Marí y Jaume Doménech. No era una taquilla personalizada con su foto porque entonces tenía ficha del filial.

De hecho, llegaba con un escueto bagaje de 68 minutos en Primera que había conseguido en los anteriores once días y que se dividía entre los 18 en la derrota por 0-2 ante el Sevilla, incluidos ocho de descuento, y los 50, con cinco de prolongación y mucho más felices, del domingo anterior en Elche, donde hubo un desplazamiento masivo de aficionados.

Pese al 0-2 del Martínez Valero, el Valencia era decimoctavo, antepenúltimo, con 30 puntos, los mismos que el Almería, que era cuarto por la cola y que el día antes había aumentado la presión sobre los de Rubén Baraja al ganar en Getafe.

Aquella tarde, la angustia se disparó en Mestalla entre las 19.35 y las 20.43. Fueron casi setenta minutos en los que se asomó al abismo del descenso. A los seis de empezar el partido, un error de Mouctar Diakhaby en un control permitió a Cyle Larin adelantar al Valladolid. Cuarenta minutos después, Javi Puado marcó para el Espanyol en Vila-real. El equipo ‘perico’, que tenía 28 puntos, estuvo virtualmente durante media hora, con 31 y dejaba al Valencia penúltimo.

Antes de las 21 horas, la historia empezó a cambiar en los dos escenarios. Entre las 20.44 y las 20.54, Étienne Capoue y Dani Parejo le dieron la vuelta al marcador en La Cerámica. Sobre las 20.52 Mestalla había vivido su primera explosión de júbilo. Diakhaby remató un córner de cabeza sin aparente peligro pero el portero Jordi Masip, en otro error mayúsculo, pensó que iba fuera y dejó pasar el balón a su red.

Guerra lo vio desde el banquillo y saltó como un resorte. Se abrazó a Cenk Özkacar y a Marí, al que tenía a su izquierda en el banquillo tras haber salido a calentar su primer ‘vecino’, Diego López. En el asiento de la derecha tenía a Cristhian Mosquera.

Ese día acudieron a Mestalla 42.217 espectadores y un invitado: Kily González. El argentino había jugao su último partido oficial en Mestalla veinte años antes, cuando Guerra acababa de nacer. En verdad, los 27 de abril ya se veneraban en Mestalla antes del gol de Guerra y en parte era por él.

Aquel día pero en 2002, el Valencia recibió al Espanyol en la jornada 36. El equipo perico se adelantó, Amadeo Carboni fue expulsado y el sueño del título se esfumaba. Rafa Benítez dio entrada al Kily en el 66 y en el 78 el Valencia había enloquecido Mestalla con una remontada con dos asistencias suyas a Baraja. Ocho días después, el club conquistó la Liga tras más de treinta años de sequía.

De nuevo en 2023, pese a que el Espanyol ya perdía en Vila-real y el Valencia había recuperado un punto, el empate era poco consuelo. Se quedaba con 31 puntos, empatado con el Getafe en la frontera del descenso y ni eso parecía seguro. El Valladolid, inmerso también en la batalla por la permanencia, buscaba el triunfo e Iván Fresnada estrelló en el larguero el 1-2.

En el minuto 83, Baraja hizo entrar a Diego López y a Ilaix Moriba. En ese momento mandó a Guerra a calentar, al parecer, más por precaución que por otra cosa, porque la activación previa suele ser mucho más larga. Pero André Almeida estaba muy fatigado.

Guerra no estuvo en la banda ni cuatro minutos e incluso su calentamiento ‘exprés’ fue algo más largo porque Baraja le tuvo que llamar dos veces. Cuando el reloj marcaba 86 minutos y 57 segundos, su primera señal para que regresara y saliera confundió al jugador. Veinticinco segundos después, contrariado, tuvo que repetir la llamada para poder sustituir al luso.

El joven llegó a la carrera y se puso la camiseta que ahora guarda en su casa de Gilet y que colgaba de su silla con el número 36, el que se le asignó en pretemporada. No fue Baraja, con el que apenas intercambió un par de palabras, sino su ayudante, Toni Seligrat, quien le dio indicaciones.

Finalmente, entró en el minuto 88 y 35 segundos y participó en tres acciones antes de la jugada decisiva. En ella, frenó un contragolpe pucelano al interceptar un pase de Robert Kennedy y soltó a Ilaix un balón que pasó por Diego López y de nuevo por Moriba antes de regresar a sus pies.

Controló la pelota con el izquierdo y con el primer toque con el derecho dejó atrás a Óscar Plano; con el segundo y el tercero avanzó y retomó la zurda para disparar desde la cruceta de la línea del área con su corona. Su trallazo cruzado pasó juntó a Joaquín Fernández y entró por el palo más alejado de Masip. Era el minuto 92 y 9 segundos y llevaba apenas 214 segundos en el campo.

Como veintiún años antes hiciera Baraja tras marcar contra el Espanyol en esa misma portería del fondo norte, Guerra abrió los brazos cuando vio la pelota en la red. Como le pasó al vallisoletano, la inercia de la diagonal que había trazado le llevó al córner más cercano a la tribuna. Ambos goles comparten lugar de celebración y piña colectiva.

Guerra, algo incrédulo, se giró a mitad de su carrera. El primero que le alcanzó fue el capitán José Luis Gayà pero pronto llegaron otros, incluso el portero Giorgi Mamardashvili, que se recorrió todo el campo. Mestalla había explotado y los vídeos y las fotografías muestran euforia, liberación y algún torrente de lágrimas incontrolable.

Sobre la bocina del minuto 95, sin añadir más de los cinco minutos previstos, José Luis Munuera Montero, señaló el final. Sus tres pitidos pillaron a Guerra en el medio campo y Toni Lato y Hugo Duro se lanzaron a abrazarle. De ahí fueron todos al fondo sur a agradecer el apoyo de la Grada de Animación.

Fue entonces cuando se le avisó de que era el elegido para la ‘Flash Interview’ de la televisión con derechos. “Me la ha dado Ilaix y tampoco veía un pase claro. He amagado, me he ido del defensor que tenía y me dio por tirar”, explicaba.

Esa temporada Guerra había acumulado 2164 minutos en Primera RFEF con un único gol, ante el Espanyol B. Tampoco había visto puerta ante el Sevilla y el Elche ni, al parecer, apenas en Paterna. “Javi Guerra no ha metido un gol en un entrenamiento, os lo juro”, escribió jocoso esa noche Hugo Duro en las redes sociales.

Antes de retirarse al vestuario, Guerra abrazó a sus padres y a su abuelo que le esperaban en la grada más cercana al túnel. Con el anciano empezó a jugar al fútbol en el jardín de una urbanización de Canet entre dos árboles, y era él quien le llevaba en tren a Vila-real, puesto que se formó en la cantera ‘grogueta’ hasta 2019.

Tras un nuevo estallido de alegría en el vestuario, regresó al césped. Era de los que menos había jugado y tuvo que hacer el ‘compensatorio’, un suave entrenamiento, ya con las gradas vacías.

Baraja había llegado a la sala de prensa y desde allí le recomendó que apagara el móvil, se fuera a casa y le diera un abrazo a sus padres. No le hizo caso y salió a cenar con sus amigos, que le esperaban en la Avenida de Suecia, donde cinco horas antes había comenzado todo.

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