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‘El Levante y esos ‘locos bajitos’’, por Dani Hermosilla

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Daniel Hermosilla

 

Lo decía el pasado sábado tras la victoria ante el Lugo y lo reafirmo hoy después de la contundente superioridad del Levante ante el UCAM de Murcia. Esos ‘locos bajitos’, aquella frase que acuñó Luis Aragonés para crear la mejor selección española de la historia, es hoy —salvando las distancias— parte del éxito del equipo de Muñiz. ¿Objetivo? Subir al cielo, contar 1,2,3 como pasado y llegar a la Liga Santander si puede ser después de quemar todos los males en Fallas.

Hay quien se aventura a decir que en Fallas el Levante estará en primera. ¡Cuidado! Que esto es muy largo. Pero, la verdad, pinta bien. Si ante el Lugo, el equipo se mostró contundente pero ineficaz cara a puerta, contra el UCAM siguió en la misma línea. Y en la base del rendimiento, esos locos bajitos, aquella frase que acuñó el Sabio de Hortaleza para describir a la mejor generación de creadores de juego del fútbol español con los Iniesta, Xavi, Silva, Cazorla, Mata, etc… y de ganadores, porque convirtieron al conjunto español en campeón de Europa y del mundo. En el Levante y extrapolando comentarios, lógicamente, la versión de esos locos bajitos está con Rubén, Campaña, Insa, pero sobre todo dos jugadores que habían perdido peso en los últimos tiempo, pero que han vuelto para quedarse.

Javier Espinosa

Nunca dudé de su calidad futbolística, pero sí de las opciones que los jugadores creados en La Masía, al dictado del ideario de Johan Cruyff, tienen para sobrevivir fuera de ese entorno futbolero. Es decir, si pueden jugar a otra cosa que no sea el joc del Barça. Javier Espinosa ha pasdado hace semanas de vivir la delicada situación de ser suplente sustituido en el mismo partido, a completar dos de los mejores encuentros que le he visto, contra le Lugo y, sobre todo, ayer en Murcia.

Espinosa te garantiza pase, pero ha aprendido a meter más el pie, ha reforzado su trabajo físico, es más futbolista que cuando llegó. Si los maseros superan esa etapa de meterle físico a su fútbol, triunfan, como le pasó a Cesc en Inglaterra. Sino, sucumben, como tantos de aquella escuela. Se me antoja providencial su juego y su aportación. Eso sí, todos conscientes que el intocable es José Campaña, termómetro y metrónomo de la orquesta granota.

Jefferson Lerma

Miren, un futbolista que el año pasado en primera era indiscutible y ahora en la Liga 123 es suplente puede significar tres cosas:  que la calidad del equipo este año es infinitamente superior a la del año pasado; que el estado del futbolista no es igual que el de la temporada pasada; que el entrenador no acaba de encontrar el sitio y lo que quiere del jugador para que rinda mejor.

Y yo creo que es un poco de todo. Por eso, me alegro del gol de ayer de Jefferson Lerma, un jugador que creo pronto dará el salto a la élite y estará entre los grandes futbolistas colombianos o, por lo menos, entre los buenos peloteros del país suramericano. Tiene calidad y fuera, pero tal vez le falta continuidad y convencimiento de que es alguien importante en el equipo.

El año pasado os dije en alguna ocasión que me gustaría verlo más adelante, más arriba, buscando un poco su agresividad en la presión a la salida de balón y aprovechando una de sus virtudes —creo— menos vistas y valoradas: su capacidad de definir, de marcar. Lleva dos goles jugando poco. Dos golazos. El año pasado marcó por ejemplo en Cornellà, con espacios. Es potente, tiene habilidades para atacar y es contundente defendiendo. Es demasiado igual a Nacho Insa, pero más joven y más proyección. Y se me antoja necesario para este round final de la temporada.

Muñiz

Se agotan los calificativos. Voy a ser breve y conciso esta vez. No se le caen los anillos por corregirse a sí mismo. Es capaz de hacer que su equipo corra detrás de la pelota o que no la suelte —como ayer ante el UCAM— No lleva un recetario futbolístico hasta la muerte sino que se adapta. Lo cual quiere decir que podría entrenar al Barça de Messi como al Linares, por decir algo. Y eso es muy valorable, sobre todo cuando el año pasado padecimos dos entrenadores estáticos en los táctico y en su ideario futbolística. Vamos, dos cabezotas de tomo y lomo, hablando en castizo. Aquella cabezonería nos costó cerrar en falso el mejor periplo del Levante en Primera División de toda su historia. Esta flexibilidad nos va a permitir —estoy convencido— subsanar el error, revalorizar el proyecto, enchufar a una ciudad que vive atónita lo que pasa en la otra acera y, lo que es más importante, hacer feliz a la afición granota, que vuelve a soñar con su equipo. No olvidemos que todo esto fue inventado para disfrutar. Hagámoslo.

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Javi Guerra, 27-04-2023: radiografía de un gol que cambió el rumbo del Valencia

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Javi Guerra
La piña de compañeros, segundos después de haber marcado su celebrado tanto. EFE/ Kai Försterling/ARCHIVO

Nacho Herrero

València, 26 abr (OFFICIAL PRESS- EFE).- A las 21.25 del jueves 27 de abril de 2023, este sábado hace un año, Javi Guerra hizo estallar Mestalla con un gol en el descuento ante el Valladolid que sacó al Valencia del descenso y que en el imaginario colectivo del club ha quedado como punto de inflexión hacia una agónica salvación.

Cuando aquella tarde el autobús de la plantilla llegó a Mestalla sobre las 17.30, dos horas antes del choque de la jornada 31, le recibieron cientos de seguidores en la Avenida de Suecia, muchos de ellos jóvenes dada a hora.

Guerra, que tenía 19 años y cumplió 20 dieciséis días después, tenía sus cosas preparadas en el vestuario entre las de Alberto Marí y Jaume Doménech. No era una taquilla personalizada con su foto porque entonces tenía ficha del filial.

De hecho, llegaba con un escueto bagaje de 68 minutos en Primera que había conseguido en los anteriores once días y que se dividía entre los 18 en la derrota por 0-2 ante el Sevilla, incluidos ocho de descuento, y los 50, con cinco de prolongación y mucho más felices, del domingo anterior en Elche, donde hubo un desplazamiento masivo de aficionados.

Pese al 0-2 del Martínez Valero, el Valencia era decimoctavo, antepenúltimo, con 30 puntos, los mismos que el Almería, que era cuarto por la cola y que el día antes había aumentado la presión sobre los de Rubén Baraja al ganar en Getafe.

Aquella tarde, la angustia se disparó en Mestalla entre las 19.35 y las 20.43. Fueron casi setenta minutos en los que se asomó al abismo del descenso. A los seis de empezar el partido, un error de Mouctar Diakhaby en un control permitió a Cyle Larin adelantar al Valladolid. Cuarenta minutos después, Javi Puado marcó para el Espanyol en Vila-real. El equipo ‘perico’, que tenía 28 puntos, estuvo virtualmente durante media hora, con 31 y dejaba al Valencia penúltimo.

Antes de las 21 horas, la historia empezó a cambiar en los dos escenarios. Entre las 20.44 y las 20.54, Étienne Capoue y Dani Parejo le dieron la vuelta al marcador en La Cerámica. Sobre las 20.52 Mestalla había vivido su primera explosión de júbilo. Diakhaby remató un córner de cabeza sin aparente peligro pero el portero Jordi Masip, en otro error mayúsculo, pensó que iba fuera y dejó pasar el balón a su red.

Guerra lo vio desde el banquillo y saltó como un resorte. Se abrazó a Cenk Özkacar y a Marí, al que tenía a su izquierda en el banquillo tras haber salido a calentar su primer ‘vecino’, Diego López. En el asiento de la derecha tenía a Cristhian Mosquera.

Ese día acudieron a Mestalla 42.217 espectadores y un invitado: Kily González. El argentino había jugao su último partido oficial en Mestalla veinte años antes, cuando Guerra acababa de nacer. En verdad, los 27 de abril ya se veneraban en Mestalla antes del gol de Guerra y en parte era por él.

Aquel día pero en 2002, el Valencia recibió al Espanyol en la jornada 36. El equipo perico se adelantó, Amadeo Carboni fue expulsado y el sueño del título se esfumaba. Rafa Benítez dio entrada al Kily en el 66 y en el 78 el Valencia había enloquecido Mestalla con una remontada con dos asistencias suyas a Baraja. Ocho días después, el club conquistó la Liga tras más de treinta años de sequía.

De nuevo en 2023, pese a que el Espanyol ya perdía en Vila-real y el Valencia había recuperado un punto, el empate era poco consuelo. Se quedaba con 31 puntos, empatado con el Getafe en la frontera del descenso y ni eso parecía seguro. El Valladolid, inmerso también en la batalla por la permanencia, buscaba el triunfo e Iván Fresnada estrelló en el larguero el 1-2.

En el minuto 83, Baraja hizo entrar a Diego López y a Ilaix Moriba. En ese momento mandó a Guerra a calentar, al parecer, más por precaución que por otra cosa, porque la activación previa suele ser mucho más larga. Pero André Almeida estaba muy fatigado.

Guerra no estuvo en la banda ni cuatro minutos e incluso su calentamiento ‘exprés’ fue algo más largo porque Baraja le tuvo que llamar dos veces. Cuando el reloj marcaba 86 minutos y 57 segundos, su primera señal para que regresara y saliera confundió al jugador. Veinticinco segundos después, contrariado, tuvo que repetir la llamada para poder sustituir al luso.

El joven llegó a la carrera y se puso la camiseta que ahora guarda en su casa de Gilet y que colgaba de su silla con el número 36, el que se le asignó en pretemporada. No fue Baraja, con el que apenas intercambió un par de palabras, sino su ayudante, Toni Seligrat, quien le dio indicaciones.

Finalmente, entró en el minuto 88 y 35 segundos y participó en tres acciones antes de la jugada decisiva. En ella, frenó un contragolpe pucelano al interceptar un pase de Robert Kennedy y soltó a Ilaix un balón que pasó por Diego López y de nuevo por Moriba antes de regresar a sus pies.

Controló la pelota con el izquierdo y con el primer toque con el derecho dejó atrás a Óscar Plano; con el segundo y el tercero avanzó y retomó la zurda para disparar desde la cruceta de la línea del área con su corona. Su trallazo cruzado pasó juntó a Joaquín Fernández y entró por el palo más alejado de Masip. Era el minuto 92 y 9 segundos y llevaba apenas 214 segundos en el campo.

Como veintiún años antes hiciera Baraja tras marcar contra el Espanyol en esa misma portería del fondo norte, Guerra abrió los brazos cuando vio la pelota en la red. Como le pasó al vallisoletano, la inercia de la diagonal que había trazado le llevó al córner más cercano a la tribuna. Ambos goles comparten lugar de celebración y piña colectiva.

Guerra, algo incrédulo, se giró a mitad de su carrera. El primero que le alcanzó fue el capitán José Luis Gayà pero pronto llegaron otros, incluso el portero Giorgi Mamardashvili, que se recorrió todo el campo. Mestalla había explotado y los vídeos y las fotografías muestran euforia, liberación y algún torrente de lágrimas incontrolable.

Sobre la bocina del minuto 95, sin añadir más de los cinco minutos previstos, José Luis Munuera Montero, señaló el final. Sus tres pitidos pillaron a Guerra en el medio campo y Toni Lato y Hugo Duro se lanzaron a abrazarle. De ahí fueron todos al fondo sur a agradecer el apoyo de la Grada de Animación.

Fue entonces cuando se le avisó de que era el elegido para la ‘Flash Interview’ de la televisión con derechos. “Me la ha dado Ilaix y tampoco veía un pase claro. He amagado, me he ido del defensor que tenía y me dio por tirar”, explicaba.

Esa temporada Guerra había acumulado 2164 minutos en Primera RFEF con un único gol, ante el Espanyol B. Tampoco había visto puerta ante el Sevilla y el Elche ni, al parecer, apenas en Paterna. “Javi Guerra no ha metido un gol en un entrenamiento, os lo juro”, escribió jocoso esa noche Hugo Duro en las redes sociales.

Antes de retirarse al vestuario, Guerra abrazó a sus padres y a su abuelo que le esperaban en la grada más cercana al túnel. Con el anciano empezó a jugar al fútbol en el jardín de una urbanización de Canet entre dos árboles, y era él quien le llevaba en tren a Vila-real, puesto que se formó en la cantera ‘grogueta’ hasta 2019.

Tras un nuevo estallido de alegría en el vestuario, regresó al césped. Era de los que menos había jugado y tuvo que hacer el ‘compensatorio’, un suave entrenamiento, ya con las gradas vacías.

Baraja había llegado a la sala de prensa y desde allí le recomendó que apagara el móvil, se fuera a casa y le diera un abrazo a sus padres. No le hizo caso y salió a cenar con sus amigos, que le esperaban en la Avenida de Suecia, donde cinco horas antes había comenzado todo.

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