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’22 de noviembre … y entonces sucedió que …’, por José Luis Fortea

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……………………la maquinaria electoral del “Partido Demócrata” se había puesto en marcha, con la previsión que estos casos requieren, durante el mismo verano de 1963, con vistas a las elecciones que se iban a celebrar en el mes de noviembre del año próximo. En las últimas, las de 1960, John Fitzgerald Kennedy se había impuesto, al entonces candidato republicano Richard Nixon, por un margen de apenas cien mil votos.

El gabinete presidencial sabía que era precisamente en el sur de los Estados Unidos donde menos popularidad gozaba Kennedy, por lo que diseñó aquel inicio de campaña en dichos estados, donde acudiría el presidente, aquel mismo otoño, acompañado por su esposa, Jackie y del vicepresidente Lyndon Baines Johnson, aprovechando su condición de texano como baza estratégica.

La planificación preveía visitas a las ciudades texanas de Houston y San Antonio el día 21 de noviembre, y el 22 a Fort Worth y de allí hasta Dallas, donde llegaban al aeropuerto de Lovefield a bordo del avión presidencial “Air Force One” sobre las doce menos veinte del mediodía. A pie de pista, les espera una Lincoln Continental del 61, una limusina descapotable conducida por el agente secreto William Greer.

En el mismo vehículo, acompañando al matrimonio Kennedy, viajan el agente especial Roy Hermann Kellerman, sentado al lado del conductor, y el gobernador de Texas John Connally junto a su esposa Nellie. Configuran la comitiva seis coches más que comienzan un lento trayecto por las calles de la ciudad durante aquel viernes 22 de noviembre de 1963, sin ser conscientes que tras este, la historia no volverá a ser la misma.

La multitud, agolpada en las calles, dan muestras constantes de cariño y entusiasmo hacia el coche presidencial a su paso por aquel recorrido, desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, hacía la plaza Dealey, lentamente, desde la calle Maine, girando a la derecha por la calle Houston para volver a virar, esta vez hacia la izquierda, por Elm street y bajar bordeando el parque de la plaza.

Es en esta calle, la de Elm, a la altura del edificio del depósito de libros escolares de Texas, sobre las doce y media, cuando se escucha una primera detonación, seguida de un proyectil que impacta en la esquina superior de la curva donde Jim Tague, de veintisiete años de edad, que se encuentra viendo el recorrido presidencial, es herido levemente en su mejilla derecha por el desprendimiento del pavimento, que le alcanza.

A esa primera detonación le sigue, casi cuatro segundos más tarde una segunda, que hiere al presidente por la parte posterior del cuello, y cuya bala con orificio de salida por la parte anterior del mismo, acaba impactando en el mismo gobernador. Kennedy se lleva instintivamente las manos hacia la parte delantera de su pecho inclinándose de dolor, mientras el gesto no pasa desapercibido para la primera dama que intuye que algo está sucediendo.

Durante los cuatro eternos segundos que dura la espera del tercer y definitivo impacto, el agente especial William Greer grita al conductor para que acelere y salga de allí de inmediato, activando de esta manera el protocolo correspondiente ante un atentado al presidente, pero aquel, en lugar de acelerar, de manera instintiva se da la vuelta para ver al presidente herido, brindando de manera involuntaria, unos valiosos segundos a aquel francotirador que acaba realizando un tercer y definitivo disparo, que impacta en la zona occipital derecha de la cabeza de Kennedy, desprendiendo parte de su masa cerebral y haciendo saltar de su sitio presa del pánico a su mujer hacia la parte trasera del vehículo, donde un agente del servicio de escolta subiéndose al vehículo trata de calmarla.

La secuencia fue grabada íntegramente por un testigo presencial, Abraham Zapruder, con su cámara Bell & Howell de 8 mm y que podemos ver en el siguiente enlace; https://youtu.be/iYWm26OLve8 .

El presidente es llevado rápidamente al hospital Parkland donde se anuncia, sobre la una de la tarde, su defunción, ante la consternación general, no solo del país, sino del mundo entero. Ochenta minutos después de aquel asesinato fue detenido Lee Harvey Oswald, un empleado del depósito de libros escolares que según las investigaciones utilizó un rifle Mannlicher de fabricación italiana, con mira telescópica y mecanismo de activación manual, para perpetrar presuntamente aquel delito.

Dos días más tarde, el 24 de noviembre, Oswald cuando iba a ser trasladado para su interrogatorio fue asesinado a tiros por Jack Ruby, originario de Chicago y propietario de varios cabarets en Dallas, cercenando la investigación del hecho acaecido.

El viernes 29, Lyndon Johnson, como presidente en funciones, creaba la llamada comisión Warren, encargada de la investigación y el esclarecimiento de este hecho, presidida por el juez Earl Warren, presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos, que concluiría en un informe, tras la declaración de cerca de quinientos cincuenta testigos, el 24 de septiembre de 1964, que Oswald, ex miembro perteneciente al Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, actuó en solitario y sin ayuda o colaboración alguna, descartando la teoría que apuntaba una posible gran conspiración, que acompañará a lo largo de los años a este trágico suceso.

Aquel viernes 22 de noviembre, de hace cincuenta y cuatro años, moría el presidente John Fitzgerald Kennedy y nacía un mito, el mito JFK.

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Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor

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Cuidar madre Alzheimer
Cuidar de una madre con Alzheimer: Un viaje de amor y dolor-FREEPIK

En el torbellino de nuestras vidas, donde cada día parece traer consigo nuevos desafíos y responsabilidades, a menudo nos encontramos luchando por equilibrar nuestras vidas personales y profesionales. Pero ¿qué sucede cuando ese equilibrio se ve eclipsado por una realidad implacable? ¿Cómo lidiamos con el impacto emocional y psicológico de ser cuidadores de un ser querido con una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer?

Esta es la historia de una periodista apasionada que, entre entrevistas y artículos, se enfrenta a una batalla mucho más íntima: la lucha diaria de cuidar a su madre, quien lenta pero inexorablemente se desvanece en las garras de la enfermedad de Alzheimer.

Para ella, cada día es un viaje emocional plagado de altibajos. Desde los momentos de lucidez y conexión con su madre hasta las dolorosas luchas para recordar quién es ella misma, cada momento está marcado por una mezcla de amor incondicional y dolor impotente. Es una montaña rusa de emociones, donde la alegría y la tristeza se entrelazan en un baile constante.

Su vida como periodista le ha enseñado a mirar más allá de las apariencias y a buscar la verdad en cada historia. Y en este viaje junto a su madre, encuentra una verdad más profunda: la importancia de la empatía, la compasión y el amor incondicional. A medida que navega por los desafíos diarios del cuidado, descubre una fuerza interior que nunca supo que poseía.

Pero no todo son lecciones y momentos de claridad. Hay días oscuros, días en los que el peso del cuidado parece demasiado grande para soportarlo. Días en los que la frustración y la impotencia amenazan con abrumarla. Sin embargo, incluso en esos momentos más oscuros, encuentra consuelo en la gente que la rodea. Amigos y familiares se unen para ofrecer apoyo y comprensión, recordándole a ella y a su hermana que no están solas en este viaje.

A medida que el Alzheimer avanza implacablemente, ella se enfrenta a una dolorosa verdad: la inevitabilidad de la pérdida. Pero también encuentra consuelo en el conocimiento de que el amor trasciende las barreras del tiempo y la memoria. Aunque su madre pueda olvidar su nombre y sus rostros, el amor que sienten el uno por el otro perdura, inquebrantable e indestructible.

La historia de esta periodista es una historia de amor. Un amor que desafía las limitaciones del tiempo y el espacio, un amor que persiste a pesar de las pruebas y tribulaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor es la fuerza que nos sostiene, la luz que guía nuestro camino. El amor que vio crecer en su casa día a día, sin interrupción.

En medio del día a día, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero esta historia nos recuerda que, en lo que de verdad importa, son las conexiones humanas y los lazos de amor los que nos sostienen en los momentos más difíciles. Y en el poder cuidar de su madre con Alzheimer, encuentra no solo una prueba de su amor, sino también una lección de humanidad y compasión que nunca olvidará.

SRA

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