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Cultura

Fallece Francisco Brines, el poeta de las emociones y de la tolerancia

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Madrid/València, 20 may (EFE).- El escritor valenciano Francisco Brines, el poeta de las emociones y la tolerancia, ha fallecido esta noche a los 89 años de edad, al no superar la intervención a la que fue sometido hace unos días por el delicado estado de su corazón, pero según las personaS que le han acompañado hasta el último momento vivió hasta el último instante con «plenitud» como lo fue su trayectoria vital y creadora.

Brines ingresó en el hospital un día después de recibir el pasado 12 de mayo la visita de los reyes en su finca familiar y residencial «Elca», en su Oliva natal, su lugar de «retorno» y de inspiración, que le entregaron el premio Cervantes 2020 y que recibió con gran emoción. Según las personas que le acompañaron, fue el último día en que se encontró bien y vivió el acto con intensidad y agradecimiento.

Tras conocer que había sido galardonado con el Premio Cervantes, Brines celebró haber conseguido con su poesía «un canto diverso» y dedicó el premio a sus padres quienes, aseguró, le inculcaron el respeto a lo desconocido, la «mejor lección» que le llevó a amar la literatura.

Ahora, la fundación que lleva su nombre, con sede en «Elca», será la encargada de perpetuar su legado poético, en el entorno que convirtió en su espacio de vida, rodeado de más de 30.000 volúmenes y de fragmentos de Historia del Arte que el escritor fue adquiriendo a lo largo de su existencia.

Brines decidió promover esa entidad, sin ánimo de lucro, para preservar su legado material y poético y rendir un «homenaje a la poesía, porque la poesía aparte de lo estético es un camino muy ilustrativo».

El escritor valenciano es hacedor de todo un catálogo de versos llenos de tolerancia donde disecciona la soledad, el amor, el tiempo, la vejez o la muerte.

Brines, uno de los últimos supervivientes del «Grupo poético de los años 50», miembro de la Real Academia Española -elegido en 2001 aunque no tomó posesión hasta 2006- o Premio Nacional Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, defiende la poesía como un «ejercicio de tolerancia» fruto de la identificación emotiva del lector con el poema, aunque su contenido sea ajeno a sus convicciones.

Una convicción que le ha llevado a escribir versos como éste: «Como si se tratase de algo ajeno hablamos de nosotros y nos vimos inciertos, unas sombras».

Versos con una mirada poética metafísica, ese arte que ayuda a «vivir mejor, pues educa y afina la sensibilidad para percibir el goce y experimentar el dolor, y podemos vivir gracias a ella experiencias que no nos corresponderían», según sus palabras.

En la obra de Brines, el paso del tiempo es además una pieza clave. Lo es porque considera que la vida es un «don de la existencia, pero no indica que el gozo sea eterno ni la desdicha tampoco».

La vida para el poeta «es gozar y penar». «Somos por lo que hemos amado, y tenemos que aceptar lo vivido. Hay que resistir y creo que el éxito reside en aceptar la vida como viene. Yo nunca veo la botella medio llena o medio vacía. Veo lo justo, como está», según dijo a Efe en 2010.

Y Brines también refleja en su poesía lo que él como lector ha visto en los grandes poetas de la historia; y, a cambio, estos poetas (sobre todo su admirado Luis Cernuda) le dieron la «posibilidad de conocimiento de la existencia». «Eso, y hablar de un ser humano cercano. No sé si lo he logrado, pero lo he pretendido».

Tras ganar el Premio Cervantes 2020, el jurado dejó claro que el poeta de «Más allá de la luz está la sombra, y detrás de la sombra no habrá luz ni sombra…» es uno de los imprescindibles del siglo XXI.

«Siempre he partido de mi propia verdad», afirmó en 2007 a EFE el poeta, que ha procurado ser fiel a sí mismo y que ha dedicado su vida a la poesía «porque es útil» y nos enseña «a vivir mejor».

No da dinero, pero permite «tocar al que somos y al que podríamos haber sido, y permite incluso abrazar al contrario», señaló al presentar su antología «Todos los rostros del pasado» (2008).

Una poesía que es «toda una orquesta sinfónica de la emoción», como destacó Francisco Nieva al contestar al discurso de ingreso de Brines en la RAE. Y resaltó que su obra es «todo un catálogo de soledades, de plenitudes buscadas y perdidas, de vientos y cenizas».

Porque en Brines está el verso profundo pero cercano, el verso de la mirada certera y profunda, el verso donde muchos han bebido para ser los poetas que son hoy día.

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Cultura

Los secretos de la Casa Judía de València

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casa judia valencia,
Foto: Hugo Román
Los secretos de la Casa Judía de València-Fotos: Hugo Román-OFFICIAL PRESS

Entre los años 20 y 30 del siglo pasado el art déco dominaba en todas las artes decorativas a nivel mundial.

Había nacido en París y pronto Hollywood lo popularizó como símbolo de glamour.

Y esos aires y aquella esencia de aquella Belle Époque o los llamados Años Locos quedaron inmortalizados en una de las edificaciones más asombrosas de València.

El art déco bebía de todas las culturas, reutilizando de manera libre los elementos arquitectónicos de otras épocas.

Plasmaban los asombrosos hallazgos de aquellos tiempos.

En Egipto como el  descubrimiento de la tumba de Tutankamón, así como de culturas mesopotámica, africana, azteca, maya, hindú que fueron dotándole de un exotismo y una belleza única.

Los secretos de la Casa Judía de València

Caminando por la calle Castellón, en el número 20 nos encontramos con toda una joya que aguarda la mirada de los curiosos que se detienen para admirar un amalgama de formas y colores único.

Entre Germanías y la Estación del Norte está la conocida como Casa Judía de València, que fue construida hacia 1930 por el arquitecto valenciano Juan Francisco Guardiola Martínez.

Nacido en Sueca en 1895 en el seno de una familia de clase media, se trasladó a Barcelona en 1917 para estudiar arquitectura.

Allí fue premiado en  1922  por el proyecto de la estación de metro de la Plaza de Cataluña.

Según cuentan, los diversos viajes que realizó el arquitecto por Asia pudo influir en él a la hora de diseñar el estilo del edificio levantado en el ensanche de la capital valenciana a petición de Yosef Shalóm.

Su apellido nos da la pista del sobrenombre de Casa Judía.

Casa Judía.- Años treinta.- Archivo Ana María Ferrín.

La fachada de la Casa Judía

Un detalle de sus orígenes nos recibe en el dintel de la puerta principal, en el frontón curvilíneo.

Ahí se aprecia una estrella de seis puntas rematado por dos volutas y una hoja de acanto en el arco final.

Su fachada dividida en tres cuerpos, basamental, central y superior, nos transporta sin movernos de la calle a escenarios babilónicos y egipcios por su colorido y las formas de sus columnas, capiteles, remates con forma de pagoda y ventanas ojivales.

Si levantamos la vista podemos admirar el impresionante remate del edificio de inspiración oriental, árabe e hindú.

Foto: Hugo Román

Según cuentan ​en el edificio se reunía de manera discreta la reducida comunidad judía de la época que residía en València para realizar sus celebraciones religiosas.

¿Cómo es en la actualidad?

En la actualidad en el edificio de siete alturas viven familias particulares.

Las viviendas tienen unos 100 m2 cada una, y originalmente contarían con tres habitaciones, un baño, una cocina y un comedor.

Tan solo su fachada, su zaguán y la decoración exterior e interior mantienen la esencia de aquellos años en los que el arte iba asociado a la construcción, en el que cada ladrillo tenía una misión estética.

Años en los que los edificios eran monumentos esperando ser habitados.

Muchos comentan que su fachada parece salida del decorado de la película del Mago de Oz o tal vez de la mente de Tim Burton.

La Casa Judía no es un edificio protegido

Inspiradora y evocadora permanece allí pese a la bomba que cayó cerca durante la guerra y a pesar de que en alguna ocasión haya sufrido modificaciones debido a que, incomprensiblemente, no está protegida.

De hecho los remates del edificio de estilo hindú que lo coronaban fueron retirados en el pasado y su plantas baja han alterado su estilo original.

Guardiola falleció en Alzira en 1962.

Su trayectoria como arquitecto fue amplia con proyectos de viviendas residenciales, fábricas, almacenes, iglesias, teatros y cines, una estación y un banco.

Entre las más destacadas están el Ateneu del Socors en Sueca (1927) y la Casa Xina o Casa Ferran Guardiola en Barcelona (1929) que muestran su talento y originalidad.

Pero sin duda, la Casa Judía es su gran obra maestra.

Una obra que contempla el pasar de los años desde su espectacular fachada, una fachada que nos hace viajar a lugares remotos sin salir de la ciudad.

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